«… Desde el amanecer han comenzado a presentarse en la plaza del Castillo los requetés navarros. En sol se alza sobre esta anchurosa plaza rodeada de soportales como tantas plazas españolas, esta anchurosa plaza donde convergen los caminos del antiguo Reino de Navarra. La Diputación foral preside la plaza cuyo centro ocupa un provinciano quiosco de música. Muy cerca de la plaza del Castillo sobre el suelo una placa testimonia el lugar en que hace cuatro siglos cayó herido el capitán Iñigo de Loyola.
Huele a gasolina, a aventura, a campo, a sudor. En las primeras horas de la mañana una compañía del Regimiento de América, mandada por el capitán Luque, ha dado lectura frente al hotel La Perla al bando firmado por el general Mola proclamando el estado de guerra.
Desde la tarde de ayer, por toda Navarra de sur a norte y de este a oeste, ha circulado la orden de concentración: «Cúmplase la orden del 15; mañana en Pamplona a las 6», y de boca en boca por los campos, por los bosques, a lo largo de los ríos, por villas, pueblos y caseríos, en iglesias, en círculos carlistas, en tabernas, en las casas, en los establos ha corrido la consigna pronunciada con júbilo en voz alta, sin recatarse ya: «Al amanecer en Pamplona». Desde que ha roto el alba están llegando en camiones, en coches de línea, en autos, a pie, los requetés navarros. Vienen con sus boinas rojas, con camisas caquis, con bandas, con albarcas, con alpargatas, con botas montañesas; vienen con cananas de cazador, con mantas terciadas, con morrales, con botas de vino, con vivas, con canciones. Los requetés navarros, hijos y nietos de carlistas, con revólveres, con escopetas, con pistolas, con viejos e inservibles fusiles, se presentan en la plaza del Castillo con ruido de motores, con saludos, con banderas desplegadas. Sobre el pecho lucen medallas, escapularios con el «detente bala», cruces, sagrados corazones. Han abandonado los ganados, las herramientas, la cosecha, las mujeres, los hijos. Los de Villaba se han presentado con el Ayuntamiento al frente; a los de Lumbier les acompaña también el municipio en pleno, el juez y el cura.
Por carreteras, por caminos; de las sierras de Andía, de Urbasa, de Roncesvalles, de las sierras de Leyre y Arrigorrieta descienden los montañeses; de Tafalla, de Olite, de Corella, de Fitero, acuden mozos de la Ribera. «Al amanecer todos en Pamplona». Son un ejército civil, abigarrado, con banderas rojigualdas, porque ellos, tradicionalistas, no acatan la República, como no acataron de abuelos a padres y de padres a hijos, la monarquía isabelina o alfonsina. No llevan los más, por demasiado jóvenes, cartilla militar con la indicación de «Valor, se le supone». Van llegando procedentes de Sangüesa, de Aoiz, de Mendigorría. Remontando el camino de Santiago acuden los de Estella, y los de Puente la Reina; convergen en la plaza del Castillo con quienes en sentido inverso siguen la ruta jacobea; los de Huarte, Valcarlos, Burguete. Van presentándose los de Roncal, Ochagavía, Isaba, los de Peralta, Arquedas, Echarri-Aranaz, los de Irurzun, Santiesteban. Artajona ha concurrido con todos sus hombres.
Como para una romería, como para sanfermines, como para las ferias, los autobuses de línea marchan hacia la capital; la Lumbierina, El Ega, La Salacenca, La Sangüesina, La Estella, La Baztanesa… Leñadores, aserradores, pastores, los de tierra de pan, los de tierras de vino, hortelanos, curtidores, herreros, los comerciantes de las villas, carniceros, ebanistas, contrabandistas, los buhoneros, los esquiladores, los toneleros, albañiles, labradores, los que injertan, los que cavan, los que siembran, los que podan, los que siegan, los que vendimian.
En secreto llevan años instruyéndose para la guerra y vienen dispuestos a hacer la guerra. Acuden los padres, los hijos, los hermanos, los primos, los amigos. Curas y sacristanes, abogados y médicos, estudiantes, letrados e iletrados, van presentándose en la plaza del Castillo.
Con los de la boina roja, jóvenes con camisas azules, todos hablan, discuten, forman. Del centro de Izquierda Republicana se han arrojado a la plaza retratos y papeles; los falangistas han izado en su balcón la bandera roja y negra, y en el centro carlista, en la misma plaza cuelga la bandera de los colores rojo y amarillo, no la bandera tricolor de la República.
El público corre, se arremolina, aplaude. Del centro carlista, uniformado y marcando el paso, sale el Tercio de Pamplona; lo manda Jaime del Burgo, un joven de 23 años.
Están aquí, y si no han llegado, llegarán, porque, «al amanecer todos en Pamplona»: los de Cirauqui, Mañeru, Valtierra, Murillo, Leiza, Ujué, San Martín de Unx, Beire: los carlistas navarros.
En sus canciones, en sus medallas, en sus banderas, en sus gritos, en sus boinas, en sus alpargatas, en sus rosarios, en sus botas de vino, en sus jaculatorias, en sus macutos, en sus mantas, en las postas de sus cartuchos, en el punto de mira de sus fusiles, traen a su Dios, a su Patria, a sus Fueros y hasta a su Rey.»