Blas Piñar no fue un político cómodo para la diplomacia del régimen de Franco. Notario de profesión, era un hombre brillante, que podía ganarse muy bien la vida sin la política, a la que acudía por vocación y deber moral. Había sido un «niño del Alcazar» y su apoyo al régimen era sincero y comprometido, y por eso mismo, crítico si hacía falta. En 1962 escribió un artículo en la tercera del diario ABC, de Madrid, titulado «Hipócritas», que criticaba con dureza la política exterior de los Estados Unidos. Debido a las buenas relaciones bilaterales que por aquel entonces mantenía España con los EE. UU. el ministro de Asuntos Exteriores, luego de dar toda clase de explicaciones al embajador norteamericano, destituyó a Piñar de su puesto de Director General del Instituto de Cultura Hispánica. Cuentan que Franco se molestó porque el artículo hubiera pasado la censura. Más adelante, desde Fuerza Nueva editorial, manifestó su rechazo a la Ley Orgánica del Estado de 1967.
Suarez, por el contrario, representó otro modelo de político, más frecuente ahora que en el franquismo, que podriamos llamar «profesional», sin otro modo de ganarse la vida distinto de la política y siempre vinculado a un «mentor» que le «coloca» en los cargos que desempeña, sin que para ellos presente más cualificaciones o más meritos que la confianza o simpatía personal que le despierta a su benefactor. Le costó mucho terminar la carrera de derecho y, sin oficio ni beneficio alguno, entró en política en el franquismo de la mano de Herrero Tejedor del que fue «hombre de confianza», para serlo después de Torcuato Fernandez Miranda y, finalmente, del rey. Su tono adulador puede comprobarse en sus palabras al tomar posesión de la Vicesecretaría General del Movimiento, ataviado con camisa azul: “se trata de continuar la ingente labor del Caudillo (y pongo de manifiesto) mi lealtad a un Régimen nacido de la necesidad de recuperar la identidad nacional del país y su legitimidad como Estado que, encabezado por el general Franco, ha sabido dar respuesta en circunstancias cambiantes y desde luego no fáciles, al reto de mantener unido su destino como país, acelerar su progreso y posibilitar su vida democrática. Te pido, ministro secretario, que hagas llegar al Jefe Nacional de Movimiento mi gratitud por su generosa designación y especialmente el testimonio de lealtad de este español de filas que aprendió en la dureza de su tierra abulense a ser fiel a la palabra dada y estricto cumplidor de sus obligaciones”, o en las que pronuncio a la muerte de Franco: “El paso de los siglos no borrará el eco de su nombre, unido siempre al recuerdo de una justicia social y un progreso como nunca antes conociera nuestra patria. Con él logró España ser una, grande y sobre todo libre de cualesquiera fuerzas extrañas a sus propios designios. La obra de Franco perdurará a través de las generaciones”. (El Alcázar, 21 de Noviembre de 1.975).
Tras la muerte de Franco la trayectoria política de ambos personajes no pudo ser más distinta. Lo más sencillo para Blas Piñar hubiera sido aceptar el sistema y reciclarse como franquista reconvertido a demócrata desde la doctrina de la excepcionalidad historica del régimen. También podría haber abandonado la política y regresado a su notaría desde la que hubiera obtenido mayores beneficios que en un cargo político. En lugar de ello perseveró en la lealtad a Franco y a su legado, cuando ello no estaba ya «de moda», perdiendo patrimonio personal y sometiendose a la persecución y el linchamiento mediático e institucional. Se le acusó de inmovilista, de no aceptar la necesidad de cambios tras la muerte del Caudillo y de confundir política con religión, pero nadie pudó negar su brillantez y su honradez defendiendo sus ideas con coherencia y lealtad.
Suarez, por su parte, fue ascendido por el rey a la presidencia del gobierno en la que experimentó una transformación ideológica radical, renegando no solo de su franquismo (que con palabras tan acarameladas había afirmado solo meses antes) sino también de su derechismo, presentandose como «de centro», inagurando una tradición de la derecha española de complejos y autodesprecios que llega hasta hoy. En el diario italiano “La República” declaró: “España está saliendo gradualmente, pero con absoluta firmeza, de la larga y triste vicisitud de la dictadura”. Así que lo que meses antes era «ingente labor» del que «el paso de los siglos no borrará el eco de su nombre», ahora era «triste vicisitud».
