Hablamos de más de 200 millones de personas que hoy, en el siglo XXI, no pueden libremente profesar su fe. De 196 países que existen en el mundo, en 82 no se respeta el derecho a la Libertad Religiosa. Numerosas organizaciones independientes de la Iglesia denuncian que el cristianismo es la religión más perseguida en la actualidad.
En la lista de Estados con las violaciones más graves de la libertad religiosa predominan los países musulmanes (Arabia Saudí, Nigeria, Pakistán, Yemen, etc.). Sin embargo los cristianos también están condenados a la clandestinidad en los países ligados a regímenes autoritarios (China, Corea del Norte, Uzbekistán, etc.).
A causa de su fe los contemporáneos seguidores de Jesús frecuentemente corren peligro de ser encarcelados o enviados a los campos de trabajos forzados, de perder el empleo, de ser expropiados de sus tierras, incluso de ser secuestrados, crucificados o degollados como en caso de Siria e Irak.
Apenas hace 15 años atrás, cuando cayó la dictadura de Saddam Hussein, en Irak había un millón setecientos mil cristianos. Hoy no llegan a 180 mil. En los últimos años la persecución religiosa contra las minorías de parte de Al-Qaeda y del Estado Islámico provocó una cadena de asesinatos de familias enteras que se negaron convertirse al Islam. Miles de familias se sintieron obligadas a abandonar sus hogares y negocios, huir de sus pueblos y hospedarse en los campos de refugiados en Kurdistán, Jordania, Líbano y en algunos países occidentales. De algunos lugares y pueblos las comunidades cristianas que formaban parte de la historia y cultura de la región desde hace dos mil años, totalmente desaparecieron. En Mosul, por ejemplo, en 2015 por la primera vez no se celebró la Semana Santa después de 1.600 años de presencia cristiana. Varios sacerdotes de la diócesis fueron secuestrados y torturados, el obispo brutalmente ejecutado. Algunos templos cristianos valorados como el patrimonio de la humanidad fueron destruidos con explosivos o quemados.
No olvidemos: lo que pasó en París el 13 de noviembre, está pasando diariamente desde hace años en los países de Oriente Medio y de África. Los atentados de los grupos radicales islamistas siembran muertes de los civiles, mujeres y niños. Docenas de iglesias en Irak, Siria, Nigeria, Pakistán fueron atacadas, incendiadas y profanadas por los terroristas y… el mundo ni se dio cuenta. No hubo noticias en las principales cadenas de radio y televisión. ¿Algún famoso, actor o futbolista condenó la violencia contra las minorías cristianas? ¿Vergüenza? ¿Cobardía? ¿Un tema políticamente incorrecto?
Cuando hablamos de la Libertad Religiosa no nos referimos únicamente a un tema eclesial y de las religiones. La libertad religiosa es reconocida por el derecho internacional en varios documentos, como el artículo 18 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y el artículo 18 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos; el art. 27 de este mismo pacto garantiza a las minorías religiosas el derecho a confesar y practicar su religión. Recordemos pues lo que expresa la Declaración Universal: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”.
Desgraciadamente, a veces parece que luchamos más por proteger a la naturaleza, algunas especies de animales y plantas, buscamos el agua en Marte pero nos olvidamos de millones de personas discriminadas y perseguidas a causa de sus creencias.
El Papa Francisco en distintas ocasiones se refiere a esta triste realidad. En Filadelfia durante la clausura del Encuentro Mundial de Familias en 2015 dijo: «En un mundo en el que diversas formas de tiranía moderna tratan de suprimir la libertad religiosa, o de reducirla a una subcultura sin derecho a voz y voto en la plaza pública, o de utilizar la religión como pretexto para el odio y la brutalidad, es necesario que los fieles de las diversas religiones unan sus voces para clamar por la paz, la tolerancia y el respeto a la dignidad y derechos de los demás».
No cerremos los ojos ante esta injusticia y ante la violación de los derechos fundamentales de las personas. La lucha por la libertad religiosa no es ningún lujo, es un deber de los gobiernos, de los políticos, de las autoridades civiles y religiosas pero, a la vez, es un deber de cada uno de nosotros.