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Historia

De leyendas: la negra, la rosa y la nueva

El trono de Alba, obra satírica de su gobierno en Flandes

 

”A las gentes que se impresionan fácilmente por las especies calumniosas que sobre España en el extranjero se vierten, yo rogaría que lean y medíten la Historia y verán que a España se le ha hostilizado siempre que ha resurgido.

Francisco Franco

(Recogido por Jesús Revuelta en ABC  el 3/4/1945)


El trono de Alba, obra satírica de su gobierno en Flandes

El trono de Alba, obra satírica de su gobierno en Flandes

 

Durante la época del Imperio español, aparecen  dos leyendas en Europa que difunden por todo el continente dos imágenes de España muy contradictorias: una excesivamente negativa, que es la que, por intereses de algunos, más se conoce y  otra que intenta ser más objetiva con los hechos históricos que se pretenden ocultar y a la que, despectivamente, llaman rosa. Surge así la “leyenda negra” y “la leyenda rosa”. Existe además otra, que llaman “nueva”, pero que, a pesar de su nombre, en realidad se nutre de los mismos tópicos.

 

La leyenda negra (la más conocida)

 

Dicha propaganda antiespañola, empieza a fraguarse a partir de mediados del siglo XVI. Tratando de afianzarla, los hostiles a España se apoyaron en factores políticos, sociales y religiosos que, en muchas ocasiones se entremezclan entre sí.

 

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1.-Factores políticos:

 

Coincidiendo con la rebelión de los Países Bajos contra el gobierno de Carlos I y Felipe II, surge en Europa debido a las numerosas guerras internacionales que mantenía el Imperio y que lo convertían en un enemigo potencial para todos los países cuya religión no era la defendida por aquél (la religión católica), es decir, para los protestantes, luteranos, anglicanos o calvinistas de Inglaterra, Holanda, etc., que temían que al imponer una religión universal, Felipe II querría convertirse en Monarca Universal. Lo cierto es que hizo de la defensa de la fe católica una prioridad y en esta empresa tan importante ante sus ojos, fue también presentado como un monstruo fanático y despótico por sus enemigos hasta ser apodado : el demonio del Mediodía”.

Algunos autores establecen antecedentes de esta hostilidad hacia los españoles principalmente en Italia, remontándose al siglo XIII cuando el reino de Aragón se extendía por el Mediterráneo hasta Nápoles y Sicilia. La competencia comercial de los mercaderes catalanes y la posterior imposición de tributos por parte de la administración española suscitará odios entre los italianos. Odios injustificados, pues, por una parte, es Castilla la que seguirá cargando con el mayor peso fiscal en cuanto al mantenimiento del Imperio, posesiones italianas incluidas, y, por otra, la defensa de Italia frente a la amenaza turca depende básicamente del Imperio español. También la administración de justicia española habrá de toparse con los privilegios de la desplazada aristocracia italiana. Ésta, apelando a sentimientos nacionalistas, conseguirá finalmente que el pueblo italiano también se opusiera a los españoles a pesar de que el sistema judicial hispano era generalmente benévolo e imparcial a nivel popular.

Los italianos tampoco digieren bien, dada su condición de descendientes de la antigua y refinada Roma, estar bajo el dominio de un pueblo al que estimaban de inferior cultura. Los españoles son presentados como bárbaros, irreligiosos e ignorantes. También son considerados inferiores desde el punto de vista racial pues, por su historia, son mezcla de judíos y moros. Por ejemplo, en el siglo XV, el papa Borgia, Alejandro VI, será calificado de «marrano y circuncidado» debido a su origen español y, en torno a él y a su familia se irá formando también su propia leyenda.

El Saco de Roma (1527)[1] por las tropas de Carlos I en su enfrentamiento con los Estados Pontificios no contribuyó precisamente a apaciguar las críticas italianas. Los españoles cargaron con toda la culpa a pesar de que representaban menos de un tercio de toda la tropa. Los otros dos tercios estaban formados por mercenarios alemanes (lansquenetes) y por soldados italianos.

