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Don Juan Carlos de Borbón y don Felipe de Borbón

D. Manuel Fraga Iribarne, ministro de Información y Turismo de 1962 a 1969 promovió con este eslogan el desarrollo de la industria turística con éxito notable, de modo que los ingresos por turismo se convirtieron rápidamente en el principal capítulo de la economía nacional. Sin embargo, el lema fue utilizado por los de siempre de forma paródica, incluso con tintes desencantados y fatalistas, como un indicador de la anormalidad y excepcionalidad de la situación política de España frente a las democracias de Europa Occidental.

La situación que vivimos actualmente me lleva a recordar esa frase y no precisamente con la intención de D. Manuel. Me refiero a la descafeinada toma de posesión de nuestro nuevo Jefe de Estado, en la que, al parecer, prevalecerán las opiniones, como casi siempre, de las izquierdas.

Últimamente, dos Casas reinantes europeas, la belga y la holandesa, han dado paso a su respectivo sucesor con un protocolo digno y respetable. Aquí no. Aquí, que consideramos que cualquier evento es bueno porque atrae al turismo, deciden (supongo que los republicanos) que para este acto no es bueno invitar a Jefes de Estado y miembros de Casas reales y se insiste en que hay que realizarlo “con un perfil bajo”, de modo que lo quieren hacer con menos relevancia que el traspaso de carteras ministeriales.

Es cierto que España no está para grandes fastos, pero puestos así, no entiendo por qué, según dicen los cronistas de estos temas, se deba invitar a todos los diputados y senadores del Reino más sus consortes a un ágape en Palacio Real, porque seguro que el menú no consistirá en una hamburguesa. De modo que la necesidad de “perfil bajo” que tanto repiten, como siempre, no va con ellos, casta especial y privilegiada, que parecerían partidarios de: “todo para el pueblo, pero con lo del pueblo”, evolución para mal, del histórico lema del Despotismo Ilustrado.

La diferencia en el protocolo lo es también respecto a la utilizada en la proclamación de Juan Carlos I. Como se pretende diluir el acto, se le despoja de todo aquello que pueda tener simbolismo, como es el caso de la utilización de uniforme militar por el futuro Rey, al que sin embargo, se le concede poco antes el grado de Capitán General de las Fuerzas Armadas, es decir, el mayor cargo en el ejército. Puesto que se imponen los tics masónico-republicanos, es lógico que obvien todo protagonismo relacionado con los militares, de ahí la cuestión de si debe o no utilizar uniforme, así como la escuálida parada militar con que pretenden rendir honores al nuevo rey, quien sin embargo acepta el grado de capitán general, a pesar de que, según se dice, las nuevas órdenes en la Zarzuela son “militares poco, curas nada”. ¿No les parece esto una ridícula y gran incongruencia?

Claro que la mayor, considero que es la que expongo a continuación.

Tradicionalmente, hasta hace pocos años el rey de España recibía el tratamiento de “Su Católica Majestad”, en línea con el sentir de la mayoría de los españoles (con perdón de los azañistas, antiguos y  nuevos, que los hay). Es cierto que se ha simplificado el tratamiento, pero eso no creo que pueda dar lugar a olvidarse de lo que significan y transmiten los símbolos religiosos que siempre presidieron estos actos. Así que, en línea con los postulados laicistas, dan más importancia a los símbolos temporales que a la esencia del hombre que es lo espiritual, de modo que estará presente la corona y el cetro pero no consienten el crucifijo.

Tampoco se oficiará la misa conocida como del Espíritu Santo, que en el caso de don Juan Carlos en 1975, se celebró en la Iglesia de los Jerónimos. Ni siquiera se rezará un humilde tedeum, tradicional cántico de acción de gracias en España y en otros muchos países con ocasión de sus fiestas nacionales y actos solemnes.

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Recordemos, no obstante, un acto organizado hace pocos días por la Real y Militar Orden de San Hermenegildo al que asistieron como Gran Maestre, Soberano de la Orden, S.M. el rey D. Juan Carlos I y el futuro rey, Príncipe de Asturias  D. Felipe de Borbón y Grecia, Caballero Gran Cruz de la misma con motivo de la concesión de los galardones: Cruz, Placa y Gran Cruz, cuya finalidad es servir de máxima recompensa a aquellos militares que, más allá de sus libertades, superando los sufrimientos en la batalla, sirvan a los ejércitos. Previa a la celebración del Capítulo de la Orden, el Arzobispo Castrense de España celebró una Santa Misa que podemos pensar se celebró porque, en definitiva, era un acto organizado por militares,que, al contrario de lo que ocurrió en el XIX y XX no parecen estar infectados por la secta laicista.

Recibe este galardón el nombre en honor de San Hermenegildo hijo del rey godo Leovigildo que reinó entre 572 y 586. Entre los méritos de éste destaca el combate a los bizantinos, que ocupaban las Baleares, el Levante, la costa sur y Ceuta, y contra los vascones, los cántabros y los suevos; también  fundó las dos únicas ciudades conocidas que los visigodos construyeron en sus tres siglos de soberanía en España: Recópolis y Victoriacum. Leovigildo fue el último monarca que profesó el arrianismo,herejía que ataca el dogma trinitario y niega la divinidad de Jesucristo. Como los hispanorromanos eran católicos, la diferencia religiosa era uno más de los factores que separaba al pueblo visigodo con sus gobernados, junto con la lengua, las leyes y las costumbres. Tuvo dos hijos varones de Teodosia, su primera esposa, llamados Hermenegildo, que era el primogénito, y Recaredo.

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Hermenegildo casó con la princesa Ingunda, católica, a quien su nueva familia presionó para que abjurara. Se negó y Leovigildo envió en 579 a Hermenegildo lejos de Toledo, como gobernador de la Bética, la región de la Península más penetrada por el catolicismo. En Sevilla, Hermenegildo convertido, apoyado por la Bética y Mérida, se alzó contra su padre en defensa de los hispanorromanos, aunque el conflicto no surgió únicamente por motivos religiosos.

Después de cinco años de guerra civil, Hermenegildo fue vencido por su padre, que contó con ayuda de los suevos. Capturado en Sevilla murió en la Pascua de 585 por obra de su carcelero Sisberto, porque no quiso recibir la comunión de manos de un obispo arriano. Ingunda murió cuando iba a Bizancio a pedir una alianza con el emperador.

Siglos después Felipe II adoptó e impulsó el culto a Hermenegildo un príncipe que sacrifica su púrpura y su vida por fidelidad a Cristo y su Iglesia. Éste era el modelo que transmitía el monarca a su pueblo y a los demás reyes europeos. Se preguntaba de qué le sirve a un hombre ganar el mundo si pierde su alma, pero estas reflexiones no se llevan en el mundo actual.

El papa Urbano VIII canonizó  al rey Hermenegildo en 1639 y le declaró patrono de los conversos y junto a Fernando III el Santo patrones de la Corona, aunque  este aspecto  tampoco ha sido valorado. Ambos reyes pretenden ser modelos de vida y de fe para los miembros de la dinastía reinante española.

Otra cosa es que sus patrocinados más contemporáneos no hayan imitado sus virtudes.

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Licenciada en Geografía e Historia, fue profesora hasta su jubilación.

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