El 8 agosto de 1876 las Juntas Generales de Álava afirmaban: «Ahora, y en todo tiempo, se debe acudir reverentemente a su Majestad y a los Altos Poderes del Estado solicitando la derogación de la ley del 21 de julio pasado, que hace tabla rasa de los fueros alaveses». Una ley, con palabras del Padre de la Provincia, D. Mateo Benigno de Moraza, (13 de julio de 1878, en el Congreso de los Diputados) que: «En vez de afirmar la unidad nacional, se ha producido la disgregación nacional en el País V ascongado; y así no se camina a la unidad de los pueblos»
¡Ayer, como hoy!, pues lo mismo casi afirman ahora de las leyes estatutarias, del Estatuto de Guernica; de sus aplicaciones y consecuencias y de los proyectos para modificarlo. Históricamente el pretexto que sirvió de base, tanto a la ley de 1876 como al Estatuto «euscadiano», fue injusto, y, políticamente, equivocado. Entonces y ahora sus inconsecuencias hicieron que lo que era incuestionable, y lo había sido durante siglos desde que España se hizo Nación, se convirtió en cuestionable; porque entonces, y más ahora, se contundieron las formas de ser con las formas de estarcen la unidad española. Los Fueros, las Instituciones, las libertades eran esencias de la integración de pueblos y regiones en una Patria común, y, al ser negados y abolidos, o mal instituidos, la disgregación moral se produjo y se confundió con una disgregación territorial que, si lleva hoy a término con los insensatos proyectos y «planes» secesionistas del gran «insensato , el desgarramiento de España será un hecho:
Nada es reversible, pero todo puede ser subsanable. El problema, hoy acuciante, permanece, pero los tiempos cambian y son otros; y otras pueden ser las soluciones. Debemos reconducir la historia futura a los caminos que la historia pasada hubiera recorrido si no se hubieran cortado tan bruscamente.
«Tarea esta que a todos nos corresponde, ya que el sistema foral alavés aunque incompleto no ha sido, ni creado obstáculo a la unidad de España, ni a la unidad constitucional de la monarquía» (Palabras de D. Manuel María de Lejarreta Allende, Presidente de la Diputación Foral de Álava, en nombre de ésta, a las Juntas Generales el 21 de agosto de 1976).
Otro ilustre alavés, aforado de Ayala, D. Antonio María de Oriol, capitán de la 8a Compañía del Requeté de Álava, Medalla Militar individual y tres de su Compañía – la más condecorada – hermano de D. Fernando Oriol, muerto aquí en Isusquiza, recordaba estas palabras de Vázquez de Mella, que son una síntesis de la doctrina tradicional de la unidad de España : «Esa unidad – escribía – es el resultado de una variedad anterior a la que sirvió de coronamiento, pero que llevaba la unidad de creencias en el fondo y fue, por obra de la geografía y de larga convivencia y análogas influencias, llegó a congregarse en una unidad histórica superior que no puede servir de obstáculo para la plena autonomía y la libertad misma a que tienen derecho todas las regiones».
Así sucedió en Alava, desde sus comienzos hasta su entrega voluntaria al rey Alfonso XI por escritura de «contrato recíproco», en el 2 de abril de 1370, confirmada por el rey Felipe V en el 6 de agosto de 1603. Y así fue, en general, en todos los reinos y regiones de «las Españas», porque, como afirmaron los procuradores en las Cortes de Valladolid de 1506: «Cada Provincia abunda en su seso, y por esto las Leyes y Ordenanzas quieren ser conformes a las demás Provincias y no pueden ser iguales ni disponer de una sola forma para toda la tierra». Por eso, Alvaro d’Ors enseñaba cómo «el Derecho foral, aunque reducido a estrechos límites, sigue siendo el mismo que antes, esto es un derecho propio y una entidad histórica proyectada hacia el futuro».
¿Por qué, hoy, las autonomías están desgarrando a España? La respuesta es que han nacido de estatutos concedidos, y no de regímenes forales propios. Al igual que la Constitución de 1978 que los concedió, los estatutos participan del agnosticismo laicista de aquella, y son antípodas de los fueros. Estos, y los regímenes forales, de los fueros nacidos, se asientan en bases cristianas: libertad civil, familia y matrimonios legítimos, derecho natural, orden público y bien común. Hoy todos estos principios son ignorados o combatidos por un laicismo militante. Pero hoy, más que ayer, se hace preciso actuar sin ambigüedades ni eufemismos para recuperar esos valores cristianos. Y para ello hace falta fortaleza. Juan Pablo II, «el Grande», terminaba así una de sus primeras alocuciones en la Plaza de San Pedro el 16 de noviembre de 1978: «Cuando al hombre le faltan fuerzas para superarse ante valores superiores como la verdad, la justicia, la vocación, la fidelidad, es preciso que ese don de los cielos, la fortaleza, haga de nosotros hombres fuertes y, en el momento oportuno, nos diga en el interior: ¡Valor!»
Valor y fortaleza derrocharon aquí, en esta montaña, los soldados y requetés, que lucharon por unos principios inmortales. Para recuperarlos nos hace falta esa fortaleza, aquel valor que, entonces, se ejercitó hasta el heroísmo y hasta la muerte. Hoy, todavía, no se nos pide esto, pero sí tenemos que hacer nuestra la poética plegaria:
«Danos fuerza, Señor, a nuestros brazos
y preserva del daño y la caída
a todas esas cosas tan queridas
que vemos perecer tan tontamente»
Sí, tan tontamente, pues como en una especie de «tsunami» moral, pasmados, estamos mirando esa día ^jia avanza para anegar, inundar, borrar, los principios de nuestro Ideario de «Dios, Patria, Fueros y Rey». Salgamos de ese pasmo y tengamos por cierto que si actuamos con fe, esperanza y fortaleza,
«Si ellos gritan con un grito cualquiera
nosotros sabemos no sólo donde vamos
sino aquello que, detrás de nosotros, nos espera»
Aquel espíritu de Cruzada de los que murieron y lucharon aquí en Isusquiza, espera detrás de nosotros, los de una generación que lo llevó en alto a lo largo de su vida y que espera verlo renovado y perfeccionado – «la Tradición es tarea de perfección» – en las generaciones que nos sucedan, y que nada tendrán que ver con las de la »postmodernidad; esas que ignoran u olvidan el hecho de que no hay futuro sin pasado, y que la fidelidad heroica de los principios constitutivos del ser de los pueblos, naciones o regiones – como la de Álava españolísima – se fundamentó en la detensa de su alma; pues ésta es la que informa su vida.
También ahora muchos jóvenes saben «no sólo a donde van», sino también conocen «aquello que delante.de ellos les espera» Saben, sí, que la cobardía no sustituye al valor, ni el miedo al coraje; saben, respecto a España y a nuestra Álava, española y foral que:
uLa Patria no está hecha sólo de pasado y que tienen el sino de engendrar del presente un futuro más bello».
¡VIVA CRISTO REY, VIVA ESPAÑA, VIVA EL REY LEGÍTIMO!