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La pasión en G. K. Chesterton

Cristo con la Cruz a cuestas. 1565. Tiziano. Óleo sobre lienzo, 67 x 77 cm. Museo del Prado, Madrid.
Cristo con la Cruz a cuestas. 1565. Tiziano. Óleo sobre lienzo, 67 x 77 cm. Museo del Prado, Madrid.

Cristo con la Cruz a cuestas. 1565. Tiziano. Óleo sobre lienzo, 67 x 77 cm. Museo del Prado, Madrid.

“En todos los siglos, tanto en el presente como en los futuros, la Pasión es y será lo que fue entonces, en el instante en que tuvo lugar; algo que asombró a la gente; algo que sigue constituyendo una tragedia para la gente, un crimen de la gente, y también un consuelo para la gente; pero nunca un simple suceso que tuvo lugar en un tiempo determinado y ya muy lejano. Y su vitalidad procede precisamente de lo que sus enemigos consideraron un escándalo (…) Sigue viva porque encierra la historia asombrosa del Creador que sufre y se afana con su Creación” (“un comentario de G.K. Chesterton” a las imágenes del Via Crucis del pintor William Frank Brangwyn) No cabe una descripción del tema más adecuada: nos encontramos ante un hecho trascendental que ha partido en dos la historia de la humanidad.

¿Por qué tiene tanta importancia la Pasión de Cristo para un escritor como G.K. Chesterton? ¿Qué influencia tiene en su pensamiento y cómo se refleja en sus escritos? Es un hecho que, mucho tiempo antes de su conversión al catolicismo, este gran escritor y pensador inglés ya estaba fuertemente impresionado y marcado por la idea del Crucificado. El Dios que se hace hombre para morir en una Cruz y redimirnos de nuestros pecados fue siempre una realidad muy viva para él, y nunca lo consideró un mero símbolo o un “tópico” histórico más o menos influyente en la cultura occidental. Por esa Cruz y por el Hombre clavado en ella tantos hombres dieron la vida. De esa Cruz y del Hombre clavado en ella se han escrito las más inspiradas páginas de la literatura universal. Para un alma tan profunda y sensible, la Pasión de Cristo siempre fue algo sorprendente y terrible. Para su inteligencia clarividente no hubo nunca paradoja más grande que la de Dios hecho Hombre y clavado en una Cruz.

Podría decirse que el leitmotiv que nutre el pensamiento chestertoniano es la idea de la Encarnación. Él mismo la defino como “la idea central de nuestra civilización” (G.K.C., Thomas Aquinas, London 1933) La Encarnación es un misterio inefable, pero podemos aproximarnos a él desde la mente privilegiada de Chesterton para descubrir – en la medida de lo posible – la más importante de sus consecuencias.

La primera de todas es la redimensión o revalorización del hombre a partir de la misma Encarnación. El Verbo se hace Carne. Dios se hace hombre. “La base del cristianismo es que el hombre es sagrado” (G.K.C., Seven Day’s Hard, Listener, 31 de enero 1936) Pero no sólo se da esta redimensión del hombre, sino de toda la realidad: “El primer efecto de no creer en Dios es que usted pierde el sentido común y no puede ver las cosas como son – explica el P. Brown en una de sus historias de detectives – “y todo porque usted se asusta de cuatro palabras: Él se hizo hombre” (G.K.C, The Oracle of the Dog, The Incredulity of Fayher Brown, London, 1966) Para entender cualquier obra de Chesterton es fundamental tener presente la principalía que la idea de la Encarnación tiene en su pensamiento. Y es necesario para comprender con profundidad las implicaciones de su mirada sobre la Pasión de Jesucristo: antes de la humillación de la Cruz viene la humillación infinita del Dios omnipotente que se rebaja a la condición de creatura; en palabras del mismo autor: “si Cristo no poseyera la esencia de la omnipotencia , no tendría sentido señalar la paradoja de su impotencia” (G.K.C., “un comentario de G.K. Chesterton”…)

Si comprendemos el valor que encierra el misterio del Dios Hombre y como consecuencia el valor que adquiere el hombre (todo hombre), podremos sorprendernos con Chesterton del escándalo de la Cruz. Es el camino que Él mismo escogió para la salvación de sus criaturas, enfermas de muerte por el veneno del pecado.