Los antecedentes alemanes de la Leyenda Negra se originan con la guerra que Carlos V mantuvo con los príncipes protestantes germanos de la liga de Esmalcalda[2]. El emperador defendía el catolicismo romano frente a la reforma luterana por la que tomaba partido la Liga. Si a esto añadimos el incipiente nacionalismo alemán, el antijudaísmo, ya patente en Lutero, y el sentimiento nórdico de superioridad racial hacia italianos, españoles y judíos, tenemos todos los ingredientes necesarios para entender el antiespañolismo y el antipapismo germanos.

Toda esta hispanofobia, fruto de las rivalidades económicas, de la política imperial española en Europa, de sentimientos nacionalistas y anticatólicos y de superioridad cultural y racial y, por supuesto, del descubrimiento del Nuevo Mundo por parte de España, cristaliza a partir de mediados del siglo XVI cuando los intereses holandeses e ingleses entran en colisión con el Imperio español.

En los años 60 del siglo XVI, durante el reinado de Felipe II, tiene lugar la rebelión de los Países Bajos. En principio, no se trataba de una revuelta popular sino de una conspiración gestada por la nobleza local usando técnicas de propaganda contra el gobierno español, la Iglesia católica y la Inquisición. La mayoría de la población seguía siendo católica pero ciertos nobles flamencos usaron la ideología de la Reforma protestante como instrumento nacionalista para conseguir independizarse de España. La Monarquía Hispánica, en su intento por mantener su herencia en Europa, tuvo que enfrentarse abiertamente al ámbito protestante, Países Bajos e Inglaterra, que es de donde le lloverán las críticas más feroces y el desarrollo de la leyenda en contra de España.

El mito del Príncipe Don Carlos, otro leyenda más contra España.

El mito del Príncipe Don Carlos, otro leyenda más contra España.

La revuelta en los Países Bajos empezó ante las medidas militares y religiosas tomadas por Felipe II con el fin de reprimir la herejía protestante. El duque de Alba, gobernador de la zona, para controlar las continuas rebeliones, impuso al menos un millar de condenas a muerte, entre ellas las de varios nobles flamencos, e incrementó fuertemente la presencia militar. La tardanza en el pago de los sueldos produjo entre los soldados, motines que culminaron con el saqueo de Amberes en 1576, en el que murieron varios miles de holandeses. Se exageró la supuesta crueldad de la política del duque y la propaganda cargó las tintas sobre los hechos más sangrientos y despiadados con el fin de desprestigiar al invasor español, por lo que la propaganda holandesa se cuidó durante siglos de omitir que fue un incendio descontrolado el que arrasó casi un centenar de casas y no los actos de rapiña. Sin embargo, aquella visión será apoyada intensamente por Inglaterra que, a partir de la subida al trono de Isabel I (1558), ratifica el cisma con la Iglesia de Roma iniciado por Enrique VIII.

El príncipe Guillermo I de Orange, antiguo gobernador  de Felipe II en los Países Bajos, fue uno de los principales líderes de la revuelta y su obra «Apología» (1580) se convirtió en uno de los panfletos de propaganda antiespañola más difundidos. Guillermo elude los ataques políticos directos al rey y responsabiliza del mal gobierno a sus ministros: los gobernadores españoles de Holanda, en especial el duque de Alba, y afirma que Felipe II es un esclavo de la Inquisición. Haciéndose eco de las acusaciones de fray Bartolomé de las Casas remarca la crueldad natural de los españoles patente en las matanzas de indios en el Nuevo Mundo. También es el primero en publicar que Felipe II había ordenado la muerte de su hijo don Carlos y otras acusaciones personales hacia el rey. Asesinado en 1584, poco después de la publicación de la Apología, Guillermo de Orange se convirtió en mártir de la independencia holandesa y, aún hoy, es mencionado en la letra del himno nacional.

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La hispanofobia también sirvió a los holandeses como justificación para intentar conquistar las posesiones lusas de ultramar, cuando éstas pasaron a formar parte del Imperio hispano (1580-1640) al heredar Felipe II el trono de Portugal.

