Tomás de Zumalacárregui y de Imaz, hijo del Sr. D. Francisco Antonio de Zumalacárregui, escribano real y propietario de Ormáiztegui (Guipúzcoa) nació en dicha villa el día 29 de diciembre de 1788; a los quince años de edad empezó a instruirse en la profesión de su padre; tres años más tarde cultivó en Pamplona la curia eclesiástica, y al estallar la guerra de la Independencia se dirigió a Zaragoza cuando la capital de Aragón resistía, con asombro de toda Europa, los desesperados esfuerzos de 40.00 soldados franceses dirigidos por expertos generales del Imperio napoleónico.
El joven D. Tomás de Zumalacárregui fue destinado el día 8 de julio de 1808 al primer Batallón de Voluntarios de Aragón, como soldado distinguido.
Concluido el primer año de Zaragoza, batióse el Sr. Zumalacárregui en los campos de Tudela y volvió a Zaragoza para asistir al segundo sitio de dicha capital. En una salida que hizo el Brigadier Butrón el día 31 de Diciembre fue hecho prisionero; pero a los pocos días pudo evadirse del campamento francés y arrostrando no pocos peligros presentóse al célebre guerrillero D. Gaspar de Jáuregui, quien le nombró su secretario, con cuyo carácter asistió a las sangrientas refriegas de Azpiroz, Oyarzun, Tiesa, Santa Cruz de Campczo y el Carrascal, por las que fue ascendido al empleo de Subteniente.
En 1810 fue destinado al primer regimiento de Infantería de Guipúzcoa, con cuyo cuerpo concurrió a los combates de Villarreal, de Zumárraga, Puente de Belascoin, Unzué, Urrestrilla, Ataun, Azcoitia, Arechavaleta, Vergara, Loyola y Segura.
A fines de 1812 ya era Capitán en el regimiento últimamente citado, con el cual asistió durante el año siguiente a las acciones de Descarga, Irrazain, Sacióla, Mendaro y Salinas; tomó parte en la célebre batalla de San Marcial, y, terminada la guerra de la Independencia, pasó a desempeñar el destino de archivero de la Capitanía General de las provincias vascongadas, y más tarde, sirvió sucesivamente en los regimientos de Borbón, de Valencia y de las Órdenes Militares.
Cuando el General Marqués de Moncayo se levantó en armas contra el gobierno constitucional, fue separado del servicio el Capitán Zumalacárregui, quien se presentó en Almandoz, el día 22 de agosto de 1822, al ya citado General, confiriéndosele acto seguido el mando del segundo batallón de la división realista de Navarra, al frente de dicho cuerpo asistió nuestro biografiado a la derrota del jefe constitucional Tabuenca, en Benarre; a las acciones de Tous, Barbastro y Ventrié; a la toma de Carbás (en donde hizo 600 prisioneros), y cuando el General Marqués del Moncayo vióse derrotado en Nazar y Asarte, fue el Teniente Coronel Zumalacárregui, quien después, a las órdenes del nuevo Comandante General de los realistas navarros D. Santos Ladrón de Guevara, distingióse en la acción de Munain, en el ataque de Estella y en las victorias obtenidas en Larrasoaña y Villalba sobre el famoso jefe constitucional Chapalangarra.
El Teniente Coronel Zumalacárregui estuvo encargado del sitio de Monzón; batióse en la acción de Tamarite; derrotó al General constitucional San Miguel, y asistió al bloqueo de Lérida, siendo agraciado con la Cruz de la Fidelidad Militar.
Terminada la campaña realista con la derrota de los constitucionales, el Teniente Coronel Zumalacárregui organizó el regimiento de Infantería de voluntarios de Aragón, 2o de Ligeros; después pasó al regimiento de infantería de Cazadores del Rey. Io de Ligeros, cuyo mando interino ejerció por espacio de catorce meses; en 1827 fue nombrado Caballero de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo; en el 1828 pasó al regimiento de infantería del Príncipe, y admirado D. Fernando VII del brillante estado en que llegó a colocar el Sr. Zumalacárregui dicho Cuerpo, le ascendió al empleo de Coronel en 10 de febrero de 1829, y le dio el mando del regimiento de voluntarios de Gerona, de guarnición en Madrid.
Después pasó el Coronel Zumalacárregui a Valencia a mandar el Regimiento de Infantería de Extremadura, con el cual fue más tarde al Ferrol, en cuya plaza ejerció el cargo de Gobernador político-militar. Entonces se presentó a nuestro insigne biografiado ocasión de demostrar una vez más sus excepcionales dotes de militar y de caballero.
