El Papa Francisco recibió el pasado 18 de diciembre en el Aula Pablo VI a setecientas personas procedentes de los ayuntamientos bávaros de Hirschau, Schnaittenbach y Freudenberg, que han regalado este año el árbol de Navidad de la Plaza de San Pedro y a los representantes de la provincia italiana de Trento que junto con esa arquidiócesis han realizado el Nacimiento. Los adornos del abeto son de la Fundación Condesa Lene Thun con sede en Bolzano y, como recordó el Santo Padre representan los sueños de los niños que lo han decorado con los que se congratuló.
»Esos deseos que lleváis en el corazón -dijo- están ahora en el lugar más adecuado porque están cerca del Niño de Belén: están confiados al que ‘vino a habitar entre nosotros’. Jesús no apareció sencillamente en la tierra, no nos dedicó solamente algo de tiempo, sino que vino para compartir nuestra vida y acoger nuestros deseos. Porque quiso y quiere todavía vivir aquí, entre nosotros y para nosotros. Le importa nuestro mundo que, en Navidad, se convirtió en su mundo. El Nacimiento nos lo recuerda: Dios, por su gran misericordia, bajo hacia nosotros para quedarse con nosotros».
El Nacimiento nos dice también que el Señor »nunca se impone con la fuerza. Para salvarnos no cambió la historia haciendo un milagro grandioso. En cambio, vino con simplicidad, humildad, mansedumbre. A Dios no le gustan las imponentes revoluciones de los poderosos de la historia y no utiliza la varita mágica para cambiar las situaciones. Al contrario, se hace pequeño para atraernos con amor, para llegar a nuestros corazones con su bondad humilde, para llamar la atención con su pobreza a los que se afanan en acumular los falsos tesoros de este mundo».
El Santo Padre recordó que esa era la intención de san Francisco cuando inventó el Nacimiento porque, como afirman las Fuentes Franciscanas, quería »celebrar la memoria del niño que nació en Belén y contemplar de alguna manera con los ojos del cuerpo lo que sufrió en su invalidez de niño». En esa escena »la simplicidad recibe honor, la pobreza es ensalzada, se valora la humildad». »Os invito -añadió- a deteneros ante el Nacimiento porque allí nos habla la ternura de Dios. Allí se contempla la misericordia divina, que se hizo carne humana y puede enternecer nuestras miradas. Pero sobre todo quiere mover nuestros corazones».
Y en ese sentido Francisco señaló que en el Pesebre hay una figura que revela el misterio de la Navidad. »Es un personaje que hace una obra de bien inclinándose para ayudar a un anciano. No solamente mira a Dios; lo imita porque, como Dios, se inclina con misericordia sobre el que lo necesita. ¡Que vuestros dones que esta noche serán iluminados -finalizó- atraigan muchas miradas y sobre todo reaviven en la vida la luz verdadera de Navidad!».