Hablar de milagros sorprende. En parte, porque la vida normalmente sigue unas leyes fijas que parece imposible quebrantar. En parte, porque no todo lo que es presentado como milagro lo es realmente.
En parte, y aquí vale la pena detenernos, porque algunos suponen que el progreso del saber ha desterrado por complejo los presupuestos indispensables para aceptar un milagro.
Por eso hoy, como en otros tiempos, hay quienes sonríen escépticamente si escuchan a alguien hablar de milagros. No faltará quien susurre: ¿cómo, es posible que en el siglo XXI alguien crea en los milagros?
En un artículo titulado “El restablecimiento de la filosofía, ¿por qué?”, recogido en el libro “El hombre común”, Gilbert K. Chesterton abordaba una situación parecida hace casi 100 años.
¿Qué ocurría entonces? Según Chesterton, muchos hombres modernos, cuando escuchaban hablar de milagros, exclamaban algo parecido a lo siguiente: “¡Pero, mi querido señor, estamos en el siglo XX!”
La frase parecía simpáticamente absurda al famoso polemista inglés. Con un juego de ironía simpática, respondía: “Vale la pena tener cierto entrenamiento en filosofía, aunque sólo sea para evitar hacer el tonto de una manera tan horrible. A fin de cuentas, tiene menos sentido que decir: «¡Pero, mi querido señor, estamos en la tarde del martes!» Si los milagros no pueden ocurrir, no pueden hacerlo ni en el siglo XX ni en el siglo XI. Si pueden ocurrir, nadie es capaz de probar que existe una época en que no puedan ocurrir”.
La pregunta central ante una afirmación así es obvia: ¿qué quiere decir quien afirma que es imposible creer en los milagros en el siglo XX o en el siglo XXI? Una posible interpretación era criticada por Chesterton de esta manera:
“Mas si solamente quiere decir que se puede creer en los milagros en el siglo XII, pero no se puede creer en ellos en el siglo XX, entonces nuevamente se equivoca, tanto en teoría como de hecho. Se equivoca en teoría porque el reconocimiento inteligente de las posibilidades no depende de una fecha sino de una filosofía. Un ateo podría no creer en el siglo I y un místico podría seguir creyendo en el siglo XX. Y se equivoca de hecho, porque todo muestra que habrá muchos milagros y mucho misticismo en el siglo XXI; y sin duda alguna, su cantidad va en aumento en el siglo XX”.
Para no sucumbir ante una crítica tan fulminante, es posible reconstruir la serie de razonamientos que un escéptico tiene presente en su interior al decir que es imposible admitir milagros en el siglo XX. Seguimos con las palabras del artículo de Chesterton:
“Lo que quiere decir es esto, poco más o menos: «Hay una teoría que explica este misterioso universo, por la cual, en realidad, se inclinó cada vez más gente durante la segunda mitad del siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX; y hasta este punto al menos, la teoría creció con los inventos y los descubrimientos de la ciencia a los cuales debemos nuestra actual organización -o desorganización- social. Esta teoría sostiene que causa y efecto han obrado desde el principio en una secuencia ininterrumpida como un destino fijo; y que no hay voluntad tras ese destino; de manera que debe obrar por sí misma en ausencia de esa voluntad, como una máquina debe funcionar en ausencia del hombre. En el siglo XIX, hubo más personas que sostuvieron esa particular teoría del universo. Yo, particularmente, la sostengo y, por lo tanto, es evidente que no puedo creer en milagros”.
Un razonamiento así es ciertamente más serio y completo del simple afirmar “¡pero estamos en el siglo XXI!”. Pero es también confutable de un modo muy sencillo. En palabras de Chesterton: “Yo no sostengo esa teoría, y por lo tanto es evidente que puedo creer en los milagros”.
Entonces, ¿se puede creer en milagros en el siglo XXI? Sí, cuando adoptamos una determinada teoría filosófica entre las muchas que existen. Esa teoría filosófica, desde luego, no puede contraponerse a aquellos aspectos empíricos que son estudiados e integrados en muchas teorías científicas. Pero sí puede ir contra presupuestos filosóficos que algunos introducen como parte no empírica de su teoría, precisamente porque en cuanto presupuestos filosóficos no se ven bajo el microscopio ni se observan en el telescopio.
Lo importante, según la lección de Chesterton, es evidenciar bien cuáles son los principios filosóficos que sostienen nuestras afirmaciones. Sólo entonces nos daremos cuenta de que era posible rechazar la existencia de milagros hace siglos según algunos presupuestos; y que en nuestro tiempo, desde otros presupuestos, hay y habrá hombres y mujeres que no sólo los acepten, sino que cambien radicalmente de vida tras haberlos reconocido en su mente y en su corazón.