En Francia los sentimientos antiespañoles también están ligados a la política imperial española en Europa durante los siglos XV y XVI porque Francia se vio, por una parte, frustrada en sus ambiciones sobre Italia y, por otra, encerrada entre las posesiones españolas en Europa.

Pero en 1648 se firma la Paz de Westfalia, por cuyos tratados (firmados en Osnabrück y Münster), se ponía fin a la guerra entre los estados beligerantes en Alemania, (príncipes protestantes por un lado y Sacro Imperio y católicos por otro), y se concluía también el enfrentamiento que durante ochenta años enfrentaba a España con la República de los Siete Países Bajos. Las consecuencias muy positivas para Francia, Suecia, Brandeburgo, las provincias unidas de los Países Bajos y Suiza, pero los Estados Papales perdieron la mayor parte de su poder, al ser el Calvinismo y el Luteranismo reconocidos como religiones oficiales. Por primera vez, la noción de Patria y Religión estaban separadas en Europa. De ahí nació el Nacionalismo como idea no sólo romántica, sino también como elemento fortificador en un país. Sin embargo, la principal consecuencia de la paz de Westfalia fue el debilitamiento de las posiciones de Austria y España. España perdió la hegemonía en Europa, a pesar de lo cual  aquéllos continuaron desacreditándola.

2.-Factores sociales:

Hoy está extendida por innumerables lugares la idea de que España perpetró un genocidio sobre la población india de América, es decir, que adoptó una política de exterminio deliberado de los indígenas. Pues bien: no hay ni una sola prueba material de que tal cosa ocurriera, más aún, hay pruebas de todo lo contrario, pese a lo cual la idea generalizada es que España, al llegar a América, se dedicó a matar a los indios. Se acusa a España y desgraciadamente lo aceptan muchos españoles las tres imputaciones de la leyenda negra: genocidio, esclavitud, inquisición, pero debe saberse que son completamente falsas.

*El genocidio de los indios:

Se acusa a España de haber exterminado a decenas de millones de indios. El 12 de octubre de 2005, la agencia oficial argentina Télam emitía un texto donde aseguraba que “con la llegada de los conquistadores se inició un exterminio que arrasó con 90 millones de pobladores de la región y quebró el desarrollo cultural de este lado del Atlántico (…) El mayor genocidio de la historia”. Todo deviene de los escritos del dominico fray Bartolomé de Las Casas en su defensa de los indios. Sin embargo, admitiendo que los conquistadores cometieran excesos, no pueden por sentido común tener por ciertas sus cifras: Noventa millones de muertos en un siglo y pico a manos de sólo 200.000 españoles, que más no fueron los que pasaron a América, no parece posible. O por ejemplo, un millón de muertos en poco más de veinte años, en un solo sitio, las Antillas, y en el siglo XVI, a base de ballesta y arcabuz parece impracticable, sobre todo si tenemos en cuenta que, al mismo tiempo, los Reyes Católicos habían dado órdenes muy estrictas de tratar bien a los indígenas. Varios puntos a tener en cuenta: los censos, como ha demostrado la doctora Guitar no son fiables; además a los indios que se españolizaban y aún a los mestizos, les daban de baja en las listas de nativos, aunque, desde luego, continuaban vivos.

La gran mayoría de aquellos muertos, que sin duda se contaron por cientos de miles, fueron causados por los virus, algo que ningún español del siglo XVI podía conocer. También sobre esto hay estudios incontestables. Desde muy pronto se pensó en la viruela; se cree que la introdujo en América un esclavo negro de Pánfilo de Narvaéz, hacia 1520, y se sabe que hizo estragos en Tenochtitlán. Cuando Pizarro llegó al Perú, encontró que la población estaba diezmada por la viruela mucho antes de que ningún español hubiera asomado por allí la nariz: el virus había viajado por selvas y cordilleras a través de los animales. La viruela, por cierto, la habían introducido en España los árabes en el siglo VIII cuando la invasión, causando, entre 740 y 750,  una enorme mortandad en el Valle del Duero.  A ellos se la habían pasado los persas, según parece. En 1803, la corona española promovió la primera expedición sanitaria internacional precisamente para llevar a América la vacuna contra la viruela. Millones de personas salvaron la vida. Pero eso, evidentemente, no cabe en la leyenda negra.

