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Mantener la Esperanza en medio de la tormenta

Una re-lectura de las declaraciones de nuestra Conferencia Episcopal española sobre la crisis a lo largo de estos años, me ha animado a reconocer la espléndida altura intelectual de la que gozan nuestros obispos, cuando en comunión, se ven alentados para analizar la situación de la realidad española, dar buenos consejos y siempre alentar con la esperanza a los católicos españoles y a los que con buena voluntad hayan de interesarse por sus declaraciones.

El Papa afirmaba en Caritas in veritate, 25: “El primer capital a salvar y valorar es al hombre, la persona, en su integridad”.

Es paradójicamente el Hombre apaleado por sus circunstancias el que ha de modificar el pos-moderno punto de vista de explicar al ser humano. Hoy volvemos a ver cómo tímida pero contundentemente el Hombre (con dignidad y con libre desarrollo personal), vuelve a convertirse en lo que siempre ha sido y es, la auténtica medida para todas las cosas.

Hemos vivido una paulatina subordinación de la dignidad humana a valores idolatrados, tales como progreso y modernidad, libertad, solidaridad e igualdad. Debido a esta subordinación, hemos asistido a la perversión interesada del contenido real de estos valores, basada en la concepción del ser humano como instrumento útil y no como fin en sí mismo, que no sirve al ser humano, sino que se sirve de él para buscar el rédito político ó económico:

PROGRESO Y MODERNIDAD: Dogmas laicales que han supuesto un enorme reto para la Fe tradicional. En el zénit del tiempo presente podemos discernir con suficiente perspectiva cuáles son los auténticos elementos de progreso que se han sucedido y, cuáles han supuesto un retroceso. Hoy, la sociedad española puede evaluar los altos costes que para la equidad, ha producido el progreso económico y para la justicia, el deterioro moral de los últimos treinta años en España.

Las condiciones de vida colectivas para los españoles sin duda han mejorado, pero a nivel individual, la insatisfacción y el descontento son palpables.

LIBERTAD: La libertad ha sido elevada dogmáticamente a factor condicionante de todo progreso económico y social. La libertad ha sido y ha servido de pretexto para justificar los excesos de quienes enarbolándola como bandera, no aprobaban que los demás (el bien común) les pusieran límites. La confusión ha consistido en convertir la libertad en un fin en sí mismo más que un medio para el bien común y personal, en fin y no factor del desarrollo humano.

Hoy, la sociedad española advierte sobre la necesidad de imponer límites al mercado, empresas, instituciones deficitariamente representativas, es decir, límites a conductas absolutamente intolerables, corruptas y egoístas, nocivas para el bien común.

SOLIDARIDAD: Ha sido equívoco el sostenimiento de una cultura del subsidio que ha alienado a personas y territorios a un modus vivendi pasivo que les distancia de aquéllos que explotan sus capacidades de forma activa. También ha evidenciado las carencias de nuestro sistema de pensiones, que afectado por la alta tasa de desempleo, la escasa regeneración demográfica y el envejecimiento de la población, será seriamente cuestionado en el más inmediato futuro. El actual sistema de reparto de pensiones basado en la solidaridad inter-generacional, no es sostenible por la inversión piramidal de la población y el insuficiente relevo generacional.

La solidaridad reporta una actitud sólida ante la necesidad de los otros cuando exige el compromiso recíproco; sólo así es fructífera. Por ello, la solidaridad no debe confundirse con una superficial empatía respecto de las necesidades del otro. La solidaridad es algo más, es eminentemente un principio de acción y compromiso, personal y civil, no un instrumento político.

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El Estado sólo puede pedir sacrificios a sus ciudadanos por razones de Justicia, no por solidaridad, pues ésta, es originada e impulsada libremente sólo por la sociedad civil. Nadie paga sus impuestos para solidarizarse con las funciones encomendadas al Estado, lo hace por Justicia, como nadie invierte su tiempo y sus recursos en obras de voluntariado y caridad, sino porque libremente lo quiera y lo vea justo.

