«Algunos críticos todo lo ponen en duda como no sea lo que ellos fabrican en su impiedad; no quieren tradiciones antiguas sin escrituras y niegan las escrituras que les presentan para las tradiciones antiguas.»
MELCHOR CANO (1509-1560), Las fuentes de la teología.
¿Por qué hay fieles católicos que desprecian la Tradición?
Tal vez porque la Iglesia ha dado pasos muy arriesgados para atraer a su hogar a las ovejas perdidas. La tradición es odiosa para los modernistas que ocupan la Iglesia, como lo sigue siendo para los protestantes. Si nos fijamos, Tradición y modernismo son conceptos antónimos. Alguno, quizás usted mismo, querido lector, se preguntará por qué los modernistas y los protestantes aborrecen la Tradición. Evidentemente porque al proceder ésta de la orden de Cristo a San Pedro: «Guarda el depósito», la Tradición marca inmutable el fundamento doctrinal sobre el que se edifica todo el Magisterio de la Iglesia. En su esencia, instituida por Cristo con tal objeto.
Claro está que si las universidades, noviciados y seminarios de la Iglesia fueron tomados por el modernismo no es de extrañar que esto no se transmita.
Para los católicos la Tradición no da un conocimiento espontáneo sino recibido por la predicación de los Apóstoles, el cual entronca con la Revelación de Dios al que creemos encarnado, consustancial al Padre, es decir Cristo. La Revelación confirma el sentido común o la inteligencia de las cosas intuidas; ejemplo nos dan los sabios que se destacaron sobre un enjambre anónimo. Pero, lo que coronaría las respuestas vitales del existir tiene vacíos insondables que sólo Dios puede llenar y que provienen de esa Revelación que la fiel Tradición nos guardó hasta hoy. Y para siempre.
La Tradición es algo que entronca con la sabiduría más antigua, desde que el hombre entendió y asumió que todo lo que encontramos al nacer hubo de tener forzosamente una causa primera. Así lo creían Tales de Mileto, Parménides, Sócrates, Aristóteles… Séneca… Virgilio…, tan cercanos al cristianismo sin ellos saberlo. (Hch 17, 27).
¿Es lo mismo Tradición que enseñanzas?
Me atrevo a proponer algunos ejemplos. La Tradición católica, o doctrina de los Apóstoles, es creer que el poder político y social nos viene de lo alto, como un servicio a Dios y a su pueblo creyente. Dicho poder, puesto que viene de Dios, debe supeditarse a sus leyes. Sin embargo, la enseñanza, que es de hoy pero tal vez no de ayer, de ayer pero quizás no de mañana, es algo que se puede aceptar o rechazar. Así, tenemos que ahora se subraye, para manipular a Cristo en contra de sí mismo, aquella su sentencia: «Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios», como falso argumento de que Jesús propuso la no confesionalidad de los Estados.
A lo que muchos dicen de los periodos de la historia, como justificación de cambios y adaptaciones morales les pido recuerden que la Tradición no tiene fecha de caducidad, igual que Dios no tiene edad. Por tanto, las verdades que transmite son perennes, sólidas y universales. Por ella todos nosotros nos adherimos «indefectiblemente a la fe que se transmitió de una vez para siempre…». (CV2º Constitución sobre la Iglesia, C.2, 12)
Es la Tradición la que nos muestra a todos «la insondable riqueza de Cristo dispensando a través de la Iglesia el misterio escondido desde los siglos». (Ef 3, 8-11)
Cristo, el Emmanuel, Dios con nosotros, no sólo fue presentido en las tumbas etruscas, en las piedras sumerias, en la tradición hebrea, por los sacerdotes egipcios o por los sabios de la Grecia y Roma antiguas… También se le esperaba en otras nuevas/viejas culturas como las de “la Divinidad Verdadera” en que creían los aborígenes americanos, los más cultivados del Neolítico en que todavía estaban.
De las tradiciones de la América precolombina es claro que los cristianos no pudieron “usurpar” nada; Cristo había venido al mundo mil quinientos años antes de que las carabelas españolas fondearan en sus costas. Mas la sorpresa fue enorme. De generación en generación los ancianos de aquellos pueblos transmitieron ideas y creencias de enorme parecido a las que llevaban los visitantes. Habían anunciado que algún día serían dominados por otros hombres “que tendrían un dios con el poder de un árbol, el madero enhiesto». (W. von Hagen, Los mayas, México). No confundir con los tótem de otras tribus del norte, más primitivas. Quien visite en Madrid la gran plaza de Colón podrá leer el anuncio de la llegada de los españoles: «Recibid a vuestros huéspedes los de Oriente, los hombres barbados, los que traen la señal de Ku la deidad.» (Op. cit.) Un texto detalla que la señal de “Ku”, «única deidad del cielo con el Uaom Ché, Madero-enhiesto, se mostrará al mundo cuando llegue su amanecer».