Estudios posteriores, como el del doctor Francisco Guerra, señalan sobre todo a la gripe porcina, la llamada “influenza suina”, como causante de la mortandad indígena a principios del XVI. El hecho es que los indígenas americanos, que habían vivido siempre aislados del resto del mundo, recibieron de repente y en muy pocos años el impacto combinado de todos los agentes patógenos difundidos por los buques europeos, sus cargamentos, sus animales, sus pasajeros…. Hace poco, un investigador de la Universidad de Nueva York, Dean Snow, precisaba que la gran mortandad no tuvo lugar en el siglo XVI, sino después, cuando empezaron a llegar niños, es decir: tosferina, escarlatina, paperas, sarampión; fue letal. Del mismo modo que el primer establecimiento español en América, el fuerte Navidad, fue diezmado por las fiebres, así también los indios, en gigantescas proporciones, fueron diezmados por los virus. Una mortalidad mayúscula de indios en América, pero no fue un genocidio. Un genocidio requiere que haya voluntad de exterminio y esta no la hubo[3].

*Esclavitud: La segunda acusación, es la de la esclavitud: los españoles esclavizaron a los indios,  pero  esta inculpación también es falsa. Los españoles no podían esclavizar a los indios porque la reina Isabel en su testamento dejó claro que a los indios había que llevarles la fe y tratarlos como a cristianos y súbditos suyos. Por eso no se los podía esclavizar. Aunque la distancia permitía que los encomenderos se tomaran ciertas libertades; además veía que todos tenían esclavos: los portugueses, los árabes; pronto los ingleses, los holandeses, los franceses… era una época donde la esclavitud seguía siendo una institución social vigente. Pero Carlos I lo subrayó con toda claridad en las Leyes de Indias:

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En conformidad de lo que está dispuesto sobre la libertad de los Indios, es nuestra voluntad, y mandamos, que ningún Adelantado, Governador, Capitan, Alcaide, ni otra persona de cualquier calidad, en tiempo de paz o guerra, sea ossado de cautivar Indios naturales de nuestras Indias, y Tierra Firme del Mar Océano, descubiertas ni por descubrir, ni tenerlos por esclavos (…) Y asimismo mandamos que ninguna persona, en guerra ni fuera de ella, pueda tomar, aprehender, ni ocupar, vender, ni cambiar por esclavo á ningún Indio, ni tenerle por tal, aunque sea de los Indios que los mismos naturales tienen entre sí por esclavos, so pena de que si alguno fuere hallado que cautivó ó tiene por esclavo algún Indio, incurra en perdimiento de todos sus bienes, y el Indio ó Indios sean luego restituidos a sus propias tierras y naturalezas, con entera y natural libertad, á costa de los que assi los cautivaren o tuvieren por esclavos. Y ordenamos á nuestras Iusticias, que tengan especial cuidado de lo inquirir, y castigar con todo rigor, según esta ley, pena de privación de sus oficios, y cien mil maravedís para nuestra Cámara al que lo contrario hiziere, y negligente fuere en su cumplimiento”

Esto no era papel mojado. La crónica está plagada de casos en los que no sólo encomenderos, sino también funcionarios reales de alto nivel, fueron investigados por la Justicia, apresados, conducidos a España, juzgados, encarcelados e incluso ejecutados por los abusos cometidos. La protección de los indios no era una mera declaración de intenciones. ¿Podría decirse lo mismo de la actitud de USA con respecto a sus habitantes negros o indios? ¿Y qué decir de los ingleses con respecto de los miembros de sus colonias? Sin embargo ellos siguieron alentando la fobia contra España.

