Una tarde a finales de septiembre de 1936, como todos los días, Don Alfonso Carlos de Borbón y Austria-Este (Alfonso Carlos I) cruzó la calzada en dirección al parque de Belvedere, pero esta vez no llegó a su destino. Un camión del Ejército austríaco lo arrolló antes de alcanzar la otra acera. Ese mismo día, el monarca, que trabajaba sin descanso a pesar de su edad –dos semanas antes había cumplido ochenta y siete años– había felicitado a los defensores del Alcázar de Toledo por su gesta. A las pocas horas, el 28 de septiembre, el Rey en el exilio entregaba su alma a Dios. Mientras, en la Patria lejana, el futuro era incierto, pues la Cruzada apenas había comenzado. Pero todo parecía indicar un cambio de ciclo en la historia de España.
Consciente Ignacio Romero Raizábal de la oportunidad periodística que le ofrecía la muerte del monarca desterrado, viajó con los próceres del Carlismo para asistir a su entierro en el castillo de Puchheim. El libro que hoy presentamos nació, pues, como reportaje sentimental (así lo llama el autor en su subtítulo, al que añade «Impresiones de un viaje a Viena con motivo de la muerte de Don Alfonso Carlos») en recuerdo del último descendiente directo de Don Carlos V. A lo largo de sus páginas van apareciendo ante el lector las autoridades de la Comunión de aquel momento: Manuel Fal Conde, José María Valiente, Juan Sáenz-Díez, Lamamié de Clairac, Gómez de Pujadas, Zamanillo y, sobre todo, la figura, hasta entonces poco conocida, del Príncipe Regente Don Javier, a quien Romero Raizábal ofrenda este libro. La historia, cuajada de anécdotas, narra, por ejemplo, uno de los intentos fallidos de asesinato que sufrió Fal Conde a lo largo de su vida. Pero, como es natural, se dedica especialmente a ensalzar la personalidad del Rey Don Alfonso Carlos como modelo de príncipe cristiano y a presentar su matrimonio con Doña María de las Nieves como ejemplo digno de imitación.
La simpática redacción de Romero Raizábal no quedó exenta de críticas, pues el estilo demasiado cercano del santanderino molestó a más de uno. Entre otros, a Román Oyarzun, quien se despachó a gusto en su Historia del Carlismo calificando el libro de «versión pimpante y animada», a lo cual replicaría mucho más tarde Romero Raizábal en su El prisionero de Dachau 156.270.
Boinas Rojas en Austria fue recibido con entusiasmo, y se sucedieron varias ediciones a partir del mismo año 1936, las primeras impresas en Burgos, «propiedad de la Junta Nacional Carlista de Guerra (Delegación de Prensa y Propaganda)» hasta que esta junta pasara a la clandestinidad, también en plena Cruzada de Liberación.
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