La miserable “Ley de la Memoria Histórica”, pergeñada por un idiota descerebrado y perverso, y firmada por un monarca del que mejor es no hablar por si hay niños delante, ha sometido a la sociedad española, que denominamos así por la zona geográfica en que se encuentra, y no por su personalidad histórica, a un estado muy parecido al estupor del idiota. Resulta que es la única ley que todos respetan, obedecen y cumplen, incluidos los medios y políticos de la derecha, estos con un raro fervor. Y no olvidemos a los máximos “Mandos” militares y hasta a la propia Iglesia “española”. Otras leyes sobre idioma, Banderas o derecho al honor, se saltan a la torera.
Sin embargo, como en España hay de “tó”, un nada despreciable espacio social, aunque acepta sin crítica alguna la perversa ley, matiza un poco, y viene a decir que, bueno, que al fin y al cabo todos eran iguales, que los “republicanos” también hicieron de las suyas, y que todo se debe a que hubo una inútil y sangrienta guerra fratricida, que nunca debió ocurrir, cuando lo que se debería haber hecho era consensuar, dialogar, ceder un poco…, porque las circunstancias no eran tan graves ni tan extremas como para justificar un alzamiento contra un gobierno “legalmente constituido”. Y así se escribe, tanto en el desmemoriado ABC como en EL PAIS, y también oímos estas simplezas en las sesudas tertulias de la descafeinada derecha, esa que huye como de la peste de cualquier comentario favorable a algún aspecto menor del régimen que llaman “franquista”, porque la “pela es la pela” y no está el país para meterse, uno más, en las colas del paro por una tonta cuestión de opinión.
Nosotros somos implacables y no hacemos concesiones, no pactamos ni consensuamos con nadie. Nosotros que hemos sido testigos de la Historia de España, incluso en los albores de la guerra civil, mantenemos que aquella guerra fue una guerra justa y necesaria, guerra de Liberación y Cruzada, por la sencilla y comprensible razón de que liberó a España de sus peores enemigos exteriores e interiores, y con un admirable espíritu de cruzados.
Una generación de templa-gaitas sin dignidad, memoria ni vergüenza no puede echar a la basura a aquella otra generación heroica que salvó a España de caer en la órbita marxista. Porque nos negamos a admitir que en aquella guerra se enfrentaron dos conceptos diferentes de España, cuando sólo había idea de España en el bando nacional, hoy denominado de forma aplastante, intencionada y falsa, como bando “franquista”. El bando rojo, el del Frente Popular, régimen siniestro apoyado por los mismos partidos marxistas que quisieron acabar con la república para implantar la dictadura del proletariado (¡lo decían ellos!) en octubre de 1934, carecía de idea de España como entidad histórica. Al fracasar el alzamiento nacional y desembocar aquello en una guerra civil, la que ellos buscaban desde hace tiempo (insistimos… ¡lo decían ellos!) y que era la pesadilla del presidente de la República Alcalá Zamora, para mostrar una mejor cara al exterior, se hizo “republicana”, si bien de puertas adentro era ferozmente marxista, hasta el punto de que al final de la guerra, cuando la sublevación del coronel Casado contra el infame gobierno de Negrín, prácticamente todas las grandes unidades del ejército popular estaban mandadas por comunistas. Menos mal que se encontró a Cipriano Mera, que con sus anarquistas, le salvó el tipo.
Por mucho que en actos institucionales sacaran la fea bandera de la segunda república (las mismas que aparecen en la películas de Jaime Camino, hasta con las marcas de los dobleces de los almacenes de la productora cinematográfica), los combatientes despreciaban este símbolo, y en el frente, en las trincheras, en los asaltos y en las defensas, las banderas eran la rojas y rojinegras. Recordemos la bandera roja clavada en las ruinas de la torre del Alcázar recién dinamitada, o las que llevaba la milicianada en tierras de Aragón. Son sólo dos ejemplos, los hay a centenares. Y tampoco hemos de olvidar los saludos militares con el puño en la sien, los galones en vez de estrellas y la soviética sempiterna estrella roja de cinco puntas. Y hasta la frase “¡Viva España!” se había suprimido de escritos y discursos, hasta que el coronel Casado la recuperó para tratar de lavarle la cara a un República sovietizada y agónica.
No, no eran iguales, aunque sí opuestos, unos y otros. En aquella guerra ganó España, aunque a muchos de los vencidos no les gustara el nuevo régimen, pero que con muchas más luces que sombras (que las hubo) sacó a nuestra Patria de una decadencia de siglos.
Mantenemos que la victoria del bando nacional, capitaneada por Franco, fue providencial (por favor, deletréese despacio: pro-vi-den-cial). Vamos a dar un repaso a esa providencialidad.
En los duros años 40, de los que fuimos testigos en Madrid, España se reconstruyó sin ayuda exterior alguna, y en plena época de carestía. Se reconstruyó casi todo lo destruido por causa de la guerra y por el odio marxista instalado en esa parte de España que dominaba el triste Frente Popular. Y se pudo hacer gracias al entusiasmo y al esfuerzo de unas generaciones de españoles que dan la impresión de no tener hoy relevo; y por supuesto, gracias a la inexistencia de los caros, corruptos, sectarios e ineficaces partidos políticos. Con ellos en liza, la reconstrucción en esos difíciles años hubiera sido imposible.
