Don Antonio Lizarraga y Esquiroz nació Pamplona el 22 de enero de 1817, y apenas cumplidos los 17 años entró como voluntario en los batallones carlistas de Navarra, sirviendo en el de Guías de Zumalacárregui; ascendió a oficial en 1835, y concurrió a la expedición de D. Carlos V, hallándose en las batallaLIZARRAGA Y ESQUIROZs de Barbastro y Huesca; fue gravemente herido en la de Oristá, y se retiró con los restos de la expedición del general Guergué.
Terminó la Primera Guerra Carlista con el grado de teniente, adhiriéndose al Convenio de Vergara, y entrando en el ejército liberal con el mismo empleo que tenía en las filas carlistas, sirviendo primero en el regimiento de la Princesa y posteriormente en otros cuerpos, y ascendiendo a capitán por su buen comportamiento.
Hallábase en Sevilla en 1854 cuando llegó a aquella plaza el general O`Donnell al frente de las tropas que se habían sublevado en el Campo de Guardias, negándose Lizarraga a entregarle las fuerzas a su mando, resistiéndose en el cuartel en que custodiaba los quintos, hasta que el capitán general le dio la orden correspondiente, y apreciándose esta conducta dignísima en lo que valía por el general O´Donnell, este le distinguió nombrándole capitán de sus guías.LIZARRAGA Y ESQUIROZ
En 1866 siendo comandante del batallón Cazadores de Arapiles, se señaló en los sangrientos sucesos del 22 de Junio en Madrid, tomando a caballo algunas barrricadas; fue después uno de los jefes de confianza de los generales Narváez y Pezuela, y en el año siguiente persiguió y derrotó a las partidas revolucionarias que se habían presentado en Cataluña; por último, siendo teniente coronel le sorprendió la revolución de 1868, y Lizarraga, que acompaño hasta el último instante al entonces capitán general del Principado, Sr. Conde de Cheste, fue destituido por la Junta de Barcelona, y el Gobierno le dio el retiro.
Habiéndose declarado carlista, fue nombrado por su Majestad Real Carlos VII, como general de la Rioja por lo que pasó a Navarra en 1872 con la misión de levantar en armas a la Rioja, lugar hacia el que partió el 19 de abril, tomó el mando de las fuerzas de Carasa, sosteniendo al frente de ellas algunos combates. Después del frustrado intento de levantamiento entró en Francia tras el convenio de Amoravieta; pero luego, nombrado por D. Carlos comandante general de Guipúzcoa, volvió a entrar en España y con solos siete hombres, organizó en poco tiempo el batallón de cazadores de Azpeitia y luego otros más, allegando hombres y recursos para ir haciendo el levantamiento formal y sólido, haciendo público el 21 de diciembre una proclama en la que llamaba a la insurrección de los guipuzcoanos.
En Amézqueta el 12 de abril cayó sobre su tropa la columna de Morales del Río que tuvo que retroceder hasta Tolosa. Sin embargo, el día siguiente, las tropas liberales cayeron sobre él en Abalcisqueta obligándole a la huida. A los pocos días pasó con su batallón a Navarra, uniéndose en Abárzuza al General Dorregaray. Junto a este consiguió su éxito militar más sonado en los montes de Eraul, concediéndole Carlos VII la Gran Cruz del Mérito Militar. En julio del 73, junto a otros, recibió a su majestad Carlos VII, en su entrada en España, acompañándolo hasta Echarri donde se reunió con las fuerzas navarras. El 15 de agosto intervino en uno de los actos más simbólicos y menos conocidos de la Segunda Guerra Carlista. Reunió baja su presidencia, como Comandante General de Guipúzcoa, a tres batallones del ejército carlista del Norte – Virgen del Carmen, el Triunfo y Doña Blanca- con sus respectivos mandos en la localidad guipuzcoana de Vergara, donde años atrás se formalizara la iniquidad del abrazo de Vergara entre Maroto y Espartero, y a las ordenes de Lizarraga algunos soldados retiraron la lápida en la que se contenía el acta de Vergara, sacando la misma, quemándola y desparramando por el aire sus cenizas, haciendo desaparecer para siempre las pruebas de tan nefando acontecimiento. El acto concluyó con la firma de todos los mandos y representantes extranjeros de un acta en la que se recogían todos los acontecimientos de tan glorioso día[1].
En 1874, nombrado ya comandante general de Aragón, asistió con los almogávares a la campaña de Somorrostro y San Pedro de Avanto, y desempeñó sucesivamente los cargos de jefe de Estado Mayor de Carlos VII y de capitán general de Cataluña.LIZARRAGA COMUNICA A UN PADRE LA MUERTE DE SU HIJO
Hallándose a las órdenes de Savalls, que le reemplazó como Capitán General de Cataluña, el general Martínez Campos puso sitio a la plaza de la Seo de Urgel, teniendo que capitular honrosamente después de una enérgica defensa, siendo hecho prisionero. El partido carlista perdió entonces uno de sus generales más valientes y entendidos, que quedó prisionero de guerra.
Un año después acompañó a don Carlos al exilio y murió cristianamente en Roma el 7 de diciembre de 1877, pobre como tantos otros carlistas, pero firme en la defensa de sus ideales.
Notas
[1]El valor simbólico del acontecimiento de Vergara es indubitado, no así los acontecimientos reales, pues ya Francisco Hernando (voluntario en las filas de Carlos VII) relata en su libro La Campaña Carlista (1872-1876). Recuerdos de la Guerra Civil, lo siguiente: “La ceremonia se llevó a cabo en medio del mayor entusiasmo de los soldados y del pueblo, que había acudido a ella; y aunque no se encontró en la excavación que se hizo el documento original que se buscaba, se quemaron en su lugar otros papeles, y se extendió y firmó por los presentes un acta que en seguida se hizo publicar”.
Autor Carlos Pérez- Roldán