No parecía tan inminente el peligro. Pero así pensaron muchos en situaciones similares del pasado. Cuando la apisonadora llegó, era demasiado tarde para reaccionar.
Lenin, Stalin, Mao, Hitler. Con pasos grandes o pequeños, encadenaron sociedades enteras. La voz disidente era declarada enemiga de la patria, del proletariado, del pueblo, de la revolución, de la raza, del progreso.
Ahora ocurre algo parecido allí donde, bajo ropajes de democracia, de tolerancia, de derechos, se impide pensar, escribir o hablar contra las ideas impuestas por quienes controlan amplios espacios de poder.
Así funcionan las apisonadoras ideológicas: descalifican, insultan, declaran al diferente como peligroso. Lo excluyen y lo destruyen, incluso con leyes promovidas para evitar la “intolerancia”.
Cuando se aprueban leyes que impiden una sana discusión de hechos históricos del pasado, o que prohíben expresar las propias convicciones sobre la vida, el matrimonio, la familia, las creencias religiosas, estamos ante apisonadoras ideológicas.
Lo peor ocurre cuando quienes pueden y deben reaccionar guardan un silencio cómplice o cobarde. Como los grupos políticos que pudieron oponerse firmemente a Hitler y se autodisolvieron…
Habrá hoy, como en el pasado, voces valientes que defiendan la verdad, que luchen a favor del derecho a decir lo que uno piensa. Serán declaradas enemigas del progreso, promotoras de tensiones, superadas por los tiempos, anacrónicas y dañinas.
Incluso se les perseguirá. Ya ocurre ahora, ante la apatía de sociedades supuestamente democráticas, cuando se encarcela a un padre de familia que no quiere que se enseñen contenidos de la ideología de género a sus hijos. O cuando se impide a un predicador recordar la doctrina de san Pablo sobre ciertos pecados que ofenden gravemente a Dios.
Hay valientes que saben resistir. En el pasado, muchos murieron en campos de concentración bajo las dictaduras asesinas de las ideologías del siglo XX. En el presente, ya hay quienes saben afrontar todo tipo de riesgos ante las pseudodemocracias de nuestro siglo manipulado.
No importa si “fracasan”. Porque la grandeza del ser humano no está en quienes se suman al carro de los vencedores ideológicos, sino en quienes tienen el valor para defender la vida de los hijos no nacidos, el auténtico sentido del matrimonio entre el hombre y la mujer, y la urgencia de la justicia social por encima del capitalismo salvaje.
Las apisonadoras ideológicas siguen su trabajo. Asustarán a muchos. Aplastarán a los más valientes. Pero algún día, quizá en este mundo convulso, y con seguridad tras la muerte donde brilla la justicia de un Dios bueno, brillará la verdad y serán aplaudidos todos aquellos que dieron su vida por ideales nobles y bellos.