Hay en España una nada velada simpatía y admiración por este político británico, al que le regalaron el Premio Nobel de Literatura por un solo libro, que ya es mérito. Claro que no tanto mérito como el de Obama, ganador del Premio Nobel de la Paz, quizá concedido por algún partidario de la neo-lengua, de la que se habla en la novela “1984”, capaz de denominar PAZ a la GUERRA.
Indudablemente Churchill es un personaje más que notable en la historia de Inglaterra, y por supuesto de Europa y hasta del mundo, pero habiendo llegado tan alto, sus responsabilidades son también enormes, es decir, sus responsabilidades en sus fracasos y en sus errores. Y cosa curiosa, también aparece en la Historia de España, ya que tuvo que bregar con un imprevisible Franco que podía amargarles el desayuno (té con pastas) a los británicos. Pero es que Churchill aparece de manera marginal o anecdótica en nuestra pequeña historia, ya que estuvo agregado como observador militar en el Cuartel General español en Cuba durante la guerra hispano-americana, y de aquella experiencia se trajo para su amplia colección de medallas, una Cruz Roja del Mérito Militar, nada menos.
Ya en las guerras de los Boers las pasó algo mal al caer prisionero de aquellos a los que Inglaterra quería quitar sus minas de diamantes, Sobrevivió y siguió subiendo escalones en su carrera política y acabar de Gran Lord del Almirantazgo, lo que le permitió cometer el tremendo error del desembarco en los Dardanelos en la guerra del 14, que tanta sangre y barcos costó a los británicos, si bien los muertos los solían poner los neozelandeses o los australianos. Ya en la segunda guerra mundial, su habilidad, coraje e inte-ligencia salvaron a unas islas Británicas en sus peores momentos (ya se sabe, “sangre, sudor y lágrimas”), pero no puede escapar de su responsabilidad en el desembarco en Dieppe. Esta vez los muertos y prisioneros los pusieron en gran mayoría los canadienses.
Pese a los años transcurridos, en Francia no se olvidan de la matanza de marinos franceses a la semana de la rendición de Francia, sin que hubiera una previa declaración de guerra al gobierno de Vichy, pero los ingleses llevan en sus genes el atacar por sorpresa sin decla-ración alguna de guerra, que es la mejor forma de acabar con un enemigo que cree todavía que el fair play es cosa de la Albión. En Mes el Kebir y Dakar murieron más de 3.000 marinos franceses. Vamos, un Día de la Infamia, que es un festival no sólo japonés, como el de Pearl Harbour.
Hay otra actuación del gobierno británico (Churchill…) cuando ante las presiones de sus aliados de la URSS que querían un ejército polaco sólo obedientes a Stalin, “accidentaron” al jefe polaco del ejército que se refugió en las Islas Británicas, el que murió oportunamente en Gibraltar, acabando de golpe con los problemas ruso-británicos. La muerte de este general pola-co, Sikorski, era el de una muerte anunciada, tanto es así que el polaco sospechaba algo y así lo declaró, pero es que llegó la noticia de su “accidente” en el canal de Suez unos días antes de su “accidente” en Gibraltar, esta vez la noticia definitiva. Y al final de la guerra entregó a los rusos, a quienes respetaba más de la cuenta, a los cosacos que se habían rendido al ejército británico y que con sus familias habían seguido la retirada del ejército alemán hasta Italia. Los de la URSS se encargaron de no dejar ninguno vivo. También entregaron a los de Tito a los italianos pri-sioneros que habían combatido contra él, y que rendidos a los británicos, fueron reenviados a Yugoeslavia donde los encerraron en barracones para incendiarlos posteriormente.
Claro que una de las joyas de esta corona de vilezas son los bombardeos de Hamburgo, Colonia, Berlín o Dresde. Cuando los periodistas preguntaron muchos años después al mariscal Harrys, responsable de los bombardeos sobre Alemania, el por qué de aquella brutalidad sobre una Alemania casi vencida, res-pondió muy enfadado: “¿y usted cree que esa orden la di yo?”.
Con Franco pretendía mantener la política de la zanahoria (Gibraltar) y el palo (si se portaba mal ocupar las Canarias) y para eso mandó a otro Gran Lord del Almirantazgo pasado de fecha, Samuel John Gurney Hoare, vizconde de Templewood, organizando una rara operación de compra, a golpe de millones de libras, de los generales “franquistas” para que impidieran la entrada de España en la guerra al lado de Alemania. Posteriormente negó aquella promesa de hablar de Gibraltar (la zana-horia) pretendiendo dejar como embus-tero al Duque de Alba que había recibido personalmente esa promesa.
Pues eso, que cada palo aguante su vela. Un gran político británico, de los más importantes de su Historia en momentos difíciles, pero responsable de sus errores que fueron muchos y graves. Como español no tengo por qué estarle agradecido. Algo así como a Jaimito, que lo mejor que se le podía pedir es que no fuera peor.