Cada año desde 1974 se celebra en Washington la “Marcha por la vida”, un acto reivindicativo en el que se pide la revocación de la ley Roe vs. Wade, por la que se legalizó el aborto en Estados Unidos en 1973. Desde no hace mucho tiempo, Chris Aubert participa en esa marcha o en la marcha que se hace en su localidad. Lo hace consciente de lo que vale una vida después de darse cuenta de que, en lugar de los cinco hijos que le hacen inmensamente feliz, esa cifra podría ser de siete.
En 1985, su por entonces novia le dijo que estaba embarazada y que iba a abortar. Él le dio 200 dólares y se marchó a ver un partido de béisbol. En 1991, la historia se repitió con otra novia. “Era totalmente irrelevante para mí”, cuenta en su blog. Él creía que aquello no repercutiría en su vida, pero, un día, en la consulta del ginecólogo, viendo, con su actual esposa, una ecografía de uno de sus hijos –esta vez sí deseado–, sintió una punzada en el pecho, un arrepentimiento profundo por lo que había hecho. “Si pudiera volver atrás, salvaría a esos niños”, confiesa; “hay una mancha que no se irá de mi alma”.
Sobreproteger o destruir
Vicky Thorn es activista provida desde antes de que existiera el movimiento como tal. Es la fundadora del Proyecto Raquel, que ayuda a las mujeres tras un aborto provocado. También a los hombres, aunque asegura a la revista Misión que las secuelas de esta práctica en ellos son aún “un tabú, porque se considera al aborto como un asunto de mujeres”.
Tras no permitir el nacimiento de un hijo, Thorn describe una doble reacción en los hombres: por un lado, están los que, al tener hijos deseados, se vuelven sobreprotectores y viven en constante angustia por que les suceda algo. Por otro, se encuentran los que han pasado por un infierno de alcohol, drogas, adicciones sexuales y autodestrucción.
La experiencia de Thorn es que, tras la pérdida, el varón pasa por la ira, la rabia, la frustración, el sufrimiento profundo, el arrepentimiento y la tristeza.
“Les cuesta aceptar que han mirado hacia otro lado”, afirma. A estos sentimientos se une la vergüenza por haber permitido que les arrebataran a sus hijos, a los que debían de haber protegido.
Otra de las ideas que apoya esta pretendida desvinculación del hombre de la paternidad es la de que “se trata del cuerpo de la mujer y por eso ella debe decidir”.
Cosa de dos
“Un embarazo es cosa de dos y hay que hablarlo, más incluso si es inesperado. No se puede dejar al hombre de lado”, asegura Samuel, que, dentro de apenas cuatro meses, se convertirá en padre a los 20 años de edad.
Ni sus padres, ni los padres de su novia, ni su novia, ni él trabajan. “Aun así, estamos todos muy contentos. En mi familia, nos gustan mucho los niños, y yo quería tener hijos, aunque no tan pronto”, concluye.
Les preocupa el futuro, y por eso acudieron a Red Madre. Desde esta organización les procurarán todo lo necesario para que a su pequeño no le falte de nada.
Pero la mentira sobre el papel del hombre en la procreación se extiende como una mancha de aceite. En ese pilar se apoyan muchos de los abortorios para esgrimir sus argumentos, cimentados desde una profunda visión feminista.
Sin ir más lejos, una visita a la página web de la clínica Dator nos da la respuesta. En su apartado “Hombre y aborto”, la primera frase reza así: “Es la mujer quien debe tomar la decisión final sobre tener o no un aborto”
Ondina Vélez, médica y miembro del Instituto CEU de Estudios de la Familia, afirma que los hombres se sienten muy heridos tras el aborto, de tal forma que, en muchos casos, incluso pueden no volver a retomar la relación con su pareja.
“En muchos matrimonios y parejas, la actitud más frecuente es que los hombres se encuentren expectantes y aceptan la decisión de ellas, precisamente porque sienten que ‘el aborto es cosa de mujeres’ y que ellos no tienen derecho a opinar”.
Por ejemplo, dos de los varones que ha atendido Ondina en su consulta no estaban de acuerdo con deshacerse del hijo que venía en camino. “Al poco tiempo, rompieron la relación con sus parejas”, apostilla Vélez.
Son los que, o miran para otro lado, o inducen a la mujer a cometer un aborto. Parece que no se pueden desvincular de esa “mala prensa”. Sin embargo, también son víctimas de un entorno que muchas veces les presiona. Como dice Thorn, “fueron animados a permitir que ella eligiera, cuando en realidad ellos querían ser padres”.
Autora: Ángeles Conde Mir (Revista Misión)