Hace pocos días vi una propaganda de cubrecamas y toallas para niños, estampadas con la imagen de un ataúd que contenía una sonriente calavera. Me pregunté: ¿por qué puede llegar a fabricarse algo tan morboso para un niño? ¿Le gustará a alguno irse a dormir viendo la imagen de la muerte en su propia cama? Al comentar mis dudas me dijeron: ¡es que se acerca la fiesta de Halloween!
En efecto, cada año se extiende más, entre niños y adolescentes, el festejo de Halloween. Cuando se acerca la fecha se escuchan todo tipo de opiniones acerca del tema. Desde quienes demonizan la fiesta, pensando que si sus hijos se disfrazan de vampiros, estarán rindiendo culto al mismo Lucifer, hasta quienes dicen: “es una fiesta inocente, burlesca y sin ninguna connotación religiosa o filosófica”. Por eso, muchas instituciones educativas las promueven “porque divierte mucho a los niños”. Ese parece ser el argumento más fuerte: ¡es divertido! Pero poco caen en la cuenta de que Halloween está suplantando, nada menos que a la Fiesta de Todos los Santos, que la Iglesia celebra el 1º de noviembre.
El nombre Halloween es la deformación americana del término, en el inglés de Irlanda, «All Hollows´ Eve»: Vigilia de Todos los Santos. Debido a la costumbre inglesa de contraer los nombres para una pronunciación más rápida y directa, esto derivó en «Halloween», aunque la fiesta religiosa original nada tiene que ver con la celebración del Halloween actual.
Esta antiquísima fiesta cristiana llegó a Estados Unidos junto con los emigrantes irlandeses, que tenían una profunda devoción por los santos. Y allí echó raíces para sufrir paulatinamente una radical transformación, perdiendo el sentido cristiano de esa noche y acentuando el aspecto lúgubre y morboso, lleno de terror y fantasmas, donde los muertos se alzan atormentando a los vivos.
Halloween no es más que la última versión, secularizada y repaganizada, de una fiesta católica, que se ha transformado en un carnaval del terror y en una oportunidad para el consumo. Actualmente muchos buscan sus raíces paganas, para reorganizar un nuevo calendario esotérico. Hacia el siglo VI antes de Cristo, los antiguos celtas del norte de Europa celebraban el 1 de noviembre, como el primer día del año. La fiesta de Samhein, fiesta del sol, que comenzaba la noche del 31 de octubre, marcaba el fin del verano y de las cosechas. Los colores del campo y el calor del sol desaparecían ante la llegada de los días de frío y oscuridad. Creían que en aquella noche, el dios de la muerte permitía a los difuntos volver a la tierra, fomentando un ambiente de muerte y terror. La separación entre los vivos y los muertos se disolvía aquella noche, haciendo posible la comunicación entre unos y otros. Según la religión celta, las almas de algunos difuntos estaban atrapadas dentro de animales feroces y podían ser liberadas ofreciendo a los dioses sacrificios de toda índole, incluso sacrificios humanos.
Creían que esa noche los espíritus malignos, fantasmas y otros monstruos salían libremente para aterrorizar a los hombres. Para aplacarlos y protegerse se hacían grandes hogueras y, disfrazándose de maneras macabras, trataban de pasar desapercibidos a sus miradas amenazantes.
Cuando los pueblos celtas se convirtieron al cristianismo, no todos renunciaron a las costumbres paganas. En el siglo VIII, la Iglesia colocó la fiesta de Todos los Santos el 1º de Noviembre, quedando así la noche del 31 de octubre, como la Vigilia de esa gran fiesta. La coincidencia cronológica generó no pocas supersticiones sincretistas, que mezclaron la fiesta de los santos con las antiguas creencias celtas.
Sin embargo el “Halloween” que hoy se celebra muy poco tiene que ver con los celtas, y menos aún con la fe cristiana. Es un fenómeno completamente estadounidense.
Asistimos en Halloween a una proliferación de artículos más o menos macabros, como calaveras, esqueletos, brujas, vampiros, tableros ouija, y un sinfín de productos en la línea del ocultismo. Aparentemente no se presenta como una oferta religiosa, sino como una parodia de la religiosidad cristiana auténtica, con fines preferentemente consumistas: vender productos de carnaval, además de espacios publicitarios en las películas de terror y sitios en internet. Halloween se propone como una fiesta joven, divertida, diferente, «transgresora». Y aquí, niños y adolescentes son los destinatarios privilegiados del nuevo producto…
Hoy, muchos niños y adolescentes se adhieren ingenuamente a un sinfín de creencias ocultistas, gracias a la poca capacidad crítica de sus padres y educadores frente a la colonización cultural en la que nos encontramos. Como resultado, entre niños y adolescentes aumenta la creencia en el contacto con los difuntos, de tipo espiritista. Lo más preocupante es que los promotores sean los propios padres y educadores.
Más que demonizar la fiesta, sería bueno informar sobre el origen y sentido del fenómeno, y aprovechar la oportunidad para hablar de los santos, la muerte y la vida eterna (en vísperas del 1 y 2 de noviembre) anunciando la buena noticia del amor de Dios que nos salva, rescatándonos de toda forma de mal.
Como cristianos, profesamos que solo Jesucristo nos libera de la muerte y de toda forma de mal. Solo El es vencedor de la muerte. Celebrar los santos la víspera del 1 de noviembre, es celebrar la vida, la victoria del amor sobre el odio, la victoria de la vida sobre la muerte, la victoria de Jesucristo que es nuestra, porque estamos unidos a Él. Enseñarle a los niños el verdadero contenido de la fiesta con una visión crítica, es parte de una educación responsable.