La nueva encíclica ecológica del Papa Francisco, aun cuando pueda parecer del todo novedosa, en realidad se inserta en la tradición de las encíclicas sociales. Algunos católicos miran con sospecha esta encíclica. Se preguntan si no hay temas más urgentes para el catolicismo, sacudido por una grave confusión en temas de fe y moral. Hablar de ecología puede parecer una concesión al mundo y una subestimación de lo sobrenatural para quedarse literalmente en lo natural. Sin embargo podemos decir que, en cierta medida, siempre ha ocurrido esto en torno a las encíclicas sociales. Muchas veces terminan siendo tachadas de infiltraciones de la izquierda eclesial en el Vaticano.
La doctrina social de la Iglesia, con más de un siglo de historia como disciplina de estudio, pretende dar principios de reflexión, criterios de juicio y directrices de acción ante los problemas concretos de la sociedad humana. Es un continuo análisis de la realidad humana a partir de la sabiduría plurifacética de la Iglesia. Decía Pablo VI que: “nada de lo humano es ajeno a la Iglesia” (Cf. Ecclesiam Suam 91). Por tanto, las encíclicas sociales son simplemente una sabia invitación, profunda y argumentada, a la sensatez.
La Iglesia, partiendo de las verdades de fe, y continuando con todo lo que se percibe como verdadero y noble en el mundo, trata de iluminar los problemas de la humanidad, para contribuir a una salvación integral del hombre, pues la Iglesia no sólo se preocupa por el alma de los hombres, sino también por su desarrollo humano pleno, el cual es fundamento importante para la acción de la gracia. Es así como se justifica el hecho de que un Sumo Pontífice hable sobre cuestiones tan concretas como la economía, la política o, en este caso, la ecología, tratando de dar unos principios de reflexión.
Si bien muy pronto se han levantado polémicas en torno a ciertos pasajes controversiales de esta encíclica, es importante tratar de ir a la sustancia del documento. Detalles como la invitación a no abusar del aire acondicionado (55) o evitar el uso de materiales de plástico desechable o papel (211) no son de ningún modo el centro del mensaje, aun cuando son consecuencias lógicas de él.
Un punto especialmente polémico ha sido la afirmación de que “hay un consenso científico muy consistente que indica que nos encontramos ante un preocupante calentamiento del sistema climático” (23). Es una aserción problemática precisamente porque es un asunto especialmente complejo. Ni hay acuerdo claro sobre el hecho de que exista este calentamiento, ni entre los que lo admiten están de acuerdo en que sea causado por el hombre, e incluso para quienes culpan al hombre no hay tampoco suficiente evidencia de que sea el efecto Serra la principal causa. Por otra parte, en las últimas décadas la teoría del calentamiento global se ha convertido en una especie de “Apocalipsis” en versión secular.
Aun así, tampoco es este un punto central de la encíclica y conviene tenerlo en cuenta. Lo importante es el hecho de que existe la posibilidad de que el hombre arruine gravemente el planeta con su comportamiento negligente. Eso es un hecho y comporta un llamado a un uso responsable y respetuoso de los recursos naturales, que son un don de Dios.
Aquí es importante resaltar que, curiosamente, quienes más urgentemente deberían recibir este mensaje son quienes menos lo leerán. Los quince lugares más contaminados y contaminantes del planeta se encuentran precisamente en países no cristianos. La mayoría de ellos en países de la antigua Unión Soviética, fuertemente marcada por el ateísmo, así como en Irán, India, China y ciertos países de África. Lo cual hace ver el influjo que la conciencia cristiana ha tenido en este campo. Aun así, cabe aclarar que, tristemente, América Latina tiene cuatro de los siguientes diez puestos.
Ya Benedicto XVI, en su primer libro de la serie “Jesús de Nazaret” se preguntaba: “Los oasis de la creación que surgen, por ejemplo, en torno a los monasterios benedictinos de Occidente, ¿no son acaso una anticipación de esta reconciliación de la creación que viene de los hijos de Dios?; mientras que por el contrario, Chernóbil, por poner un caso, ¿no es una expresión estremecedora de la creación sumida en la oscuridad de Dios?” “Donde el pecado es vencido, donde se restablece la armonía del hombre con Dios, se produce la reconciliación de la creación”.
El Papa Francisco reconoce en el número 217 de la encíclica que muchos buenos católicos dan poca importancia a las cuestiones ambientales o incluso se burlan de ellas, y los invita a contemplar el ejemplo de San Francisco de Asís, icono inspirador de esta encíclica y de este pontificado. Dice claramente que este cuidado de la obra de Dios “no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana.”
Es importante que los católicos estemos en la vanguardia de estos temas de los cuales a veces nos hemos desentendido, y no dejar que queden completamente en manos de otras organizaciones. En el cuidado del medio ambiente hay una importante batalla cultural, y tenemos mucho que aportar al respecto. Sin divinizar la naturaleza, como hace un cierto neopaganismo, pero tampoco abusando despóticamente de ella, los cristianos hemos de tener una sincera preocupación por “la casa común”, como la llama el Papa; una expresión que subraya la relación entre la creación y quienes la habitamos y nos servimos de ella. Imagen de una ecología centrada en el hombre.
Nada de esto es nuevo. Ya en 2008 la Ciudad del Vaticano se convirtió en el estado más ecológico del planeta, con la instalación de gran cantidad de paneles fotovoltaicos y la disposición de quince hectáreas de bosque en Hungría, lo cual hizo del Vaticano el primer estado verde y el único país con cero emisiones de anhídrido carbónico. Ciertamente, dadas sus dimensiones, esto no representa un gran impacto ambiental, pero sí ha querido ser un esfuerzo simbólico y ejemplar que haga notar al mundo y a los mismos católicos la importancia que la Iglesia quiere dar a este campo.
Mientras invita a los católicos a una “conversión ecológica”, el Papa también llama a los ecologistas a levantar la mirada hacia una ecología más integral y profunda, así como a escuchar a las religiones. Dar la importancia debida a los pobres y a los explotados (91) así como a los no nacidos (120 y 136). A percibir la importancia central de la familia y de respetar la ley natural inscrita en el hombre, que, así como debe respetar el medio ambiente, “debe respetar la estructura natural y moral de la que ha sido dotado” (115). También previene contra las presiones internacionales para establecer políticas de control poblacional (50). Por otra parte, vuelve a hacer un fuerte llamado a los grandes capitalistas a que abandonen la lógica puramente financista y tecnocrática, en favor de un sistema más centrado en el hombre y sus necesidades (109, 112, 189). Un llamado este último que fue el tema central de la Caritas in Veritate de Benedicto XVI.
Estos y otros muchos temas son tratados a partir del interés por promover una ecología más integral, más humana y, para nosotros los católicos, más cristiana.
Podemos decir, en definitiva, que el Papa Francisco ve en la ecología un punto de encuentro para todos los hombres de buena voluntad. Un tema que es del interés de todos: la casa que compartimos y que todos hemos de cuidar, limpiar y mantener. Casa común y causa común. Una viña de la cual no somos dueños sino sólo administradores que un día tendremos que rendir cuentas al Señor.