Para impedir los malos tratos a los indios, Carlos I, hacia 1550, hizo algo único en la Historia de la humanidad: ordenó detener todas sus conquistas hasta tener la certidumbre de que lo que estaba haciendo era, moralmente, aceptable. Y así convocó la célebre Controversia de Valladolid,[4] en la que por cierto participó fray Bartolomé de las Casas, donde sabios humanistas examinaron el derecho de España a conquistar las Indias. ¿Algún otro país ha hecho algo semejante?

Carlos I y Felipe II, en un óleo de Antonio Arias Fernández. En el grandioso imperio español supuso el inicio del mundo moderno, sin España Europa hubiera sido aniquilada.

Carlos I y Felipe II, en un óleo de Antonio Arias Fernández. En el grandioso imperio español supuso el inicio del mundo moderno, sin España Europa hubiera sido aniquilada.

3.-La Inquisición o Santa Inquisición  es el tercer punto de la leyenda negra española. Aseguran que en América la Inquisición española torturó a los indios para convertirlos a la fe. El término hace referencia a varias instituciones dedicadas a la supresión de la herejía mayoritariamente en el seno de la iglesia católica. En la era medieval europea muchas veces se castigaba con la pena de muerte y de esta se derivan todas las demás. No obstante, ocultan que La Inquisición medieval se fundó en 1184 en la zona de Languedoc (en el sur de Francia)[5], para combatir la herejía de los cátaros o albigenses. En 1249 se implantó también en el reino de Aragón, siendo la primera Inquisición estatal; y en la Edad Moderna, con la unión de Aragón con Castilla, se extendió a ésta con el nombre de Inquisición española (1478-1821) bajo control directo de la monarquía hispánica, cuyo ámbito de acción se extendió después a los territorios colonizados en lo que se denominaría América. Aunque en los países de mayoría protestante también hubo persecuciones, en este caso contra católicos, contra reformadores radicales como los anabaptistas y contra supuestos practicantes de brujería, los tribunales se constituían en el marco del poder real o local, (contra el que no se atrevían) y no había una institución específica a la que achacarle los excesos.

La Inquisición, por supuesto, pasó a América, pero sus acciones no se dirigieron contra los indios, sino contra los mismos que la sufrían en Europa y que habían acudido al nuevo continente tratando de eludirla: los judíos –sobre todo, de origen portugués- y los protestantes, en general, franceses u holandeses. Pero también, contra cristianos viejos incursos en causas de blasfemia, clérigos de conducta escandalosa, etc. Contra los indios actuó rarísimas veces. Uno de los casos más sonados fue el del cacique Don Carlos de Texcoco, hacia 1539, y la gravedad de la pena –la muerte- fue tan desmedida que escandalizó a la propia Inquisición. Precisamente este caso llevó a la Inquisición a prohibir expresamente que se hiciera nada contra los nativos porque eran “neófitos en la fe” y no tenía sentido exigirles ortodoxia. Y así lo estableció una instrucción del Santo Oficio firmada por don Carlos de Sigüenza prohibiendo perseguir a los indios.

A grandes trazos esta es la verdad que los enemigos de España intentan negar. Claro que lo peor es que muchos españoles vienen coadyuvando a la difusión de la leyenda negra. Muñoz-Torrero,[6] primer diputado liberal que habló en las Cortes de Cádiz, no encontró mejor cosa que decir que: “La libertad de pensar y de escribir perecieron con la Inquisición”, olvidando que el pensamiento y la literatura españoles nunca han alcanzado nivel más alto que en la época que este caballero denunciaba, nuestros siglos de oro. Otro liberal, el poeta Quintana, veía en El Escorial “el padrón sobre la tierra de la infamia del arte y de los hombres”. Otro diputado decimonónico del ala progresista, Romero Ortiz, (masón grado 33 de nombre Fraternidad), describía a los españoles del XVI como “muchedumbres embrutecidas que acudían al resplandor de las hogueras del Santo Oficio”. No reparó este caballero, seguramente, en que la Inquisición, en toda su historia, llevó al cadalso a bastante menos gente que los sucesivos golpes liberales del XIX; o el muy bien considerado Emilio Castelar, también masón, quien afirmaba que “no hay nada más espantoso, más abominable que aquel imperio español que era un sudario que se extendía sobre el planeta”.

