En ocasiones encontramos frases como estas: “La evolución ha decidido…” “La evolución ha impuesto…” “La evolución dirige…” “La evolución controla…”
Este modo de hablar refleja una mentalidad común, también presente en algunos científicos famosos y en filósofos que se declaran agnósticos o ateos. Según esa mentalidad, el proceso evolutivo mostraría señales que permiten hablar de orden y dirección, como si “la evolución” siguiese o impusiese algunas leyes a los seres vivos.
Sin embargo, ¿es correcto hablar así? ¿De verdad “la evolución” dirige algo? ¿No sería más exacto, en una mentalidad que quiera ser estrictamente científica, constatar que ocurren eventos, sin que haya ninguna evolución que controle nada, sin que sea legítimo hablar de orden y de objetivos evolutivos?
Un científico puede constatar que existe el ADN, que hay parecido entre los cromosomas de seres vivos diferentes, que encontramos fósiles que muestran la existencia de especies que luego desaparecieron. Pero luego, si pretende hacer afirmaciones que vayan más allá de lo que constata, necesita recurrir a una visión filosófica más o menos explícita.
Que esa visión sea correcta o desacertada va más allá de los aparatos usados y de los fenómenos observados. Porque las teorías se construyen, ciertamente, a partir de hechos concretos, pero superan en mucho lo que se logra comprobar con la sola experiencia empírica.
Por eso, quienes afirman que la evolución dirige, hace, controla o decide algo, simplemente caen en una curiosa forma de antropomorfismo, como si viesen una mano invisible que provoca cambios en los seres vivos y los orienta según un proyecto más o menos preestablecido.
Esa mano invisible, sin embargo, no puede ser admitida por quienes rechazan la idea de espiritualidad, de intelecto, de libertad. Por lo mismo, un científico que niegue la existencia de Dios y que sólo crea en la materia, o en una energía anónima y confusa, no puede admitir ni fines, ni direcciones, ni control alguno en los procesos evolutivos.
En cambio, la idea de una dirección y un proyecto en las transformaciones que se producen en los seres vivientes y en sus complejos sistemas de autorregulación, sólo puede darse si admitimos que existe un Dios transcendente, capaz de proyectar y de decidir, con un poder suficiente para iniciar y dirigir procesos orientados a metas concretas.
Lo cual, ciertamente, va mucho más allá de lo que se puede alcanzar desde investigaciones que se limitan a los datos empíricos, como también va más allá del microscopio afirmar que la evolución “decide” algo …