La Tradición española, el Carlismo, los carlistas, son mucho más antiguos que los 30 años de organización CTC, tan antiguos como la historia de España, y tan de actualidad como que están hoy al día en medio de los gravísimos problemas de España y los españoles. Problemas por los que sufren, se inquietan, y trabajan para ofrecer algo de luz, la que dejemos colar incluso con astucia frente a las artimañas de eso que se llama Revolución violenta y mansa -hasta resabiada-. Esta última, hoy pepera, es la peor porque es la que en su pésima política más fácilmente ha deshecho España y a los españoles.
El Carlismo nació en 1833, pero en seno y regazo de la Tradición española. Tradición que no era innovadora o rupturista, ni conservadora -fernandina o absolutista-, sino renovadora (de la que el Reino de Navarra dió buenas muestras). El Carlismo era y es una cuestión jurídica, religiosa, política, social y plenamente humana, Regional y española.
Aunque la misma persona pertenece a dos sociedades perfectas que deben estar muy bien avenidas, la Iglesia y el Estado -éste abierto o subordinado en lo espiritual a la Iglesia-, sabe muy bien que su alma es sólo de Dios. Los carlistas saben muy bien dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César, sabiendo que el César también tiene obligaciones hacia Dios, concretamente en Cristo Rey. De esto nada sabe el liberalismo laicista que ha corrompido España y a los españoles, y ha utilizado la religión mendigando un presunto e imposible apoliticismo.
En 1986 se unieron los tres sectores carlistas existentes en una misma organización: Unión Carlista, Comunión Católico Monárquica y Comunión Tradicionalista. Con un mismo Ideario -el de siempre-, con un mismo Programa político actualizado, con un saber quién o quiénes no podían sentarse en el trono de San Fernando, se unieron en una misma organización política, conservando cada cual sus fidelidades personales pero sin hacer bandera de ellas.
Así, han trabajado y convivido durante treinta fructíferos años, representando la Tradición española o de las Españas, ofreciendo soluciones políticas y sociales, recurriendo a las instancias oficiales de la Iglesia y del Estado, presentándose a las elecciones siempre que han podido.
Han promovido actuaciones en la sociedad en defensa de la vida humana desde su concepción, el matrimonio y la familia, la educación de los padres, y en defensa de los derechos de Dios y concretamente de N.S. Jesucristo quebrados por hipocresías política e institucionales e incluso por sacrilegios y blasfemias públicas. Han defendido la unidad de España y los Fueros que son su única salvaguardia, la unidad en la diversidad de los pueblos de España, las lenguas de la monarquía incluida -claro está- la lengua común castellana o español. Urgen la necesidad de trabajar por el Bien Común, atender el mundo laboral y del asalariado, cuidar el mundo empresarial y las PYMES, y servir sin hipocresías a la variada cuestión social con sus múltiples novedades. Están lejos de la ideología europeísta, de los nacionalismos disgregadores que sirven a la destrucción de las Patrias -y de esa gran Patria que Es España, eje de la Hispanidad-, de rendir tributo al NOM y del dominio de las empresas transnacionales y del capitalismo internacional. Luchan especialmente por los pobres y desvalidos, los niños y ancianos, y por las libertades reales. Porque Dios es el único escudo del que nada tiene.
No haremos un alarde de las actuaciones y esfuerzos de la Comunión Tradicionalista Carlista durante sus 30 últimos años, máxime en medio de los desplantes, tergiversaciones y hasta persecución que la Tradición española y los tradicionalistas activos han sufrido y sufren en silencio por parte de sus enemigos frontales, del buenismo o de ciertos intereses particulares, pero sí queremos congratularnos y celebrar con todos los españoles la existencia, lealtad y trabajos de la Comunión Tradicionalista Carlista en sus 30 últimos años de esfuerzos y sufrimientos, alegrías y esperanzas.
Trabajos entusiastas que la conciencia nos reclama y anima. Esperanza porque nuestros hijos nos demandan de cara a su futuro, y nuestros padres nos buscarán aquí o en el Más Allá. Trabajos por los que sin duda nos felicitarían los reyes que de España han sido, y los que vayan a ser. Y sobre todo, alegría por el servicio de toda una vida, pues Dios en su misericordia es buen pagador.
Como se puede observar, ser carlista no es un temor. Ser carlista es ser un español de veras -español porque navarro y navarro porque español- y consciente, sin duda trabajador en aras de la preciosa Causa que tiene entre manos, que vive en comunión con sus semejantes, lejos de las divisiones y encontronazos de los partidos políticos y de la corrupción que ha generado la mentalidad partitocrática. El bien querido por Dios de la persona y las familias, el bien común de los vecinos y los españoles organizados en sus cuerpos sociales y su propio ser, son nuestra esperanza.
José Fermín Garralda
Pte. de la Comunión Tradicionalista Carlista de Navarra