Frente a estas posturas se contrapone la de otros historiadores. A su trabajo le denominan  la «leyenda blanca» (Gibson), «leyenda rosa» (García Cárcel) o «dorada» (Blasco Ibáñez, Juderías), porque son propagandistas de las conquistas de la España católica. Esta otra leyenda es defendida por numerosos autores pro-españoles de países como Inglaterra e Italia, que resaltan valores españoles como la valentía, la astucia, la prudencia, el amor a la patria, etc., así como por los propios españoles, que exaltan la lengua, la cultura y la monarquía de Felipe II que lleva a España a ser la primera nación de la época.

Y por último,

La nueva Leyenda negra

Así titula el periodista Jesús Revuelta un artículo en el periódico ABC el 3 de abril de 1945 defendiendo a España en contra del resurgimiento de la leyenda negra, basada en los mismos antiguos y decadentes tópicos, que los contrarios al gobierno de Franco se encargaban de poner de nuevo en circulación. Afirma: “No es cuestión de régimen, no. Ni problema de formas de Gobierno…A España se la calumnia frecuentemente por costumbre, por atávica inercia de una leyenda negra, que se encona cada vez que el genuino espíritu nacional despierta en una primavera cuajada de promesas…. España es para muchos una especie de suburbio de las naciones cultas donde ocurren cuantos hechos lamentables recogen las gacetillas de sucesos o los reporteros sensacionalistas de sus grandes periódicos. Continua: “…con vaivenes de indiferencia o encono, llegamos al día de hoy, que ha vuelto a ver  otros españoles poniendo en circulación una nueva leyenda de España, que si ha logrado alguna acogida y algún crédito, es porque en definitiva, opera con ventaja, por ser la misma leyenda negra con los mismos argumentos tan falsos y rencorosos….” Y finaliza recordando la dureza con que siempre han tratado a España: hemos sufrido una leyenda negra, pero jamás hemos disfrutado de una leyenda dorada. Los momentos de mayor decadencia española no han merecido de los observadores extranjeros ni una breve y caritativa leyenda de purpurina, sino un pedante menosprecio o una diplomática alusión a aquel tiempo pasado que fue mejor”.

Desgraciadamente no solo son extranjeros quienes calumnian; duele más que sean los propios españoles, indoctos con ínfulas de académicos, quienes denigran a la Patria y a sus símbolos.

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[1] El 2 de mayo de 1526 se constituía la Liga de Cognac formada por Francia, Florencia, Venecia y el papa Clemente VII; su objetivo era la monarquía hispánica. Todas las regiones italianas se ponían en contra de los Habsburgo. Carlos V respondió enviando las tropas imperiales constituidas por 45.000 furiosos soldados dirigidos por el condestable Carlos de Borbón. Los ejércitos se dirigieron hacia Roma y la sitiaron. Carlos de Borbón animó a sus soldados a saquear la ciudad, ofreciendo el botín a obtener como pago a las soldadas pendientes. El general murió durante el asalto -iniciado el 6 de mayo de 1527- y las tropas, sin jefe, se dedicaron al pillaje y a la destrucción. Roma sufrió un brutal saqueo durante una semana, con la sistemática violación de todas las jóvenes que se encontraron en el camino. Los soldados de la guardia suiza lucharon ante la Basílica de San Pedro en defensa del papa, retrocediendo hasta los escalones del altar mayor. De los 150 guardias sólo sobrevivieron 42 pero entre sus enemigos las bajas fueron de 800. Los guardias supervivientes formaron un círculo alrededor de Clemente VII, pudiendo escapar a Castell Sant’ Angelo donde se refugió. Sólo aguantó el sitio de los imperiales durante una semana, rindiéndose a sus captores. Siete meses después el emperador Carlos le concedió la libertad, tras ceder algunas plazas italianas y realizar el pago de 300.000 ducados para soldada del ejército. En recuerdo de la heroica defensa de la vida del papa por parte de la guardia suiza, cada 6 de mayo juran sus cargos ante el papa los nuevos alabarderos y toman posesión los ascendidos.

