Impresionado por la devastación que produjo en Europa la última guerra mundial, el gran escritor G. Bernanos afirmó que «el mundo sólo puede salvarse si cuenta con hombres libres». Esta frase resulta sobrecogedora si pensamos que hoy día está en serio peligro la verdadera libertad humana, que es la libertad interior. No basta vivir en democracia para ser libres. Podemos disfrutar de cierta libertad de movimientos, pero no, ser libres para discernir entre lo que nos conviene y lo que nos destruye, entre lo que es noble y lo que es ruin (Alfonso López Quintás )
López Quintás, una autoridad en el tema, habla de la gran manipulación del lenguaje en la sociedad, preguntándose, retóricamente, por las intenciones ocultas de quienes manipulan el lenguaje, quizá porque hace difícil y a veces imposible en una democracia ser libres de verdad si se práctica la manipulación de las mentes y las voluntades. Manipular significa manejar a las personas como si fueran objetos, medios para los propios fines. Y en la cumbre de la manipulación se encuentra la difamación. Difamar a aquel con quien no empatizamos, a aquél cuyos principios son opuestos a los nuestros. Ya pasó con la beatificación en Tarragona de mártires de la guerra civil, ahora con la canonización de la Madre Teresa de Calcuta y, en referencia al artículo, la vergonzosa campaña contra Pío XII acusándole de connivencia con el nazismo.
Los enemigos de la Iglesia han creado una leyenda negra acusando al Papa Pío XII, primero de no hacer nada durante el holocausto nazi contra los judíos y más recientemente, de haber sido cómplice de ellos. Le han llegado a llamar «el Papa de Hitler» y «El hombre de Iglesia más peligroso en la historia moderna», de manera tan reiterada que es ya aceptada por muchos como una verdad irrefutable. Con estas mentiras, los enemigos de la Iglesia quieren, difamando a Pío XII, desprestigiar el papado. Esperan, por un camino más, poder así apagar la voz de la Iglesia y crear un sucedáneo sin autoridad a la que poder manipular con encuestas y modificar sus valores. Medios de comunicación, universidades, profesionales, se han dejado arrastrar por la campaña anti Pacelli que comenzaron en grande a partir de 1963. Antes de esta fecha sus esfuerzos a favor de los judíos eran ampliamente reconocidos, pero el historiador Saúl Friedlander publicó en 1964 un volumen en el que acusó al Papa de haberse callado frente a las atrocidades cometidas por el régimen nacionalsocialista. Pura ignorancia y ganas de hacer daño.
Pacelli fue nuncio apostólico de 1917 a 1920 en Baviera, extendido a Prusia y al resto de Alemania, llegando a ser, sin duda, el mejor experto en política alemana, el país que marcaba el ritmo de la época. Negoció y firmó los concordatos de la Santa Sede con el ducado de Baden (1932), la república de Austria en 1933 y con el reino de Yugoslavia en 1935.
El 30 de enero de 1933, Adolf Hitler tomó el poder, y ya en abril ofreció por iniciativa suya un Concordato a la Santa sede. En Roma, la Santa Sede no creía ni se fiaba de Hitler, pero se encontraba en la difícil situación de no poder rechazar, porque se trataba de un Concordato con cláusulas muy favorables para la Iglesia.
Por tanto, la Santa Sede, aún no fiándose para nada del dictador, firmó el Concordato, quizás también motivado por el temor del Vaticano al comunismo, con el apoyo de los dirigentes conservadores y católicos alemanes Franz von Papen y Ludwig Kaas. En la Curia romana sin embargo todos sabían que Hitler no observaría ni respetaría el concordato. A pocas semanas de la conclusión del concordato, el cardenal Eugenio Pacelli, futuro Pío XII, secretario de Estado, a la pregunta del diplomático británico: «¿Respetará Hitler el concordato?», respondió: «Absolutamente no, podemos sólo esperar que no viole todas las cláusulas a la vez».
Después del acceso de Hitler a la Cancillería y de las elecciones del 5 de marzo de 1933 –amañadas por los nazis desde el poder–, el «Zentrum»[1] había mantenido una posición sólida en el electorado, con el 14 por ciento de los votos. El apoyo de sus diputados le interesaba a Hitler a la hora de hacer aprobar la Ley de Plenos Poderes, por la que trataba de disolver el Parlamento, y, de hecho, terminar con la República de Weimar, pero mucho más le importaba aún el dominio de los 23 millones de católicos, de sus múltiples organizaciones y la neutralización de sus más de 400 publicaciones periódicas. Fue el motivo por el que Hitler firmó al advertir que todo ello lo podía conseguir mediante la «operación Concordato» y, aunque no existen documentos que lo prueben, el 23 de marzo de 1933 el «Zentrum» aprobó la Ley de Plenos Poderes a cambio de la firma del Concordato.
