Me permito proponer dos reflexiones que me acompañan desde que llegó la noticia de la decisión del Tribunal Supremo de Estados Unidos acerca del matrimonio gay. La primera es que el proyecto cultural de la Ilustración ha llegado definitivamente a su fin. Y es muy significativo que esto se esté dando en la tierra donde la ideología ilustrada ha producido tal vez sus frutos mejores.
¿En qué consistía este proyecto ilustrado del siglo XVIII? Separar algunas grandes verdades morales (por ejemplo, la dignidad inviolable de la persona y su libertad, el significado del matrimonio y de la familia, el valor del trabajo) de su terreno de origen: la experiencia cristiana. Se querían asegurar los factores esenciales de la convivencia humana liberándolos del peso del dogma y de la autoridad de la Iglesia, convencidos de que aquellos valores tenían una evidencia racional suficiente para mantenerse por sí mismos.
El fracaso de esta “pretensión” de una razón capaz de entender ciertos valores fuera de una experiencia religiosa auténtica, está ahora definitivamente delante de nuestros ojos: en este momento histórico no tenemos evidencias compartidas, ni la más elemental, como la diferencia entre un hombre y una mujer. La razón abstracta de la Ilustración no ha logrado asegurar aquel terreno común de diálogo que quería asegurar.
La segunda observación nace de la primera. Y es la sospecha de que el cristianismo en edad moderna se haya alineado al proyecto ilustrado, identificándose con la defensa de aquellos valores. De ahí el pánico frente a la situación actual, como si la destrucción de los valores nacidos del cristianismo coincidiera con la desaparición del cristianismo mismo.
Nos olvidemos que cuando los primeros cristianos dieron sus primeros pasos en el imperio romano, estaban rodeados por una mentalidad totalmente extraña al anuncio que traían y al estilo de vida que conducían: eran normales el aborto y el infanticidio, el adulterio, el divorcio, la práctica homosexual, la esclavitud, la discriminación de la mujer… ¿Qué hicieron los primeros cristianos? Simplemente vivieron delante de todos la belleza y la alegría de su experiencia humana transformada por el encuentro con Cristo resucitado. Despreciados por los intelectuales de la época y perseguidos por el poder político, fueron contagiando a personas, pueblos y culturas, hasta crear instituciones y leyes más justas y humanas.
Hoy nos encontramos en la misma situación de hace dos mil años. Perseguidos o apenas soportados en un mundo que parece ir en otra dirección, tenemos una sola arma: la certeza de estar viviendo algo que corresponde totalmente a las exigencias de nuestro corazón. Y los demás se acercarán por fascinación