Es este Dios hecho Hombre el protagonista de los sucesos más extraordinarios jamás vistos, tal y como nos lo presenta este Gran autor en una de sus obras maestras – “el Hombre Eterno” – titulando así el capítulo en el que trata los hechos de la Pasión: “La historia más extraña del mundo”(The strangest story in the world). Es una invitación a maravillarnos ante los hechos más asombrosos que se han visto en la tierra a lo largo de todos los tiempos, porque con nuestra mentalidad indiferente y superficial nos hemos acostumbrado a algo tan inadmisible para la lógica humana como es contemplar la Pasión del Señor. Aunque es un hecho que no hay muchos escritos de Chesterton que traten directamente sobre el tema. Él mismo confiesa: “no dispongo del valor suficiente para escribir sobre ello”, a pesar de reconocer que es necesario para los cristianos meditar con frecuencia en este misterio. “Todo intento de amplificar esta historia la ha empequeñecido (…) La fuerza demoledora de las sencillas palabras del Evangelio es como la de una piedra de molino, y los que sean capaces de leerlo con la suficiente inocencia, sentirán como si unas rocas les hubieran pasado por encima”. Es, por este mismo motivo, de un valor incalculable lo que nos ha dejado escrito en las páginas de “El Hombre Eterno”.

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No merece la pena colorear con palabras el oscuro huerto que se llena de antorchas y rostros furiosos y seguir paso a paso los padecimientos del Divino Redentor hasta el momento culminante sobe el Gólgota. “Igual que el Sumo Sacerdote preguntó qué otra necesidad tenían ya de más testigos, podríamos nosotros preguntar qué otra necesidad tenemos de palabras”… Pero, aunque ahorra tinta para la descripción de los suplicios padecidos por el Señor, no deja de hacer una contemplación del escenario iluminándonos con su habitual lucidez. “En esa escena estaban reunidas simbólicamente todas las fuerzas humanas. Así como los reyes, los filósofos y el elemento popular estuvieron presentes en su nacimiento, también en su muerte estuvieron implicados de un modo más práctico”. Y esto es un elemento esencial: “Todos los grandes grupos que vemos alrededor de la Cruz, representan de una u otra forma la gran verdad histórica de su tiempo (y de todos los tiempos): que el mundo no podía salvarse a sí mismo. El Hombre no podía hacer más (…) La multitud se unió a los magistrados imperiales y a los sacerdotes sagrados , a los escribas y a los soldados para que el único espíritu humano universal sufriera una condenación universal; para que se produjera un coro unánime y profundo de aprobación cuando el Hombre fuera rechazado por los hombres”. Es este el punto culminante: el Dios Hombre que carga con la culpa de los hombres y muere por ellos en el más profundo abandono y rechazo: “cuando un grito fue lanzado en la oscuridad con palabras terriblemente nítidas y terriblemente incomprensibles, que el hombre nunca entenderá en toda la eternidad; una eternidad que esas mismas palabras han comprado para él…”

La muerte de Cristo supone un hecho trascendental para el universo entero: supone una regeneración de la creación y una restauración de la humanidad, caída por el pecado. La Encarnación y la Redención no son meros sucesos accidentales de la historia de la humanidad. Son los hechos más trascendentales que hayan ocurrido, y no se repetirá nada semejante ni de tal envergadura hasta el último día de este mundo, cuando suenen las trompetas del Juicio Final. “Si nuestra teoría es verdadera, es decir, que no se trató de un accidente sino de la agonía divina que exigía la restauración del mundo, entonces no es en modo alguno ilógico que tal lamento (y  tal júbilo) dure hasta el final de los tiempos”.

Para cerrar el marco de esta visión chestertoniana de la Pasión, retomamos la idea ya antes citada sobre la vitalidad de este acontecimiento: “(la Pasión) sigue viva porque las ráfagas huracanadas procedentes de aquellas negras nubes de muerte se han transformado en un viento de vida eterna que recorre el mundo; un viento que despierta y que da vida a todas las cosas” (G.K.C., “un comentario de G.K. Chesterton…”). Después de la muerte viene la vida; la Resurrección es el culmen de la Pasión y no se puede separar de ella. Los sufrimientos del Redentor no tendrían sentido sin ella. Cuando los discípulos llegaron al tercer día al sepulcro vacío, y vieron la piedra quitada, “(…) lo que contemplaban era el primer día de una nueva creación, un cielo nuevo y una tierra nueva. Y con aspecto de labrador, Dios caminó otra vez por el huerto, no bajo el frío de la noche, sino del amanecer” (G.K.C., “El Hombre Eterno”).

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