Toda filosofía se construye desde experiencias y reflexiones. Las diferencias entre los pensadores se explican sea por los puntos de partida asumidos, sea por el modo de entender e interpretar lo que conocemos, sea por otras intuiciones personales más o menos explícitas.
Para los cristianos, existe una experiencia que ha marcado la historia de los creyentes y, en cierto modo, de toda la humanidad: el Hijo de Dios se ha hecho Hombre y ha ofrecido la ayuda de su gracia para que quienes lo acojan puedan superar las consecuencias del pecado en el camino hacia la plena realización humana, que consiste en la posesión eterna de Él.
Desde la aceptación (por la fe, movidos por la gracia) de la Persona de Cristo y de lo que ha revelado del Padre misericordioso, el cristiano posee nuevos elementos para alcanzar una visión global que pueda enriquecer sus pensamientos y sus acciones en todos los ámbitos de la vida personal y social.
Algunas verdades que conocemos por la fe son también asequibles a la razón natural, si bien accedemos a ellas con más facilidad y seguridad gracias a esa misma fe. Luego podemos reflexionar sobre esas verdades con la luz de la razón natural, para ofrecerlas a la reflexión de otros hombres, aunque no compartan la misma fe en Cristo.
Además, el cristiano puede elaborar una visión global acerca del hombre, del mundo y de Dios, que tiene en cuenta la experiencia enriquecedora de la fe. En esa visión encontramos una serie de ideas que son asequibles por la razón con sus principios propios, y que podemos considerar una parte importante de la “filosofía cristiana”.
¿Cómo definir, entonces, la noción de “filosofía cristiana”? Sería un conocimiento racional por causas y principios, desde el conjunto de las experiencias con las que el filósofo creyente ha sido enriquecido gracias a la fe y a la acción de la gracia en su inteligencia y su voluntad.
Las semejanzas y diferencias entre una filosofía sin fe y una filosofía cristiana radican principalmente en que la segunda se esfuerza por entender las cosas con la ayuda especial que otorga el vivir desde la aceptación de Jesucristo y como parte de la Iglesia.
Gracias a la fe, el pensador cristiano adquiere perspectivas inauditas y sorprendentes, alcanza claves de lectura de la realidad que sorprenden por sus riquezas y por sus entramados con tantas experiencias humanas, empezando por la que nos permite reconocer el gran misterio del pecado y la necesidad de un Salvador que sea de nuestro mundo y, a la vez, del mundo divino.
La filosofía cristiana, además, camina muchas veces junto a la filosofía no cristiana, pero con perspectivas que abren la mente y a la voluntad del pensador cristiano al hecho de la gracia de Cristo. Además, como explicó el concilio Vaticano I, “la fe (…) libra y defiende a la razón de los errores y la provee de múltiples conocimientos” (DS 3019).
En el camino del pensamiento humano, una experiencia concreta, histórica, ha enriquecido millones de corazones. La venida de Cristo al mundo, el envío del Espíritu Santo, el nacimiento de la Iglesia católica, permiten un modo de pensar filosófico que sigue vivo en nuestro mundo inquieto, y que ayuda a dialogar con quienes no tienen el don de la fe pero conservan en sus corazones el deseo por conocer la verdad completa.