Así, podríamos aplicar al Descubrimiento la afirmación evangélica de que «a los que vivían en parajes de muerte, una luz les nacía» (Mt 4, 16) He aquí algunas luces:
Quetzalcóatl, misterioso caudillo benefactor de ciudades en el que los aztecas «veían al mismo dios hecho hombre…» (Op. cit.)
Otro precursor por cuya fe se allanó la proeza española de la cristianización, fue Netzhalcoyotl, un rey chichimeca amante de la filosofía. Enseñó la idea de un dios − al que consagró su vida − «único, todopoderoso, invisible y creador de todas las cosas». A uno de sus criados se le apareció un joven «transparente y luminoso» que afirmó ser mensajero del «Dios Eterno y Omnipotente». Este ¿ángel? dijo al criado que Dios estaba muy contento con su amo y le anunció que un hijo le nacería para asegurar su sucesión. La promesa se cumplió y, en agradecimiento, edificó un templo «al dios desconocido creador de todas las cosas». ¿Al dios desconocido? Paralelismo inesperado con aquél otro del Areópago que tomó San Pablo para hablar de Jesucristo a los atenienses… (Hch 17, 23)
Cuenta una leyenda que cuando los españoles estaban a las puertas del imperio azteca, la hermana de Moctezuma, que se llamaba Papatzin, quedó como muerta por, tal vez, un síncope seguido de catalepsia. Al volver en sí dijo que se le había aparecido un joven enviado por “el verdadero Dios invisible”, vestido de blanco y con alas de plumas, el cual llevaba en la frente una señal en forma de cruz… (cfr. UNA GRAN SEÑAL APARECIÓ EN EL CIELO, Santa Cruz Altillo, México, 1976. (“Historia Chichimeca”, de Fernando de Alva Ixtlixóchitl.)
No terminaré sin abrirles el libro del “Popol Vuh” donde se recogen todas estas leyendas,anteriores al Descubrimiento, cuyos patriarcas contaban a su pueblo. En ese libro, conocido como “la Biblia Maya”, se lee una descripción de los atributos de Dios. Incluso nos describe la forma en que creó el mundo. Para empezar, creían en tres personas celestiales, cada cual un dios independiente y las tres juntas un solo dios. Esas tres personas unitarias, a las que el “Popol Vuh” llama “el Corazón del Cielo”, acordaron acometer la Creación: «Esta es la relación de cómo todo estaba en suspenso, todo en calma, en silencio; todo inmóvil, callado y vacía la extensión del cielo. […] Únicamente había inmovilidad y silencio en la oscuridad de la noche. Existía sólo el cielo y el Corazón del Cielo, que éste es el nombre de Dios, y así es como se llama. Llegó aquí entonces la Palabra…» ¿La Palabra? ¿Dice La Palabra…? La plenitud de los tiempos la esperaba. (Gal 4, 4; Heb 9, 26 y Ef 1, 10)
No confundir lo que es Tradición con lo que es costumbre.
Tradición, por ejemplo, es que Jesús instituyó la Eucaristía «después de haber cenado», justamente conservada para distinguir que no nos estaba proponiendo una cena, tampoco «el ágape del amor fraterno» sino una maravilla única que sólo se explica si salida del cielo, ex-celsa en sí misma. Y lo singular que se nos destaca es que la instituye «después de haber cenado». Esto es lo que explica que la Iglesia guardara el ayuno como condición para comulgar. Que no se hace con comida de casa sino con pan del cielo. Dado que, tras el CV2º, en la práctica se derogó, hoy la mayoría de católicos nada sabe del porqué del ayuno, inclusive ni el Papa Francisco si recordamos cómo lo ridiculizó en unas recientes declaraciones.
Por tanto, el ayuno para la comunión no es un obsequio de ascetismo, no solamente, sino una tradición necesaria de cumplir para separar la idea falsa de banquete de la verdadera de victima. Víctima ofrecida, sacrificada y destruida. El ayuno nos resalta que la Sagrada Hostia no es comida, no es una vianda, sino Jesús mismo, pan vivo bajado del cielo (Jn 6, 51-58), el sacrificio del Cordero de Dios: su cuerpo y su sangre en las especies de trigo y uvas, como sacerdocio no aarónico sino según el orden de Melquisedec .Distinción de importancia fundamental en nuestra religión y que la Nueva Pastoral anula o adultera en favor de un exclusivo origen mosaico imposible de conjugar con el adjetivo católico.
