No se asusten ustedes, no soy tan longevo; no estuve prisionero en Auswick, cuando las tropas de Hitler invadieron Polonia.
Hace aproximadamente un año, durante las vacaciones de Semana Santa, tuve la oportunidad de visitar Polonia, fui con una amiga, con el pretexto de visitar a uno de sus hijos que ha tenido la feliz ocurrencia de ennoviarse con una mujer polaca… cosas de las llamadas “Becas Erasmus”.
Anduvimos allá aproximadamente una semana, visitamos Varsovia, Cracovia… y por supuesto, estuvimos en Auswick.
El campo de concentración de Auschwitz, Situado a unos 43 km al oeste de Cracovia, fue el mayor centro de exterminio de la historia del nazismo, al mismo se calcula que fueron enviadas cerca de un millón trescientas mil personas, de las cuales murieron un millón cien mil, la gran mayoría de ellas judías (el 90 %, aproximadamente un millón).
Estuvimos en el campo de exterminio nazi más famoso un día absolutamente desapacible, de aire, frío y nieve; fue un día difícil de olvidar. Y por supuesto más inolvidable es lo que uno ve, siente, percibe cuando está inmerso en semejante infierno, pues el campo de exterminio sigue en pie, como museo del horror, para que nunca se olvide todo lo que allí sucedió, para que las futuras generaciones sepan de lo que son capaces los humanos cuando intentan poner en práctica determinado proyectos políticos, determinadas “ideologías”.
Tengo que reconocer que cuando se me propuso, fui en principio bastante reticente, pues me decía a mí mismo que ya sabía suficiente del genocidio cometido por los nazis, y que estaba de más realizar una visita a semejante museo del terror. Pero, después de haber estado allí me inclino a pensar que debería ser una visita obligada para todos los que aún piensan que es posible rediseñar la sociedad, imponerles su “ayuda”, por su bien, y crear o apoyar a regímenes y gobiernos totalitarios, liberticidas, prohibicionistas… De veras que no es para contarlo, sino para verlo, olerlo, percibirlo con todos los sentidos. No para disfrutarlo, por supuesto, sino para disuadir a cualquier mortal de tentaciones totalitarias, de ingeniería social, liberticidas…
En mi visita a Polonia también tuve la oportunidad de conocer más de cerca un asunto del que apenas había oído o leído, y al que no había mostrado demasiada atención:
La masacre de Katyn (de la que se cumplirá muy pronto el aniversario septuagésimo sexto… sí, 76 años) también conocida como la masacre del bosque de Katyn, es el nombre por el que se denomina a una serie de asesinatos en masa de oficiales del ejército, policías, intelectuales y otros civiles polacos llevada a cabo por el Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos (NKVD) —la policía secreta soviética dirigida por Lavrenti Beria— entre abril y mayo de 1940, tras la invasión de Polonia por parte de los soviéticos poco después del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Durante la invasión soviética a Polonia en 1939, unos 14.500 oficiales polacos fueron capturados e internados en tres campos de concentración en la Unión Soviética. Posteriormente, entre los meses de Abril y Mayo de 1940, durante cinco semanas, la NKVD (germen de la terrible KGB) estuvo transportando prisioneros polacos desde campos de concentración en Starobielsk, Kozelsk y Ostashkow hacia un lugar en la carretera Smolensk-Vitebsk. La orden directa de Stalin era eliminar a los prisioneros.
La URSS asesinó en 1940 a la élite polaca, en su mayoría oficiales del Ejército: más de 25.000 muertos con tiros en las nucas, por orden del camarada Stalin.
La Unión Soviética detuvo a alrededor de 230.000 polacos. De ellos, aproximadamente 25.000 fueron encerrados en campos de concentración y, posteriormente, liquidados en bosques cercanos uno por uno, y enterrados en fosas comunes.
Los primeros cadáveres fueron descubiertos accidentalmente en los bosques de Katyn, cerca de Smolensk… No cabe otra calificación que la de genocidio para tamaña masacre, de la élite, la gente más formada de la sociedad polaca de aquellos momentos, los más preparados, murieron, y este episodio ha marcado para siempre las relaciones de Polonia con Rusia».
Hace pocas semanas la novia polaca del hijo de mi amiga estuvo de visita en España. Coincidió con aquellos días en los que se debatía en el Congreso de los Diputados la envestidura fallida del señor Pedro Sánchez… La novia polaca del hijo de mi amiga no salía de su asombro al descubrir que en España hay un grupo con representación en el parlamento, con el apoyo de más de cinco millones de ciudadanos, que se inspira en la ideología de quienes provocaron la muerte de tantos miles de polacos, de la “creme de la creme” de la sociedad polaca de hace más de medio siglo… Se quedó absolutamente estupefacta.
Sirvan estas palabras para alertar a quienes aún diferencian entre “totalitarismos buenos” y “totalitarismos malos”, y consideran que hay regímenes liberticidas que son aceptables, deseables, apetecibles; y que afirman sin rubor que hay víctimas y “víctimas” dependiendo de quién sea la víctima y el victimario… y que hay “violencia revolucionaria”, y por tanto aceptable y soportable… Sirva mi artículo de llamada de atención a quienes hacen elogios de gente como el argentino aquel, el de la boina (y no me refiero a Carlos Gardel) que acompañó a los hermanos Castro en Cuba y que justifican sus métodos y sus objetivos, pues aspiraba a “la bondad extrema”, como tal cual hicieron quienes trataron de poner en práctica sus ideas de ingeniería social durante décadas, dando como resultado la muerte de cientos de miles de personas (más de 100 millones según algunos historiadores) y terribles tragedias irremediables para muchísimas más…
Y algunos habrá, todavía, que digan que aquellas gentes no estuvieron acertados a la hora de intentar poner en práctica las maravillosas ideas de un tal Carlos Marx… y que es que no eran “verdaderos socialistas, comunistas, gente de izquierda”.