La solidaridad debe ser eficaz para ser auténticamente, debe dar pero también exigir. Si no es así, se convierten en una epidérmica serie de buenos deseos, pero irrealizables ó realizables con pródiga torpeza.

El Estado debe gestionar con justicia y eficacia la transferencia de recursos tributarios y contributivos de unos trabajadores a otros, y debe hacerlo con capacidad de previsión. Por ello, es prioritario que se favorezca y estimule la natalidad, y además, es necesario que todos realicemos un uso racional de los recursos públicos, denunciando sus abusos de gestión y aprovechamiento. Éste será el próximo y más vivo debate que deberán abordar los españoles, y que se resume en, bajo qué sistema, garantizaremos los ahorros de nuestro futuro.

IGUALDAD: Que no es tratar a todos por igual, no es uniformidad. Igualdad es asegurar que las personas parten competitivamente de condiciones iguales para su libre desarrollo. La primera víctima en España de la confusión en relación a la igualdad, ha sido nuestro sistema educativo.

Hasta no hace muchos años, resultaba indiferente estudiar en la enseñanza pública ó privada. La enseñanza pública era tan buena, que garantizaba que el buen estudiante por modestos que fueran sus orígenes, pudiera prepararse para progresar si se esforzaba. Con un buen nivel de enseñanza público, se garantiza que la clase media se expanda y consolide. Hoy día, asistimos a una escandalosa segregación educativa, y ello, debido, según mi punto de vista, al empobrecimiento del nivel de enseñanza, que impidiendo destacar y ejemplarizar con la excelencia académica, utiliza la escuela como instrumento político, derivando todo ello en la mediocridad de los estudiantes, la confusión de muchos padres y profesores, que confunden el aula con la plaza pública.

La esperanza y la redefinición de este término la constituye ese reconocimiento común a quienes se labran su futuro con esfuerzo y sacrificio (los investigadores españoles, esa generación formada que emigra de nuestro país), y esa regresión ansiada a un sistema tradicional de enseñanza, donde se recupere la autoridad del profesor y la estricta neutralidad política y por ende, la inviolabilidad del aula como centro de transmisión de los conocimientos que harán a los jóvenes tener criterios propios, no reproducidos, con los que forjar su futuro y su personalidad . Si queremos una sociedad de “iguales”, debemos recuperar y no relegar, una enseñanza pública exigente, que nunca miró con complejos a la enseñanza privada.

A poco que sigamos los medios de comunicación y nos sinceremos con nuestros compatriotas, y prestemos atención más a lo que no dicen que a lo que dicen, asistimos a un creciente colapso de los valores de la posmodernidad. Ésto es lo esperanzador, ésto es lo realmente positivo. En este proceso imparable, donde el desmoronamiento de los pilares “dogmáticos” de la posmodernidad es patente en el inconsciente colectivo de los españoles, éstos deberán volver irremediablemente sobre sí mismos, a fin de re-encontrarse. Corresponde de manera principal, a la Iglesia Católica, trabajar para que la inconsciencia colectiva sobre la decadencia de la cultura actual, que tanto la ha desnaturalizado, se torne en esperanzada conciencia colectiva de su auténtica identidad.

Nuestra conciencia moral como pueblo y Nación, es en gran parte religiosa. Es el enorme peso de la tradición histórica el que con sus carencias y también virtudes, ha configurado el inconsciente moral de los españoles. Corresponde a la Iglesia y a los cristianos españoles despertar la conciencia cristiana colectiva. Por ello, hemos de asumir un liderazgo moral y social no excluyente, porque otras veces se ha hecho (la reconstrucción europea de posguerra y la reconciliación entre los españoles posterior a la guerra civil que preparó activamente la Iglesia española), y porque ahora TOCA.

Todos reconocemos en el fondo que a quien se otorga autoridad, se le concede el liderazgo.