Costumbre es, p. ej., la fiesta de los toros, que el papa, como lo hizo San Pío V , puede condenar, como la condenó; o rectificar de haberlo hecho, como rectificó. Igual podemos decir de costumbres que ayudan a la fe. Costumbre, era, por supuesto, vestirse el pueblo fiel con la mejor de sus galas para celebrar las grandes fiestas de nuestra religión.
Importancia de estudiar – con lupa – las traducciones
Los iniciadores del protestantismo, sabedores de estas distinciones que he intentado ilustrar llamaron enseñanzas a las tradiciones. De este modo se subliminaba la idea de que ‘la enseñanza’, obviamente, es algo que debe anteponerse a la tradición, tomada por cosa antigua, gastada y retrógrada. Milagros de la ingeniería del lenguaje en que tan estudiosas fueron y son las logias. No todos se dan cuenta de estas cosas, muy particularmente desde que se impuso remitirse como elixir infalible al Concilio Vaticano II. Pozo inocente de mentiras y sutiles engaños.
Esta ingeniería del lenguaje, bien lo sabemos, ya sirvió para desacralizar el Padrenuestro, el Gloria, el Credo, el Sanctus y hasta la fórmula de la consagración que ahora dice: «Esto es mi cuerpo», en lugar de Este es… Son cambios producidos en multitud de pasajes evangélicos donde las nuevas versiones se dan por buenas simplemente porque se han cambiado al gusto del tiempo. Eso era exactamente lo que se pretendió: «Ponerse al día», «aggiornamento«, que no es otra cosa que adaptar la Iglesia y su mensaje a la corriente de los tiempos… Esto es, según el mundo lo acepte más gustoso… ¿Es que mundo, demonio y carne ya no son los enemigos del alma? Pues, efectivamente, parece que no. Porque el mundo debe ser amado como San Josemaría lo amaba, a pesar de que Jesús nos dijo todo lo contrario: “No ser del mundo aunque estemos en el mundo”. Tampoco parece existir el demonio, como lo comprobé en un bautizo donde el párroco omitió el obligado exorcismo. Y de la carne, qué decir… Evítenme recordar el último Sínodo y “los muchos dones” que la Iglesia podría esperar de ciertos amanuenses del placer carnal.
¿Es más lo que nos une que lo que nos separa?
Aquella bondadosa frase del «Papa Bueno», Juan XXIII, como tantas con las que nos fue enterrando poco a poco, resultó un eficaz engañabobos. «Son más las cosas que nos unen que las que nos separan.» Pero no era así. Porque lo que nos separa sigue siendo principio y fundamento de nuestra religión y, lo que nos une, por desgracia es sólo apariencia. ¿Qué nos une a partir de que, según qué sectas, con los hermanos separados que no creen en la divinidad de Cristo, ni en la virginidad de su Madre, ni en el sacrificio de la Misa, ni en la presencia real, ni en la confesión y perdón de los pecados…? Aparte de que mil manzanas dulces, con una sola que nos mate, no es mayoría fiable.
Locura parece que, hoy, se desacredite todo lo que venga de la Tradición, río de luz que nos sube hasta el manantial de nuestra fe. Un ejemplo de esto nos lo ofrece San Pablo en 2Tes, cap.2, v.15, donde dice: «Así, pues, hermanos, sed constantes y mantened firmemente las tradiciones en que fuisteis adoctrinados…»
Recomiendo comparar las versiones de la Vulgata, las de Nacar-Colunga o las innumerables previas al CV2º, frente a las versiones protestantes de Reina y Valera que no nos regalan un detalle de acercamiento a las católicas. No obstante, debo advertir que muchas versiones españolas -entre ellas las de Librerías San Pablo- no cuidaron esta distinción entre tradición y enseñanza. Ejemplo de descuido en esto es la Biblia del Prf. Straubinger, muy vendida en Argentina justamente por su rigor doctrinal y la gran cantidad de buenos comentarios. Prestigioso autor que en la cita de San Pablo eligió decirenseñanzas en lugar de tradiciones… Por descontado que, a la vista de las ediciones modernas, ésta argentina sea la más ortodoxa que hoy se pueda encontrar.
Un comentario de la Biblia de la BAC, Bover-Cantera, 1954, nos facilita entender la preferencia por las enseñanzas y el borrar las tradiciones
… es triste el fenómeno que aquí y un poco más abajo (3, 6) ofrecen las versiones protestantes, las cuales mientras traducen indefectiblemente TRADICIÓN siempre que se trata de tradiciones reprobables, cuales eran las farisaicas, esquivan, en cambio la enojosa palabra cuando, como aquí, se trata de tradiciones recomendadas, cuales eran las tradiciones apostólicas. Con este procedimiento no muy leal, las versiones protestantes del Nuevo Testamento dan la falsa impresión de que la TRADICIÓN es cosa reprobada en la Sagrada Escritura.