Es una responsabilidad el escribir en voz alta, es como lanzar al océano un mensaje en una botella, sabes que arribará en alguna playa y que alguien lo leerá. Sólo esperas que dicho hallazgo le haga un bien a ese desconocido, reflexione y le mueva así a actuar por una causa justa. Entonces dicho lance habrá merecido la pena.
Nadie elige el momento de la historia en que su vida va a transcurrir, sólo Dios en su Providencia lo sabe desde toda la eternidad para cada uno de nosotros. Estamos aquí en esta piel de toro a caballo entre dos siglos y éste es el escenario, con todos su condicionantes, en el que tenemos que interactuar.
Podemos admirar el coraje de nuestros mayores, su tesón y esfuerzo, su valentía y su sacrificio. Salvaron su tiempo, sí, pero el nuestro lo tendremos que salvar nosotros, no hay atajos. Ni las victorias de ayer servirán para hoy, ni el esfuerzo de los que nos precedieron nos salvaguardará en este tiempo. Cada generación tiene que sacar sus castañas del fuego y es un compromiso que nadie puede eludir.
No sería de justicia que una generación, por muy sobresaliente que fuera, resolviera indefinidamente los problemas de todas las generaciones venideras. Seguramente éstas no serían merecedoras de aquellas victorias, pues se dormirían en los laureles y dilapidarían ese tesoro que no sería valorado, pues no fue luchado por ellos.
Vivimos en una sociedad muy distinta a la de antaño, que ha sufrido grandes transformaciones, han pasado muchos acontecimientos en estos últimos ochenta años: un régimen político -nacido tras una guerra- que feneció con su fundador; una transición política que llegó viciada y tras cuarenta años, se puede definir como de esos polvos, estos lodos; revoluciones sexuales y emancipaciones feministas, que han esclavizado más a la sociedad, llevándose la peor parte las propias mujeres; concilio vaticano romano y cambios profundos en la Iglesia universal; movimientos migratorios masivos incontrolados, que si no son asimilados prometen desnaturalizar nuestra sociedad, cultura y tradiciones; revoluciones tecnológicas que han modificado los patrones de interrelación social y que son armas de doble filo, pues se pueden emplear para devastar o para construir.
Recuerdo ese ideograma chino de la palabra “crisis” que se recoge sólo en dos trazos, el uno significa “peligro” y el otro “oportunidad”. Basta cruzar el umbral de nuestro hogar para toparnos con el peligro, pero en el peligro está también velada nuestra oportunidad. Decía el poeta alemán Friedrich Hölderlin que en el peligro nace lo que nos salva. Si nos toca hoy vivir tiempos de Esparta y no de Atenas, aprenderemos a vivirlos estoicamente. No nos vencerá la molicie de quien sabe que tiene todo hecho, sino que nos salvará el estar despiertos y alerta para combatir los dragones de nuestro tiempo.
Las elecciones del 26-J y el aumento de escaños del PP, obedece a una estrategia de tocar a rebato que viene el Frente Popular y su cierre de filas, como las ovejas que se agrupan porque viene el lobo, con muchos votos del miedo y muchos votos prestados. Gran favor han hecho al PP esas erradas encuestas que proclamaban el “sorpassso” y los podemitas con su guillotina a las puertas de la Moncloa.
El nuevo escenario político que se avecina es un rompecabezas, donde el PP intentará formar gobierno con cesiones y prebendas que faciliten una precaria gobernabilidad y donde España y los españoles seremos la moneda de cambio de sus turbios contubernios y cambalaches. No hay que olvidar que la extrema izquierda, antes residual, tiene ahora 71 diputados en el Congreso y que no se van a quedar en sus ridículas puestas en escena de besos de barbudos o neonatos lactando, sino que se trata de una bomba de espoleta retardada, cuyos efectos ya estamos sufriendo en las calles con sus agresiones físicas y verbales a personas y profanación de lugares de culto. Sólo sé que venga lo que venga, aquí estaremos un puñado de tradicionalistas firmes en nuestras convicciones, intentando dar soluciones a nuestra sociedad del siglo XXI, impávidos y en formación de combate, aunque el suelo se mueva bajo nuestros pies.