Pocos días después de la masacre de Paris fue detenido en el británico aeropuerto de Gatwick el terrorista sirio cuarentón Rahaman Alan Hazil Muhamaad con pasaporte venezolano y con una bomba de mano en su equipaje.
Mientras los responsables de la seguridad de los países europeos se devanan la sesera para encontrar una estrategia que permita detener los ataques criminales de fanáticos yihadistas, comienzan a aparecer indicios de que Venezuela esté involucrada en el respaldo a los radicales sirios que han estado perpetrando atrocidades en distintos países de Europa, Asia y África. Hace tiempo que es un secreto a voces que la Cancillería venezolana habría dado instrucciones a su representación diplomática en Damasco para que extendiese pasaportes venezolanos a ciudadanos sirios. Algo similar ocurre en el submundo del narcotráfico donde el país de Bolívar ya comparte liderazgo en el negocio de estupefacientes junto a los habituales grupos pseudo islámicos que han decidido añadir la droga asesina al recurso del petróleo, de las armas y las bombas, la extorsión -venta de esclavos por medio-, y ya de paso sacarse unos pingües beneficios.
Sobre la “guerra contra el terrorismo”, sería bueno recordar la hipocresía de los líderes europeos fingiendo descubrir los horrores que desde hace tiempo han estado apoyando y financiando de manera totalmente consciente. El 6 de julio de 2012, con ocasión de la Conferencia de los Amigos del Pueblo Sirio, el presidente François Hollande reunía en París a los representantes de más de cien países junto a varias organizaciones internacionales, para retomar la guerra contra la República Árabe Siria. En ese encuentro, el presidente francés pidió un aplauso para el reconocido criminal Khaled Abú Saleh, el individuo que había protagonizado el degollamiento público de más de un centenar y medio de sirios por el Emirato Islámico de Baba Amr. Por cierto, las decapitaciones no son un fenómeno nuevo, sino una práctica que comenzó ocasionalmente en Irak en 2003 bajo la invasión militar estadounidense y cuya práctica se extendió a partir de la “primavera árabe” libia desde la manifestación de Bengazi en aquella noche del 16 de febrero de 2011.
La escalada bélica encuadrada en el negocio de la guerra es evidente. Lo que comenzó como la invasión de Irak, montada sobre la gran aventura para que Estados Unidos lograse potenciar su multiplicador fiscal, no se logró. Lo que si consiguió fue agilizar los ratios de rentabilidad de las empresas que cotizan en bolsa relacionadas con la industria de defensa, alta tecnología de comunicaciones y transporte. Mientras los índices financieros subieron, el PIB permanece estancado. La política de sembrar vientos ha dejado una cosecha de tempestades que ha regresado a casa y Europa se ha convertido en el primer objetivo. Como Siria, Europa es un blanco para los Estados Unidos, que se la quiere sacar de encima para quedarse con la relación bilateral con China; para lo que es imprescindible que el viejo continente se convierta en un blanco para los sectores musulmanes más radicales, nutridos por gente joven, pobre y que no tiene nada que perder.
Todos recordamos que fue la CIA quien inventó Al Qaeda para frenar la presencia rusa en Afganistán hace treinta años. Se les fue de las manos y la multiplicidad de grupos derivados de aquél radicalismo ha abierto una guerra de guerrillas mundial que es una bicoca para la industria militar, pero fatal para la vida cotidiana en Europa hasta ahora. Siempre fuera de Oriente Medio, donde en nombre de la democracia ahora hay regímenes religiosos intolerantes en casi todas partes donde se produjo una de esas insurrecciones “democráticas”. Extraña definición de democracia.
Lo que está claro es que el multiplicador fiscal de estas guerras de guerrillas es inexistente. Los PIB no crecen en ninguno de los países occidentales metidos en la guerra, arrastrados por el gasto en defensa. En cambio, los efectos sobre desplazamientos de la población derivados de la guerra son catastróficos y están a la vista. Hay tantos desplazados como en la segunda guerra mundial. Estados Unidos sembró vientos en Medio Oriente y las tempestades llegaron a las costas europeas.
Seguiremos esperando el día que de nuevo podamos ver amanecer cuando hayamos conseguido desviar el desastroso rumbo al que nos ha condenado esta equivocada, interesada y malnacida revolución auspiciada por los de siempre y sufrida por el resto.