He aquí cómo explica el caso un historiador liberal tan poco sospechoso como D. Ildefonso Antonio Bermejo, gentil-hombre de D. Alfonso.
«Hacía muchos años que existía en el distrito de Ferrol una sociedad de ladrones, organizada y juramentada secretamente, y de tal manera constituida que no era posible exterminarla, a pesar de las diligencias que para este propósito se practicaban. Es fama que en esta execrable trabajaban toda clase de personas, y hasta funcionarios públicos de no escasa importancia. Vanos fueron los esfuerzos del General Conde de Casa Eguía, (por entonces Capitán General de Galicia), para dar con el hilo de la inicua trama porque engañado por los servicios que aparentaba prestar el Alcalde Mayor del Ferrol, elevado más tarde a Oidor de la Audiencia, y un escribano, delatando y prendiendo a rateros que no pertenecían al infame gremio, no pudo ni sospechar que estas dos personas eran las que más directamente ayudaban al crimen y borraban con astucia la pista de los verdaderos delincuentes. Poco satisfecho el General Conde de Casa-Eguía de la conducta perezosa del Coronel Sanjuanena para el exterminio de aquella criminal gavilla, dio al Coronel Zumalacárregui el encargo de trabajar activamente en este sentido, y fue tan atinado en proceder, que en poco tiempo logró descubrir la raíz que sostenía aquella infame asociación.
El íntegro militar recibía con frecuencia papeles anónimos con grandes ofertas de dinero para que desviase su inquisición del camino por donde la llevaba, y viendo los malvados lo estéril de sus ofertas, recurrieron a la amenaza de asesinarle; pero ni el halago de la dádiva ni el temor de un atentado apartaron a Zumalacárregui de la senda de su deber, y habrían sufrido los criminales todo el rigor de las leyes si los acontecimientos de la Granja no hubieran venido a facilitar los medios para desconceptuar al Coronel por sus opiniones absolutistas que, por otra parte, nunca había disfrazado. Cuéntase que el Gobernador de la plaza, tuvo grandes cuestiones con los marinos a consecuencia de calumniosas acusaciones de conspiración, y hasta llegó a recelarse que las tropas y los marinos llegaron a las manos. Fue Zumalacárregui destituido del cargo que desempeñaba.
Solicitó su reposición atestiguando con datos irrecusables la injusticia de su separación; llegaron las quejas del Coronel hasta el mismo General Marqués de Moncayo, el cual le trató con aspereza incalificable al notar la franqueza con que demostraba su desafección hacia la Reina gobernadora. En vista de este descubrimiento, pidió D. Tomás su retiro para Pamplona, y le obtuvo sin reiteradas demandas; pero no por eso dejó de ser objeto de la más escrupulosa vigilancia. »
En Pamplona dedicóse el Coronel Zumalacárregui a disfrutar tranquilo de las delicias del hogar doméstico y a hacer con algunos amigos íntimos bulliciosas expediciones venatorias, hasta que a la muerte de Don Fernando Vil inició la guerra carlista en Navarra el Mariscal de Campo D. Santos Ladrón de Cegama, cuyo fusilamiento decidió al Coronel Zumalacárregui a salir a campaña.
Una mañana lluviosa de los últimos días de octubre de 1833, salió el Coronel Zumalacárregui solo, envuelto en su capote de uniforme, por la puerta de Nuestra Señora del Camino, de Pamplona, y tomó la dirección de Irurzun; a poco encontró a un hombre que le esperaba con un caballo en el cual montó y siguió para Huarte-Araquil, en donde, conferenció con algunos carlistas, y al amanecer del día siguiente conversaba ya con el Coronel Iturralde, que era quien mandaba entonces a los carlistas de Navarra, por tener más antigüedad que los demás jefes navarros que estaban ya en campaña; el Coronel Zumalacárregui era también más moderno que el Coronel Iturralde; pero las dotes militares del primero eran reconocidamente superiores a las del segundo, celebróse en Estella una junta de jefes y capitanes, compuesta de los señores Echevarría, Marichalar, Sarasa, Fuertes, Ripalda, Eyaralar, Ichazo, Zola, Ilzarbe, Tarragual, García (D. Francisco), Zaratiegui, Berdiel, Zubiri, Echarte, Goñi, y Ulibarri, quienes acordaron por unanimidad que se encargase el General Zumalacárregui del mando en Jefe, con el cargo de Comandante en Jefe, con el cargo de Comandante General en propiedad, que lo era por entonces El Brigadier D. Francisco Benito Areso, quien considerándose a sí mismo inferior en dotes militares al Coronel Zumalacárregui, dio una gran prueba de modestia y amor a la Causa que defendía, ordenando a sus subordinados que reconociesen todos a D. Tomás de Zumalacárregui por primer Comandante General de Navarra y a él por segundo de tan ilustre gran jefe.