Puede leer:  Guía para los que no se confiesan hace años

El liderazgo en España lo asumirán quiénes lo hagan éticamente, quiénes hayan ejemplificado en su vida una actitud coherente. El tiempo premiará a éstos frente a esos otros, que confundidos ó malintencionados, se engatusaron con una posmodernidad decadente. El liderazgo efectivo, será el afectivo, llevará consigo caridad y no odio, y sabrá diferenciar entre vivir con principios y vivir con valores.

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Los católicos españoles hemos de rechazar y de cuidarnos en evitar ese liderazgo artificial que enarbola valores y justifica a su vez la separación de la vida pública de la vida privada, por ser ajena y profanadora de la constante exigencia cristiana de unir Fe y Vida.

La democracia real garantiza a los ciudadanos elegir personalmente a sus representantes, y garantiza a los jueces controlar el ejercicio del poder político, intolerablemente omnímodo en nuestro país.

Respetando estos principios constitutivos, una verdadera democracia cumple con su originaria misión de elevar el nivel moral de los ciudadanos quiénes evaluando la integridad, la justicia y no sólo la eficacia, en el ejercicio del poder que realizan sus representantes, son auténticamente libres para progresar en el bien común.

La exigencia de un liderazgo ético en la sociedad será cada vez más reclamada, y se impondrá por los hechos. Ahora se demanda por los escándalos, que minan progresivamente la legitimidad de nuestros representantes.

No asistimos a un problema de sistema, sino a un problema de desconfianza ante personas amorales que rigen los destinos de muchas personas, en el mercado, en las calles, en la televisión y en los foros de representación y que conciben a las personas como instrumentos y no como fines en sí mismos. Es un problema de liderazgo social confiado a personas amorales (siendo respetuoso, no digo inmorales).

El cambio será ante todo de perspectiva. Ni el progreso económico, ni la igualdad, ni la libertad ni la solidaridad son reales, sino contribuyen a la felicidad real de los hombres. En estos años hemos presenciado que el egoísmo y no la felicidad, ha salido triunfante. Ha sido un fracaso para la Posmodernidad.

El Reino de Dios es esa realidad regida por los principios y actitudes que vivió Jesucristo. Éstos son los auténticos cimientos sobre los que construir con éxito la vida humana y social, y ésta es la más gloriosa empresa a la que puede aspirar en su desarrollo personal un cristiano.

En España siempre ha sido difícil ganarse la vida, y siempre han escaseado los buenos gobernantes, pero nunca el realismo de Sancho ni el idealismo de Don Quijote, han convivido tan pacíficamente en el espíritu de Occidente, como en España.

La Esperanza está incubada en las propias conclusiones que cada español saca de esta crisis.

La gran parte de ellos admite de buen grado regresar a los valores e instituciones que le han proporcionado su identidad: 1) la Familia con su agridulce realidad e incierto futuro y; 2) esa Fe, personal que le hace vibrar íntimamente, y relacionarse espontánea y sinceramente con Cristo ó Santa María.

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Treinta años de agresiva secularización no han podido borrar de un plumazo la experiencia religiosa del pueblo español. Imposible.

Lo mejor de esta crisis, es que se derrumban esos falsos valores instituidos por una cultura que viola sistemáticamente la dignidad de las personas: 1) alienándolas con el falso progreso que esclaviza las relaciones laborales y reduce la condición humana a mero consumidor; 2) la falsa libertad que trata de legitimar la corrupción; 3) la falsa solidaridad que lejos de hacer Justicia institucionaliza la pasividad y; 4) la falsa igualdad que ha acentuado más que nunca las diferencias sociales.

En los genes de esta crisis se deposita un potencial real de reflexión que hace reaccionar a los españoles.

La Iglesia española posee el irónico protagonismo de servir de inspiración a una sociedad española que se dice moderna, pero que se siente cada vez más atraída por la tradición, quizás porque sea consciente de que en esa modernidad, en estos últimos treinta años, ni hemos alcanzado tanto como esperábamos ni ha sido tan bueno dejar de ser lo que éramos.

