Asistimos estos días con una mezcla de preocupación, hastío y diversión a la reacción de la opinión pública en Occidente a los bandos municipales de varios ayuntamientos franceses prohibiendo la utilización del burkini en sus playas.
El comando progre- mediático se ha lanzado contra la yugular de unos alcaldes que no han hecho nada más que traducir en decreto lo que el pueblo les pide desde hace mucho.
Para ello han utilizado todo su arsenal: desde el grito histérico ranciamente marxista hasta la ironía desde una presunta superioridad moral que no es tal.
Los presuntos modernos, progresistas, feministas y demás defendiendo, como si su vida les fuera en ello, una prenda que representa la caverna y la sumisión de la mujer.
Son exactamente los mismos que con igual entusiasmo estúpido defienden un presunto derecho de la mujer a invadir desnudas una capilla católica o el acoso a unos obispos.
Nada nuevo bajo el sol. Nos fatigan.
Nos preocupa bastante más lo que esta historia del burkini tiene como símbolo de la ofensiva permanente que el islamismo lleva a cabo en Occidente para implantar su visión totalitaria de la sociedad.
Hoy es el burkini pero lo es también la exigencia de tener menús de comida halal en los comedores escolares, o la exigencia de tener horarios diferentes para hombres y mujeres en las piscinas municipales o la negativa de chóferes de autobuses municipales a conducir el mismo autobús que antes ha sido conducido por una colega femenina o la exigencia de las musulmanas para ser tratadas sólo por médicAs y los musulmanes por médicos o también la exigencia a las empresas de cambiar los horarios de trabajo para favorecer a los musulmanes durante el Ramadán, la fiesta del cordero, los viernes o durante las llamadas a la oración diaria.
Todos esos son realidades que ya existen en Europa y más concretamente en Francia y que, sin tardar, llegarán a nuestra patria.
Es una invasión que no aparece en los medios. Una invasión silenciosa. Y ya se sabe que lo que no sale en los medios, no existe.
Una conspiración de silencio se ha instalado en el panorama mediático de Occidente para esconder la verdad. Por todo ello, la batalla contra el burkini no es una “frikada” propia de chalados.
Es un “BASTA YA”.
Es el grito de un pueblo harto de sufrir y de ver cómo la castuza política le arranca su ser, su identidad.
Es divertido, más bien patético, ver cómo muchos alcaldes de los que han prohibido el burkini en sus pueblos pertenecen a los mismos partidos políticos que han favorecido y fomentado durante lustros el buenismo y la rendición frente a la invasión. Son los bomberos pirómanos.
¿Qué legitimidad tienen ahora las huestes de Sarkozy o los socialistas de Hollande? Ninguna. No van a lograr borrar su responsabilidad en esta tragedia.
La utilización de semejante prenda no es una anécdota. No es inocente. No es la expresión de la libertad ni mucho menos la decisión libre de las mujeres que lo llevan.
Es un acto militante perfectamente orquestado que busca continuar la implantación islamista en Occidente, de momento pacíficamente y después mucho menos…
Hay que reconocer que los mahometanos son muy inteligentes. Taimados.
Saben utilizar el victimismo como nadie y se han presentado en Francia como los paladines de la libertad, como candidatos a un martirio laico dispuestos a dejarse quemar vivos en la pira de la intolerancia con tal de poder defender los derechos de la mujer frente a tanto retrógrado, intolerante y fascista.
Es el mundo al revés.
Evidentemente, en toda esta farsa han encontrado el apoyo entusiasta de la izquierda y de los acomplejados centristas-derechistasaratos-progresistas- reformistas-laicistassobretodoanticatólicos que han estado sublimes en su papel de tontos útiles. No hay más que leer la argumentación esgrimida por el “Conseil d’État”, la más alta jurisdicción administrativa francesa, para autorizar la utilización del burkini:
Sauf «risques avérés», interdire le burkini porte «une atteinte grave et manifestement illégale aux libertés fondamentales que sont la liberté d’aller et venir, la liberté de conscience et la liberté personnelle»,
En nombre de la sacrosanta “libertad” llevar ese instrumento de degradación y de discriminación es autorizado.
¿Qué argumentos se podrían esgrimir llegado el momento contra la poligamia o la pedofilia?
Saben que el entramado jurídico-político va en su favor. Saben perfectamente cómo servirse de él.
Saben que ha sido creado para favorecer a todos los enemigos de la Civilización Occidental y aunque su desprecio por ese sistema, por los que lo crearon y por sus partidarios es total, no van a desaprovechar ni una ocasión para utilizarlo a su conveniencia. Con el concurso entusiasta de los tontos útiles, “of course”.
En esta ofensiva musulmana contra Occidente, los mahometanos no tienen ningún adversario enfrente.
¡Cuán patéticos resultan los llamamientos a la “resistencia democrática”, “a la lucha por la libertad”, “a la tolerancia”! por parte de los herederos políticos de aquéllos que desde la Revolución Francesa han hecho todo lo posible e imposible por arrancar el alma cristiana de Europa y de todo Occidente.
¡Cuán estúpidas son las florecitas, las velitas y el “Imagine” de Lennon cada vez que un musulmán masacra a unos inocentes que se cruzaron en su camino!
Los musulmanes desprecian profundamente la (presunta) democracia implantada en Occidente. Un sistema laicista (o, más precisamente, furiosamente anti-cristiano), relativista, hedonista y por todo ello cobarde y suicida. No es rival para sus planes totalitarios.
Sin embargo temen la superioridad espiritual, moral, ética y filosófica del Cristianismo. Ese sí es un adversario temible. Invencible. Covadonga, Lepanto, Poitiers, las Cruzadas, las catedrales, el Greco, Giotto, el descubrimiento de América, los miles de misioneros que durante siglos han evangelizado el orbe entero son algunos ejemplos de las obras que la fe en Dios puede realizar.
Las raíces cristianas de nuestra civilización hubieran sin duda sido el mejor valladar contra la invasión islamista. Por desgracia nos las han arrancado. Y el rebaño está indefenso. Temeroso. ¿Qué hacer? Las velitas y las florecitas no atemorizan a “los fanáticos”, ¡horror!
La tesis de Oswald Spengler en su libro “La decadencia de Occidente” parece ser por desgracia cierta: cuando una civilización pierde su alma primero entra en decadencia y después desaparece.
¿Debemos por tanto desesperar? No, simplemente porque objetivamente hay motivos para la esperanza.
En todas las naciones europeas surgen organizaciones dispuestas a resistir y cuyo ideario está sólidamente fundamentado en los principios innegociables enunciados por el, en su día, cardenal Ratzinger: defensa de la vida, de la familia, de la libertad de los padres para elegir la educación de sus hijos y el Bien Común traducido este por la defensa innegociable de los principios cristianos aplicados a la Política.
A pesar del silencio mediático, del desprecio del amigo y del odio del adversario, en nuestra patria también la resistencia se organiza y lucha dignamente contra viento y marea.
Evidentemente y por si hay por ahí algún despistado, esa resistencia NO es el PP.