Si la guerra la hubieran ganado los marxistas del Frente Popular, al estallar la mundial pocos meses después, se habrían unido sus responsables al Frente Popular francés, con lo que el ejército alemán no hubiera tenido obstáculo alguno para pasar los Pirineos y ocupar toda España hasta llegar a Gibraltar. Y después llegaría la “liberación”, es decir, que los aliados liberadores desembarcarían, no en Provenza como quería Churchill, sino en España como quería Stalin, arrasarían de forma “liberadora” aeropuertos, estaciones y vías de ferrocarril, carreteras, puertos, fábricas, ciudades… hasta expulsar a los alemanes de España. ¿Y qué habría pasado después de esta arrasadora “liberación”?
Hay quien cree que ese hubiera sido el momento de instalar en España una democracia tipo occidental, apadrinada por los aliados, pero si se paran a leer un poco la Historia, verían que en aquellos países de fuerte presencia comunista, como Grecia e Italia, Stalin provocó unas sangrientas guerras civiles, pese a encontrarse en la llamada zona occidental, fuera de los satélites que ese “Occidente” regalaba a la URSS. Dos duros años de sangrienta guerra en esos dos países mediterráneos, de las que no nos hubiera librado porque, ya metidos en esta supuesta situación, el dominio en España era mayoritariamente comunista.
Bien, ya se imponen los USAcos y los británicos, y se trata de elegir en España un sistema político que, dadas las circunstancias, sólo tenía dos opciones: república o monarquía. Y aquí aparece la figura del Conde de Barcelona, que apoyado en sus parientes británicos, quiere hacerse con el santo y la limosna. Y pese a la buena voluntad de forofos monárquicos como Ansón o Ussía ¿habría sido posible un pacto con Prieto y otros “moderados” socialistas para formar un gobierno provisional y convocar elecciones que definieran cuál debería ser el sistema político?
Pero no nos olvidemos en esta situación imaginaria, que a mediados esos años 40 España está arrasada (en una guerra civil y no civil de casi diez años…), mucho más de lo que estuvo en la realidad después de la victoria nacional en abril del 36; y lo que aún es peor, con las mismas circunstancias sociales y políticas sobre el tapete que provocaron el alzamiento. No olvidemos que nadie en la guerra luchó ni a favor ni en contra de la monarquía ¿qué rayos pintaba ahora, aunque metieran a Prieto y sus “moderados” en un presunto gobierno de coalición “monarca-socialista”, como hubiera querido el ya citado Ansón? Y todo tan difícil y absurdo, sin visos de mejora, sin reconstrucción ordenada y sacrificada de la asolada España, y con los mismos fantasmas sueltos… He aquí una de las razones de considerar la victoria nacional como un hecho providencial.
Sigamos haciendo cábalas.
Hay quien cree que Franco debería haberse retirado a raíz de la victoria aliada para dar paso al Conde de Barcelona, lo que nos permite meter aquí los mismos párrafos consideraciones de aquel impensable contubernio socialista-monárquico. Y esto nos obliga a dos palabras sobre el pretendiente a la Corona española.
A lo largo de su corta biografía (corta en hechos importantes) no ha mostrado este personaje un inteligencia que mínimamente le permitiera acceder con ciertas garantías a la Corona. Ni familiarmente era, no ya ejemplar, es que ni presentable; ni su actividad por el mundo en el que se desenvolvía mostraba calidad en el personaje. Destacan su falta de inteligencia, sus meteduras de pata, sus errores garrafales, y hasta su falta de carácter para enfrentarse a sus propios asesores… Sin embargo hay algo que le hemos de reconocer, y es su patriotismo que quiso imbuir, no sabemos si con éxito, en sus propios hijos.
Conocidos, ya a toro pasado, los éxitos indudables de Franco en la gobernación de España a lo largo de casi cuarenta años, hemos de insistir en la mano de esa Providencia. Capitaneó al ejército nacional vencedor en la guerra civil; reconstruyó la arrasada España en los años 40; nos evitó la tragedia de la 2ª guerra mundial, metió España poco a poco en todos los organismos mundiales; acabó con el país secularmente subdesarrollado; creó la mejor Seguridad Social de Europa, la mejor red hospitalaria, se construyeron millones de viviendas, repoblaron bosques, se multiplicaron por 7 nuestra reservas de agua; se rebajó a límites increíbles el analfabetismo…
No, nosotros no pactamos ni con marxistas y separatistas vencidos ni con la cobarde derecha política. Nosotros somos los de la España Una, Grande y Libre, la única que nos interesa, y aunque el horizonte es siniestro, esperamos que esa Providencia que hizo nueva a una España vieja y moribunda, nos vuelva a echar una mano. Nosotros, y otros mucho como nosotros, aislados de los medios de prensa (ellos, los odiadores y los cobardes se blindan por si acaso…) nada podemos hacer para poder exponer nuestras ideas, metidos en el subsuelo de “internet”.
Pero podemos mirarnos al espejo sin ver el torcido rostro de un traidor o un cobarde. Y a esperar esa mano “providencial” que, la verdad, se demora demasiado. Ella sabrá por qué.