Independientemente de las simpatias o antipatias que despierte el personaje y de que se comparta o no la necesidad del cambió de sistema que operó en España, su labor como presidente del gobierno no pudo ser más nefasta: El paro subió de 4 al 15% situandose en la cifra nunca vista antes de 2 millones de personas. La inflación se disparó hasta el 26% en 1977. Aumentaron la delincuencia y las drogas. En materia antiterrorista se aprobó la Ley de Amnistía de 1977, en virtud de la cual se liberaron cientos de terroristas o se anularon sus causas sin que llegaran a estar ni un día detenidos. La mayoría de ellos volvieron a matar. La ley incluia una coletilla que rezaba: «cuando en la intencionalidad política se aprecie además un móvil de restablecimiento de las libertades públicas o de reivindicación de autonomías de los pueblos de España.» Así se pudieron beneficiar etarras, grapos y fraperos, pero no los considerados ultraderechistas. Ante esto el terrorismo se envalentonó y acrecentó a sus niveles más altos: 64 asesinatos en 1978, 84 en 1979, 93 en 1980; nunca ETA había matado tanto ni lo volvió a hacer después. Más de un crimen por semana. Mientras, los entierros de las víctimas se tenían que hacer a escondidas, saliendo los féretros por la puerta de atrás, impidiendo los homenajes populares, cargando contra los patriotas que se manifestaban en protesta, homenajes que sí recibian los etarras amnistiados. Ahora, que la liberación de etarras con motivo de la doctrina Parot indigna a muchos, deberiamos recordar su terrible precedente. Todo el arco parlamentario apoyó esta política pactista y timorata con el terrorismo con una sola excepción: La Fuerza Nueva de Blas Piñar.
En materia social y laboral se desmontó el Sindicato Vertical, entregando la representación de los trabajadores a sindicatos sin afiliados, el nuevo Estatuto de los Trabajadores cambiaba derechos de los trabajadores por poder y subvenciones para los sindicatos. La indemnización por despido bajó de 65 a 45 días. Se suprimió la seguridad en el trabajo, aceptando el despido de los trabajadores, que solo cuando eran colectivos podían ser anulados por los tribunales (y cada vez menos). Se confiscaron las mutuas laborales y se entregó a los grandes sindicatos un patrimonio desmesurado como compensación por las «expropiaciones del franquismo», a la vez que se diseñaba un sistema antidemocrático en virtud del cual UGT y CCOO podian negociar siempre con los empresarios, independientemente de lo que votasen los trabajadores en las elecciones sindicales. Aquellos sindicatos crearon, además, una conflictividad social que arruinó a muchas empresas y ayudó a dejar en la calle a 2 millones de trabajadores.
Se construyó un sistema político con listas cerradas, partidos oligárquicos financiados a golpe de subvención pública y órganos duplicados hasta la saciedad, para que pudieran colocarse tanto la clase política del régimen franquista como los miembros de los partidos y plataformas de la oposición. A ello contribuyó el sistema autonómico que, con su indefinición, alimentó las aspiraciones nacionalistas sin freno, a la vez que se le entregaban las instituciones educativas y los medios de comunicación. Se iniciaba un proceso entonces de descomposición nacional cuyos resultados podemos ver y lamentar ahora todos. Tales desafortunados sistemas fueron aceptados y defendidos con entusiasmo por todo el panorama político excepto, de nuevo, Blas Piñar y Fuerza Nueva.
Visto con objetividad Suarez fue el principal arquitecto de un sistema constitucional que, desde el principio, hizo agua por todas partes, con errores obvios y garrafales que solo Blas Piñar denunció, quedandose aisladoo en su prédica en el desierto. Los acontecimientos posteriores, en cambio, le han dado la razón. ¿Por qué entonces Piñar fue despedido entre la ignorancia y el desprecio de la mayoría mientras que sobre Suarez hemos visto elogios unanimes y sobreactuados, incluidos el cambio de nombre de un aeropuerto y una inverosimil propuesta de beatificación?
Una nación que no conoce su historia, que la niega, que somete a dogmas políticos su devenir, obviando las partes que no encajen con ellos y falsificandola, que idolatra a perjuros intrigantes mientras deprecia a hombres leales, está condenada al fracaso. Esa es nuestra España. Dios se apiade de ella.
Autor: Odiseus