Ante el dolor absurdo provocado por terroristas despiadados, por gobernantes que promueven guerras absurdas, por usureros llenos de crueldad, surgen voces que afirman que eso era inevitable, que no había alternativas.
Esas voces suponen que un servidor del mal y de la muerte es simplemente un ser desesperado, que ha sufrido tal vez injusticias odiosas y que no ha tenido la oportunidad de conocer el camino del bien y la justicia.
Es cierto que algunos hombres y mujeres que se distinguen por su actitud altanera y que provocan tanto daño tienen en su pasado abusos y sufrimientos que les han impulsado cerca del precipicio del mal.
Pero también es cierto que otros hombres y mujeres crueles tuvieron a su lado buenos ejemplos, familiares y amigos ejemplares, educación e incluso llegaron a vivir por meses o años como personas honestas y agradables.
Hay quienes llegan a la violencia gratuita desde opciones libres, sin condicionamientos decisivos ni situaciones asfixiantes. Son personas que por caminos diferentes empezaron a desear el daño o la muerte de otros como si se tratase de un acto de propaganda o de rabia desbocada.
Este tipo de terroristas y de tiranos surge, por lo tanto, sin determinismos, con la terrible responsabilidad que caracteriza a quienes piensan y deciden libremente, desde situaciones de salud mental.
La crueldad humana existe desde muchas causas, una de ellas claramente evitable porque surge en la libertad. Solo cuando los corazones reconozcan que necesitan ayuda para el bien y que hay que cortar pacientemente brotes de odio y de venganza, el mundo podrá vivir con menos lágrimas de víctimas inocentes y con esa paz que nace de la justicia y del perdón.