Felipe VI se olvidó de Dios en el comienzo de su reinado tanto en sus palabras como en sus gestos. PÚBLICAMENTE. Y no, no es un descuido. Es algo deliberado. ¿Sólo? ¿o a instancias de alguien? Aún no lo sé. En cualquier caso, se puede aplicar al análisis el dicho latino “ex abundantia cordis, os loquitur”.
Ante esta realidad se podría pensar que el nuevo rey o es un apóstata, o es un cobarde, o un ingenuo que piensa que el precio de la paz social es callar cobardemente sus propias creencias, o simplemente es un rey que tiene una reflexión superficial, «políticamente correcta» aunque falsa, que le lleva a pensar que el rey constitucional de un estado aconfesional debe callar, no dar testimonio público de Fe u ocultar aquello en lo que cree y no actuar en coherencia, coherencia a la que no sólo no está obligado como fiel cristiano sino que, como rey, incluso tiene más responsabilidad en serlo . Si él no da la cara públicamente por Dios…. que lea San Lucas 12:8-9. Y que lo lean más, muchos más.
Hubiera sido fácil, lo mínimo hubiera hasta bastado, sólo 4 palabras, ¡al menos 4!, en inglés 11 caracteres, como hacen incluso los dirigentes de naciones jóvenes como EEUU cuando juran su cargo: «so God help me». Pero nada, ni eso. Ni misa ni “te Deum” ni acción de gracias ni ofrecimiento de reinado, ni leve petición de ayuda a Dios. Un discurso real que tiene elementos muy bien pensados, muy positivos; sin embargo, chafado porque elige edificar sobre arena. Pelagiano, no necesita de Dios. Ni cuatro palabras. Ni eso. Ni el 10% de un Tweet.
Y eso es más grave de lo que parece. Mucho más grave. Y tiene funestas consecuencias. Y nos atañe a todos.
Aún puede rectificar. ¡Aún puede!. Y aunque fuera el único que lo dijera públicamente, lo diré. QUE DIOS LE AYUDE Y NOS AYUDE A TODOS.