Sra. Presidente de la Junta de Gobierno, amigos carlistas:
Gracias a Dios y a vosotros por permitirme celebrar este trigésimo cumpleaños de la Comunión Tradicionalista Carlista.
Felicidades a la organización. A sus dirigentes. A sus militantes. A sus amigos.
Es importante que lo celebremos. Que apreciamos lo que tenemos. Que nos demos cuenta de que se trata de una acumulación de esfuerzos. Un camino hecho de muchas huellas. De los que ya no están, pero que forman el Tercio de la Eternidad. De los que se dejaron la salud en el tajo. De los que caminaron junto a nosotros un trecho y se bajaron del tren por cansancio o por disgustos. De los que no comprendieron o fueron incomprendidos. De los que fueron promesa que no llegó a cuajar. De los que hicieron de la Causa elemento medular de su vida. De los que nos ven desde fuera, nos miran con curiosidad, con respeto, con admiración. De los que nos alientan. De los que nos critican. De los que nos combaten.
De los que nos dan luz. De los que nos dan humo. De los que comparten con nosotros un porcentaje significativo de nuestro proyecto.
Con aciertos y errores también acumulados. Con sacrificios y renuncias. Con tenacidad y perseverancia. Esperando contra toda esperanza lógica.
Con criterios de mercado de votos, somos una empresa equivocada. No vendemos soluciones mágicas a los problemas de la sociedad. No sabemos decirle al electorado las mentiras que pide. No somos una agencia de colocación en la casta. No tenemos padrinos ni patrocinadores. Aparentemente nada justifica nuestra pervivencia.
Y sin embargo abrimos la tienda en 1986 y la tenemos abierta 30 años. Ofrecemos bienes y servicios para un público selecto, de un gusto especial.
Para acabar de complicarnos la vida, continuando el símil, tenemos competidores. Con imagen comercial parecida, con mensajes calcados. Que no sólo nos disputan la clientela sino que quieren llevarse a nuestros comerciales. Y que nos amenazan con una OPA hostil.
Algún espacio ocupamos en el microcosmos político cuando desean abducirnos, fagocitarnos, sustituirnos.
Por eso hemos de inventariar nuestros activos y nuestros pasivos. Y trazar estrategias no sólo de supervivencia sino de crecimiento. Sacar conclusiones de esta singladura de tres décadas para desarrollar la empresa.
Analizando la coyuntura política hemos de repensar lo que España necesita y no encuentra para regenerar las instituciones: los bienes y los servicios que, como depositarios de una Tradición que no es nuestra, podemos y debemos poner a la disposición de nuestros potenciales clientes.
Esos bienes y servicios han de llegar al mercado con un formato acorde con la sensibilidad vigente.
Si queremos ser aceptados, tendremos que cuidar nuestra imagen de marca y empresa que condiciona la viabilidad de nuestras ofertas.
Y no hemos de descartar eventuales convergencias con las empresas competidoras en las áreas que convenga. Sin demasiado respeto a registros y a patentes. Que nos copien y copiemos si eso mejora nuestra producción.
No somos los únicos que ofrecemos la etiqueta ‘carlismo’.
Si la sociedad española, en trance agónico, repara en los significados múltiples y aun opuestos entre sí que ese ‘–ismo’ encierra, lo catalogará como objeto de museo y distracción de eruditos.
Cuando el carlismo es noticia va unido frecuentemente – tengámoslo en cuenta si no queremos autoengañarnos – a los ecos de sociedad y a los movimientos de una determinada familia en la que recae la herencia histórica de la Causa. La prensa caricaturiza las posturas del carlismo dinástico extremando las tintas de la fractura ideológica de hace más de 40 años.
A esa desfiguración contribuyen supuestos pronunciamientos de personas reales que reinciden en errores del pasado y vuelven a abrir viejas heridas. Ni se aceptan las condiciones preceptuadas por D. Alfonso Carlos I para sus sucesores ni cuajan estrategias de integración y reconciliación. En lugar de ello, parecen buscar asimilarse a los valores del sistema, respaldando los radicalismos que desnaturalizaron la Causa.
No resuelven el conflicto las posturas de los que se presentan ante nuestra gente arrogándose la personalidad de uno de los fragmentos del cuerpo social carlista que en 1986 se integraron en la Comunión Tradicionalista Carlista, ignorando la existencia de ésta y las circunstancias que determinaron su reconstitución. Aunque invoquen purezas doctrinales y legitimidades dinásticas.
La gente tiene problemas más perentorios que descifrar qué carlismo es el bueno y cuál el malo. Lo reducen a un fenómeno “friki” y pasan página.
Ese es el peligro de abusar de un lenguaje y un folclore que fuera de nuestro gueto no traspasa las fronteras de lo pintoresco.
Necesitamos hacer un esfuerzo de reconversión de nuestro mensaje: alejarnos del metalenguaje. Hablar cada vez menos de carlismo y, a la luz del tradicionalismo político, hablar más en carlista de los problemas reales de la sociedad.
En estos años la CTC ha hecho una gran labor de sistematización del Ideario y del programa. Perseveremos en la tarea sin complejos.
Aprovechemos en lo posible el trabajo realizado por los carlistas ajenos a la CTC y aun de otros ambientes distintos y distantes que se preocupan por encontrar soluciones.
La experiencia del Boletín REINO DE VALENCIA en su última etapa como revista digital es de algún modo extrapolable a la proyección que la Comunión necesita. Hemos de encontrar nuevos métodos para llegar a nuevos amigos.
Que la celebración de este XXX aniversario sea la base para un relanzamiento de la CTC como instrumento útil al servicio de los valores de siempre.
Muchas gracias.