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“La Comunión”, una organización política al servicio de España

Fco. Javier Garisoain Otero

Si no existiera el Carlismo, o si se hubiera quedado en una pugna sucesoria coyuntural, habría que inventarlo. Esta gran cosa que todavía llaman España es la sombra de un proyecto grandioso que tuvo sus siglos de oro; que martilleó, iluminó y lucho por la Cristiandad como ningún otro imperio; que construyó sobre roca; que salvó a muchos, y que cayó finalmente, despedazado e invadido por sus enemigos. El Carlismo no solo lo sabe, no se limita a contarlo a quien lo quiera oír, sino que además sirve con esperanza a aquella España, y reconoce en los restos del naufragio la herencia de cosas grandes, que si fueron posibles antaño es para demostrarnos que hoy también son posibles. Porque poder siempre podemos… cuando Dios quiere.

He dicho “proyecto grandioso” aunque lo cierto es que para la gran mayoría de sus protagonistas pudo no tener más horizonte personal que las montañas de Covadonga, o la comarca agreste de una partida facciosa, o el humilde paisaje vecinal de una cooperativa agrícola. La inmensa mayoría de los súbditos leales de aquella Monarquía Católica, como la mayoría de los carlistas que han mantenido su Ideal y sus gestas en 180 años han sido gente sencilla, poco dados a las estrategias de salón, a los maquiavelismos continentales, o a las jugadas torticeras de la geoestrategia. Ni siquiera los más políticos de entre los tradicionalistas respondemos bien al tópico del que se reúne con los amigos para «arreglar el mundo». Nosotros somos ante todo realistas, nos gusta pisar tierra firme y no alejarnos más de la cuenta del tañido de nuestro campanario local. Si hay que arreglar algo, seguro que es más urgente la fontanería consistorial que el tejado mundial. Sabemos que la política más que el arte de lo posible es la artesanía de hacer lo que se pueda. Los carlistas estamos escarmentados de discursos grandilocuentes, de ideologías que todo lo explican, de partidos que prometen una salvación material a golpe de B.O.E., por su arte y por su listura. Y sin embargo, cuando nos detenemos para conmemorar alguno de nuestros pequeños hitos -los 30 años del Congreso de la Unidad Carlista, los cien números de un humilde medio de comunicación regional…- se nos ensancha el corazón al comprobar que todo encaja. Que todas y cada una de estas batallas merecen la pena. Que es la suma de todas esas pequeñas luchas lo único que hace a este mundo -a esta España- aún habitable.

Escribo en el arranque de una nueva y duplicada campaña electoral. Un circo mediático y televisivo en el que los actores de una compañía teatral llamada PPSOECIUDEMOS pugnan por captar nuestra atención y hacer cada uno de ellos gestos que los diferencien de sus compañeros. Es una invasión mediática que estigmatiza a todos aquellos que no aparezcan en sus encuestas, que persigue -o al menos procura como daño colateral- el desánimo, la eterna abstención política de quienes tendríamos tanto que decir. Pase lo que pase el 26 de junio puedo garantizarles que el próximo gobierno de España será 100% “progre”: abortista, laicista y socialdemócrata. Los demás no contamos. No es que seamos incómodos, es sencillamente que “no existimos”. Y sin embargo nosotros, los carlistas, aunque nos abstengamos hoy en la urna, nunca podremos renunciar a la responsabilidad de ser la única organización política que entronca, que enlaza -siquiera sea mediante un hilillo-, con la España tradicional. Y la única que durante casi doscientos años ha venido viviendo y practicando con los pies en el suelo el Ideal de nuestros clásicos. Que no nos hemos limitado a conservar la momia embalsamada de Calderón. Que no somos los inevitables y simples nostálgicos. Por todo esto digo que si no existiera la Comunión Tradicionalista Carlista habría que inventarla. ¿Qué otra organización política será capaz de resistir con esperanza a los próximos gobiernos del fanatismo progresista? ¿Qué otro grupo humano, político y social ha seguido paso a paso los desvaríos de la revolución liberal, sin someterse al dictado de lo políticamente correcto, contraponiendo la vigencia de la Tradición, alzando una voz contemporánea y fresca para rebatir las viejas ideas modernas? ¿Qué otra herencia política concreta -si no es la carlista- está en condiciones de afrontar un debate intelectual serio con los cantamañanas de las ideologías “progresistas”?

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