Zumalacárregui al tomar el mando de los carlistas navarros escribió ya en aquel mismo acto una de las más brillantes páginas de su historia con la alocución que en lenguaje fraternal, dirigió a sus voluntarios, y con las acertadas disposiciones que desde el primer momento dio para ir realizando desde luego el sabio plan de organización y campaña que se había trazado, y que supo llevar a cabo hasta el nefasto día de su muerte. Infundir alientos y esperanzas a unos hombres como sus voluntarios, que, aunque acababan de ser derrotados, conservaban ardiente entusiasmo por la Causa que proclamaban, obra era que estaba al alcance de cualquier jefe que fuera valiente y animoso; pero convertir masas uniformes, sin instrucción ni sistema alguno militar, en cuerpos regulares e instruidos, dotarle de un disciplina severa y establecer en ellos una subordinación ciega y rigurosa, y todo esto a la vista de un enemigo organizado, superior en número y en toda clase de elementos de combate, que hallábase por entonces pujante y victorioso, y al que, sin embargo, logra al fin derrotar al poco tiempo en gran numero de memorables batallas…
Para tan brillantes éxitos se necesitaba un genio formado por la Providencia desarrollado con el estudio y fortificado con una larga práctica de la vida militar; se necesitaba, además, un tesoro de acometividad y de constancia. Esta grande obra, que hemos procurado bosquejar, aunque con tintas harto pálidas y poco vigorosas, fue la que llevó a cabo D. Tomás de Zumalacárregui , y aún hizo más : comprendiendo que si las partidas sueltas pueden sostenerse con recursos improvisados, los ejércitos necesitan, en cambio, contar con una hacienda formalmente establecida y metodizada, con un centro permanente de elementos, creó una Junta, cuyas atribuciones se extendían a la recaudación de metálico, aprovisionamiento de víveres, equipo y armamento de la tropas.
Por otra parte, como un ejército sin espionaje, lo mismo que un Gobierno sin policía, sería a cada paso víctima de un enemigo activo y sagaz, Zumalacárregui, explotando con destreza los sentimientos carlistas de los naturales del país y estimulando su celo, consiguió que idóneos campesinos le comunicasen (muchas veces con una precisión admirable) los movimientos y operaciones de las tropas liberales. A Zumalacárregui debiese también la creación y organización de los famosos aduaneros, hombres audaces, avezados de antiguo a arrostrar toda clase de peligros, que interceptaban las comunicaciones del enemigo, detenían los correos, imponían los tributos a los transeúntes y que, al amparo de los accidentes del terreno, molestaban y hasta diezmaban constantemente a las fuerzas isabelinas.
Tomadas estas disposiciones, que las circunstancias no sólo aconsejaban, sino que los exigían imperiosamente, cuando aún tenía el valor que en la instrucción de sus voluntarios, condújoles ya el caudillo Zumalacárregui a los combates, a pelear con tropas de antiguo organizadas, instruidas, mandadas por jefes expertos, arrojados y ya veteranos ; sostuvo el 29 de diciembre de 1833 la ventajosa acción de Nazar y Asarte, dirigió un ataque infructuoso sobre la plaza fortificada de Vitoria; venció, en cambio, en los campos de Heredia; hizo frente en Huesa al General en Jefe isabelino Conde de Villarín, quien, de resultas de dicha acción, fue sustituido en el mando del ejército liberal del Norte por el General Marqués del Moncayo; pero éste no tuvo mejor suerte que su antecesor, pues vióse vencido por el General Zumalacárregui en Alsasua, en Gulina (donde también fueron derrotadas las tropas del General isabelino D. Manuel Lorenzo) y en Muez , quedando con todo ello tan quebrantado el prestigio del General Marqués del Moncayo, que el gobierno de Madrid le reemplazó con el General Marqués de Rodil, quien acudió al Norte con un refuerzo de 14.000 hombres, reuniendo con ellos a sus órdenes un total de 35.000 soldados a principios de julio del año 1834.