La Iglesia española está viva pero sin aparente poder de influencia. Sus declaraciones nunca resultan indiferentes, siempre crean controversia y polémica, pero no pasan desapercibidas cuando atienden al desorden de la moral social.

Para la conciencia secular española sigue teniendo autoridad aquél ó aquélla a quien los españoles reconocemos capaz de remover la conciencia, es decir, a quien, dice las cosas sin necesidad de complacer, a quién se dirige a nosotros, con realismo, afecto y ejemplaridad, como hacen originariamente el padre y la madre, que esperan recibir lo mismo que dan. Corresponde a la Iglesia que tanto da a los españoles, pedirles una profunda reflexión sobre la forma de transformar las estructuras sociales contaminadas de los graves pecados sociales que las afectan. Tiene que pedirles que despierten en su conciencia moral personal y colectiva tomando como referencia el Decálogo y los Evangelios.

Por todo ello y más, creo que ya estamos en camino para salir de esta grave crisis, sin más solución y alternativa que la contra-cultura de un Humanismo neo-clásico que sitúa al Hombre, como medida para todas las cosas, y a Dios como su supremo valedor, en el marco jurídico de la libertad de conciencia, sin imposiciones, pero sin cobardía ni complejos.

Dios debe de nuevo resultar familiar a los españoles. Todos necesitamos reconfigurar junto a Dios nuestra conciencia moral colectiva, porque es la tradición y sobretodo porque la sociedad civil posee una base moral judeo-cristiana. Hemos de re-cultivar una moral que tenga como superior límite de la conducta humana a Dios. Pruebas hay evidentes de que la Ley secular no basta, pues asistimos a constantes conductas que resultando legales, son inmorales, y por ende, injustas.

Que la jerarquía católica española estimule mediante la acción pastoral y la formación expansiva en Doctrina Social, a los católicos españoles para que sean instrumentos de transformación cultural y política de la sociedad con todos los medios a su alcance y, lo mejor, con las valiosas y prestigiosas personas comprometidas dentro de ella.

Trabaje también por su comunión interna y la de los seglares, pues lo único que puede amenazar seriamente su acción benéfica para nuestro país es un Colegio episcopal dividido y unos seglares enfrentados. En comunión con el Santo Padre y dentro de la Nueva Evangelización, apoyada en su liberadora Doctrina Social:

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La Iglesia española tiene la misión de hacer oír su voz en todas las plazas, y para ello, debe asumir con audacia y ambición, ser el más relevante referente moral de los españoles, creyentes y no creyentes, manteniéndose fiel a su propia experiencia histórica como vetusta vertebradora de todas las Españas.

Autor: Pedro Rizo

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Ha trabajado en 13 empresas en mis 50 años de cotizar a la Seguridad Social. Entre ellas dos multinacionales, en suma de 21 años. La primera para España, Portugal y el Magreb territorio que se amplió a Francia e Italia. Ha viajado por deber a medio planeta y sigo activo. Ha conocido a muchísima gente de gran talla moral, empresarial y humana con la que conservo buenas relaciones personales; es así incluso, y con más fuerza, con aquellos amigos que ya no pueden morirse. De estas personas, de esos viajes, de aquellas responsabilidades y del afán siempre vivo por conocer mi entorno y mi tiempo es de donde supongo que mis experiencias y observaciones podrían ser de utilidad. Especialmente en este siglo en que los media son riquísimos y las opiniones paupérrimas.Le preocupa la visible degeneración de la fe católica y, consecuentemente, la posible descomposición de la Iglesia. No ha sido ni una hora seminarista, ni consagrado a ninguna obra religiosa, pero agradece a la Compañía de Jesús – aquella de su edad de estudiante en ICADE – que le enseñara a pensar y “gustar de las cosas internamente”. Somete todas sus reflexiones y opiniones al magisterio tradicional de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, en su unidad de enseñanza, es decir, en lo mismo que se ha creído por todos los bautizados, en todas partes y en todos los tiempos.

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