Sobre el general Francisco Franco pesaba la maldición de haber querido deshacerse los rivales que podían hacerle sombra. Por ejemplo, José Antonio, el líder de Falange, mucho más culto, más brillante y con más visión que él. Encarcelado en Alicante por el Gobierno de Largo Caballero y ejecutado con una farsa de juicio, siempre quedará la duda de si Franco hizo todo lo que pudo por liberarlo.
El otro rival fue el general Emilio Mola, una pieza clave en el Alzamiento del 18 de julio. Y partidario no de acabar con la II República sino de evitar que se deslizara a un régimen prosoviético. ¿Qué hubiera ocurrido, al terminar la contienda, con un Mola frente a Franco? Eso entra en el terreno de la historia-ficción, porque el general murió en un accidente de aviación en plena guerra, en 1937. Y todo indica que, a pesar de las sospechas lanzadas por los maliciosos, su muerte fue fortuita.
Menos conocida es la historia del general Amado Balmes. Y ahí entra Actuall.
Balmes era gobernador militar en Las Palmas cuando se pegó un tiro limpiando su pistola. Y en una fecha tan significativa como el 16 de julio de 1937, cuando los sublevados estaban ya a punto de alzarse contra la II República.
Para Franco, destinado/arrinconado por el Gobierno del Frente Popular en Tenerife, los funerales de Balmes eran una excusa perfecta para abandonar la isla y viajar a Gran Canaria donde le esperaba el famoso avión Dragon Rapide, con el que daría el salto a Marruecos y sublevaría el Ejército de Africa.
Sobre esa conjetura se basó el historiador de izquierda Ángel Viñas para acusar a Franco de haber planeado la muerte de Balmes. Así lo dejó escrito, negro sobre blanco, en su obra La conspiración del general Franco. Especulaba Viñas que Franco ordenó la muerte de su colega por su negativa a unirse a la sublevación, y además, que pareciera un accidente.
Hay una parte de verdad: la muerte de Balmes le proporcionó a Franco la excusa perfecta para moverse de isla sin despertar las sospechas del Gobierno e iniciar la sublevación. Pero el resto es burda mentira.
Lo ha demostrado al cabo de casi 80 años, otro historiador, Moisés Domínguez, al analizar la autopsia de Balmes.
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