Fue a raíz de aquella respuesta que el Papa Francisco dio al director de La Civiltà Cattolica, en la ya célebre entrevista publicada el pasado mes de septiembre de 2013, que se quiso presentar como cosa superada por parte de la Iglesia católica el tema de la defensa de la vida humana. Hubo incluso quien fue a más y quiso ver en aquel coloquio entre el Papa y el padre Antonio Spadaro un cambio de postura de la Iglesia respecto al aborto. Dijo el Papa por entonces:
«No podemos seguir insistiendo sólo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos. Es imposible. Yo no he hablado mucho de estas cuestiones y he recibido reproches por ello. Pero si se habla de estas cosas hay que hacerlo en un contexto. Por lo demás, ya conocemos la opinión de la Iglesia y yo soy hijo de la Iglesia, pero no es necesario estar hablando de estas cosas sin cesar».
Aquella entrevista no se trataba de un acto magisterial (las entrevistas hasta el momento no son magisterio ordinario de la Iglesia) pero ponía una premisa según la cual, al hablar de temas como la defensa de la vida humana desde la concepción, debía tomarse en cuenta la contextualización.
Ha sido en un documento eminentemente magisterial (una exhortación apostólica) donde el Papa Francisco se ha expresado inequívocamente sobre la defensa de la vida. Ha sido en los números 213 y 214 de la Exhortación «Evangelii Gaudium», en un contexto de 212 números antecedentes y más de 70 posteriores, que no ha tenido empacho en salir al paso y pronunciarse en el campo «pro life», con palabras tan políticamente incorrectas como éstas:
«213. Entre esos débiles, que la Iglesia quiere cuidar con predilección, están también los niños por nacer, que son los más indefensos e inocentes de todos, a quienes hoy se les quiere negar su dignidad humana en orden a hacer con ellos lo que se quiera, quitándoles la vida y promoviendo legislaciones para que nadie pueda impedirlo. Frecuentemente, para ridiculizar alegremente la defensa que la Iglesia hace de sus vidas, se procura presentar su postura como algo ideológico, oscurantista y conservador. Sin embargo, esta defensa de la vida por nacer está íntimamente ligada a la defensa de cualquier derecho humano. Supone la convicción de que un ser humano es siempre sagrado e inviolable, en cualquier situación y en cada etapa de su desarrollo. Es un fin en sí mismo y nunca un medio para resolver otras dificultades. Si esta convicción cae, no quedan fundamentos sólidos y permanentes para defender los derechos humanos, que siempre estarían sometidos a conveniencias circunstanciales de los poderosos de turno. La sola razón es suficiente para reconocer el valor inviolable de cualquier vida humana, pero si además la miramos desde la fe, «toda violación de la dignidad personal del ser humano grita venganza delante de Dios y se configura como ofensa al Creador del hombre».
«214. Precisamente porque es una cuestión que hace a la coherencia interna de nuestro mensaje sobre el valor de la persona humana, no debe esperarse que la Iglesia cambie su postura sobre esta cuestión. Quiero ser completamente honesto al respecto. Éste no es un asunto sujeto a supuestas reformas o «modernizaciones». No es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana. Pero también es verdad que hemos hecho poco para acompañar adecuadamente a las mujeres que se encuentran en situaciones muy duras, donde el aborto se les presenta como una rápida solución a sus profundas angustias, particularmente cuando la vida que crece en ellas ha surgido como producto de una violación o en un contexto de extrema pobreza. ¿Quién puede dejar de comprender esas situaciones de tanto dolor?».
Ciertamente estas afirmaciones apenas si han hallado eco en la prensa. Quizá porque conviene más presentar un Papa «buenista» y de esa forma no reflejar la contundencia del pensamiento auténtico del Vicario de Cristo. No vaya a ser que la gente se dé cuenta de que es un Papa católico y termine decepcionándose.