[2] La Liga de Esmalcalda fue una alianza de príncipes protestantes del Sacro Imperio Romano Germánico que se creó en el siglo XVI para defender sus territorios y luchar contra el emperador Carlos V, defensor del catolicismo frente a la Reforma luterana. Toma su nombre de la ciudad de Esmacalda (Schmalkalden), en Turingia (Alemania).Fue creada porFelipe I de Hesse y Juan Federico, Elector de Sajonia y Esmalcalda en 1531 y a la que se sumaron los territorios de Anhalt, Bremen, Brunswick-Luneburgo, Magdeburgo, Mansfeld, Estrasburgo y Ulm.. A los miembros originales se les añadieron Constanza, Reutlingen, Memmingen, Lindau, Biberach an der Riss, Isny im Allgau y Lübeck. Se destinaron 10 000 infantes y 2000 caballeros con fines defensivos. En 1532 se alió con Francia y en 1538 con Dinamarca. Todos contra España. Aunque la Liga no declaró la guerra al emperador de forma directa, su apoyo y seguimiento de la Reforma luterana y las confiscaciones de tierras a la Iglesia y las expulsiones de Obispos y Príncipes católicos hicieron que Carlos V decidiera enfrentarse a la Liga.

[3] José Javier Esparza:”Sobre la leyenda anti-española”   

[4] Es el debate, organizado por el Consejo de Indias que tuvo lugar en 1550 y 1551 en el Colegio de San Gregorio en Valladolid. Opone dos vistas distintas de concebir la colonización de América : la del Fray Bartolomé de Las Casas, quien defiende los derechos humanos de los indígenas, y la del filósofo Juan Ginés de Sepúlveda, quien quiere legitimar el dominio de los españoles sobre los indígenas. El propósito declarado de la discusión era cómo se debía proceder en los descubrimientos, conquistas y población del Nuevo Mundo frente a los nativos. Al final, no hubo conclusiones al debate ya que los jueces no llegaron a pronunciarse, pero la historia le ha dado una fama mayor a Bartolomé de Las Casas, quien permitió detener todas las guerras de conquista hasta que se determinase el vencedor del debate. En 1556, se publicaron Instrucciones en las que se afirmaba que sólo se podía hacer la guerra en legítima defensa.

 

[5] En Toulouse, 400 mujeres fueron quemadas en un solo día y en algunos pueblos alemanes se llegaron a ejecutar a 600 personas cada año.

[6] Diego Muñoz-Torrero y Ramírez Moyano (Cabeza de Buey, 21 de enero de 1761-1829 en Portugal). Sacerdote, catedrático y político español, liberal y masón. Tuvo un destacado papel en la elaboración de la Constitución española de 1812 (La Pepa). Como diputado de las Cortes de Cádiz fue el principal artífice del fin de la Inquisición española y uno de los máximos defensores de la libertad de imprenta. Como clérigo, fue obispo de Guadix y como masón, miembro del Primer Supremo Consejo Regular de la Masonería, cuyo Primer Soberano Gran Comendador, grado 33, era José Miguel Azanza.

En 1823, los Cien Mil Hijos de San Luis enviados por la Santa Alianza devuelven a Fernando VII sus prerrogativas absolutistas el 1 de octubre, dando comienzo a la Década Ominosa. Muñoz-Torrero huye a Portugal, donde también es perseguido por sus ideas liberales. Hecho prisionero, es encerrado y torturado en la Torre de San Julián de la Barra, permaneciendo allí hasta su muerte, ocurrida el 16 de marzo de 1829.

 

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Licenciada en Geografía e Historia, fue profesora hasta su jubilación.

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