Pocos días después entró en España, por Elizondo, D. Carlos, cuya primera entrevista con el General Zumalacárregui debió halagar extraordinariamente el amor propio de tan insigne caudillo. Al considerar D. Carlos que aquel grande hombre sólo con la fuerza de su genio había sabido aunar tantos elementos heterogéneos, sobreponerse a rivalidades mezquinas y desbaratar, a la cabeza de bisoños soldados, cuerpos enteros de tropas veteranas y aguerridas, eclipsando la gloria de hábiles, entendidos y valerosos generales enemigos; al considerar todo esto D. Carlos, no pudo dominar su emoción y su afecto, y se arrojó en brazos del invicto General Zumalacárregui, manifestándole de la manera más cordial lo altamente satisfecho que se hallaba de su comportamiento, pericia y denuedo, confirmándole, lleno de gratitud y de entusiasmo, en el alto cargo de General en Jefe de los Carlistas del Norte, con el empleo de Mariscal de Campo.
Después sostuvo el General Zumalacárregui las indecisas acciones de Olazagoitia y Artaza, destrozo en Carrión y Viana a la División del General Barón de Carondelet; arrolló cerca de Eraul a las tropas de los generales D. Marcelino de Oráa y Don Francisco de P. Figueras, y, si bien sufrió un revés en Echarri-Aranaz, consiguió sólidos triunfos en los campos de Arrieta y Alegría, derrotando en ellos al General Osma y al Brigadier O’Doile, cuyas victorias valieron al caudillo carlista el ascenso a Teniente General, así como la gloria de quebrantar el prestigio del General en Jefe enemigo Marqués de Rodil, que fue reemplazado por el famoso General D. Francisco Espoz y Mina, quien después de numerosos combates de varia fortuna, perdió también al fin su fuerza moral y la aureola de General invencible al ser derrotado por los carlistas en los campos de Doña María, en vista de lo cual el gobierno isabelino dispuso que tomase personalmente el mando en jefe de su ejército del Norte su Ministro de la Guerra, el General Conde de Villarín.
Entretanto D. Carlos colocaba solemnemente, el día 30 de octubre de 1834, en Oñate, al frente de sus victoriosas tropas, la banda y la placa de la Gran Cruz del la Real y Militar Orden de San Fernando sobre el pecho del Teniente General D. Tomás de Zumalacárregui, cuya vida fue ya desde entonces una serie no interrumpida de triunfos memorables: derrotó en Eraul al General Figueras; en las Peñas de San Fausto, al General Barón de Carondelet; en Viana, otra vez al General Figueras; en el Puente de Arquijas, a los generales D. Luis Fernández de Córdova y D. Marcelino de Oráa, y más tarde también, en el mismo puente, al General D. Manuel Lorenzo; en el valle de Zama, al General Oráa; a fines de diciembre de 1834, a los generales Pastor e Iriarte; y durante el año siguiente venció al General Carratalá en Ormáiztegui; al General Lorenzo en Orvizo, en el puente de Arquijas y en Los Arcos; al los generales Espartero, Lorenzo, Carratalá y Jáuregui en Celendieta; al General Aldama en Arróniz; al General Hoyos en Torregalindo; a los Generales Conde de Villarín (Ministro de la Guerra), Fernández de Córdova y Aldama en las Amézcoas y al General Espartero en Descarga; se apoderó de Echarri-Aranaz, Treviño, Villafranca, Tolosa, Ochandiano y pensaba en dirigirse a Vitoria cuando hubo de poner sitio a Bilbao, contra su propio parecer, obligado a ello por la imprudencia de algunos cortesanos de D. Carlos, pues el General Zumalacárregui no quería poner por entonces sitio a la capital vizcaína por considerar a la sazón difícil apoderarse de ella, y porque aún en el caso de lograr su conquista le ocasionaría esto la pérdida de muchos hombres y de un tiempo preciosísimo, considerando, en cambio, como muy seguro obtener a poca costa un gran triunfo al operar sobre Vitoria.
Marchó el General Zumalacárregui sobre Bilbao al frente de 14 batallones, dos cañones de a 12, uno de a 6, dos de a 4, dos obuses y un mortero, artillería que resultaba harto escasa y deficiente para aquella empresa, a pesar de estar dirigida por tan brillante jefe como D. Vicente de Reina, de quien nuestro respetable y querido amigo el General de Artillería D. Mario de la Sala, que su nombre debía figurar en la lista de oficiales de Artillería muertos en campaña con que se honran los escalafones del Cuerpo de Artillería, para gloria del mismo y emulación y ejemplo de oficiales vivos, pues afirma el caballeroso General alfonsino ya citado, que el referido jefe de Artillería carlista D. Vicente de Reina,»muerto valerosamente en campo enemigo, murió Honrando al Cuerpo que le formó, con el brillo de su saber, bizarría y caballerosidad. »
Continuará ….