Y, los temores se cumplieron. Inmediatamente después de la firma, empezó la persecución de los católicos. Para defenderlos, la Santa Sede envió al Gobierno más de 50 protestas[2] A pesar de estas quejas oficiales de la Santa Sede, los atropellos nazis se hicieron cada vez más incesantes en la educación, en la prensa, con la prisión de sacerdotes, etc., hasta el punto de que en 1936 la Conferencia Episcopal Alemana pidió una intervención pública. Se terminó la paciencia de la Iglesia alemana. En una reunión de obispos se esgrimieron diecisiete violaciones del Concordato y se acordó que cinco de ellos viajarían a Roma para exponer su descontento al secretario de Estado Vaticano, Eugenio Pacelli, y a Pío XI. Todos estaban de acuerdo en pedir que la Santa Sede publicara un documento público de condena del nazismo.
Según el padre Gumpel[3] ha revelado a la agencia de noticias Zenit, «el cardenal de Munich, Michael von Faulhaber escribió con todo secreto el texto de la encíclica, lo escribió todo a mano para no dictarlo a nadie y mantener el secreto». «A este texto, que sirvió de base para la encíclica, se añadieron las intervenciones del secretario de Estado, Eugenio Pacelli, y durante siete semanas se preparó un texto con pasajes todavía más fuertes y explícitos de los indicados por Von Faulhaber». El texto definitivo de la encíclica fue firmado por el Papa Pío XI el 14 de marzo de 1937. Mediante valija diplomática, algunos ejemplares impresos fueron enviados al nuncio en Berlín, quien a su vez los pasó al obispo de Berlín y desde allí correos secretos los entregaron a todos los obispos alemanes.
El 21 de marzo de 1937, Domingo de Ramos, en todas las iglesias de Alemania se leyó la encíclica del Papa Pío XI «Mit Brennender Sorge» (Con ardiente preocupación). Es la más dura crítica que la Santa Sede haya expresado jamás respecto a un régimen político. En su presentación de la encíclica, el futuro Pío XII, redactor del texto definitivo, comparó a Hitler con el diablo y advirtió proféticamente su temor de que los nazis lanzaran una «guerra de exterminio». El padre Peter Gumpel, relator de la causa de beatificación de Pío XII, dice que éste fue el redactor del texto definitivo y que «las fórmulas más duras contra el nazismo son de Pacelli y Hitler lo sabía».
Quien no lo supo fue la Gestapo y el texto pudo ser impreso en doce talleres. Muchos obispos hicieron imprimir algunos centenares de miles de ejemplares. Con todo secreto, los textos fueron distribuidos a todos los párrocos, a los capellanes, a los conventos y la encíclica fue leída en todas las iglesias alemanas el día 21 de marzo de 1937. «Yo tenía 14 años y estaba en la catedral de Berlín cuando en la homilía fue leído el texto de la encíclica –recuerda el padre Gumpel — La iglesia estaba repleta y la reacción general fue de convencida aprobación».
El lenguaje era claro y explícito. Hitler estaba engañando a los alemanes y a la comunidad internacional. La encíclica afirmaba que el jefe nazi era pérfido, no fiable, peligroso, alguien que quería sustituir a Dios, añadió el sacerdote jesuita. Y continua: «la reacción de los católicos fue entusiasta», mientras que «la reacción de Hitler fue furibunda». Se cuenta que Hitler durante tres días estaba tan fuera de sí que no quiso ver ni recibir a nadie. Su furia era contra Eugenio Pacelli al que Hitler consideraba su enemigo número uno porque temía su poder moral.
Aunque el domingo de Ramos por la mañana ante las iglesias había guardias de la Gestapo, para ver si la gente tenía un texto impreso en la mano, y si alguien era sorprendido en posesión de un texto impreso era denunciado y arrestado. Las doce imprentas fueron confiscadas sin ninguna indemnización y algunas personas acabaron en prisión. La comunidad internacional reaccionó de manera entusiasta. Las comunidades judías estaban contentísimas porque aquella encíclica era la más dura condena del racismo. Todos los periódicos judíos del mundo manifestaron entusiasmo por todo lo que había hecho la Santa Sede.
La encíclica manifiesta cuestiones muy significativas. Como dice el padre Gumpel «se trata de un documento cuyo valor va más allá de la contingencia histórica, hay partes que asumen un significado profético y de gran actualidad», tiene un valor no sólo simbólico, está basada en principios de la ley natural y de la fe, es profética también para la situación de hoy y tiene un valor permanente. Si uno no se atiene a la ley natural, ni a la fe, cae en la decadencia y la historia ha probado ampliamente que esto crea disturbios continuos en el orden internacional».
En su primera parte se hace una historia del Concordato y se subrayan las continuas violaciones respecto a la Iglesia Católica y a sus fieles y denuncia el neopaganismo nazi: «Quien con indeterminación panteísta identifica a Dios con el universo, materializando a Dios en el mundo y deificando el mundo en Dios, no pertenece a los verdaderos creyentes». Condena la concepción racial del nazismo: «Todo el que tome la raza, o el pueblo, o el Estado, o una forma determinada del Estado, o los representantes del poder estatal u otros elementos fundamentales de la sociedad humana […] y los divinice con culto idolátrico, pervierte y falsifica el orden creado e impuesto por Dios», en una clara señal de crítica hacia los aspectos pseudorreligiosos y las teorías raciales del régimen nacionalista alemán, que «diviniza con culto idolátrico» la tierra y la sangre y «pervierte y falsifica el orden creado e impuesto por Dios».
El documento pontificio subraya «el error de hablar de un Dios nacional, de una religión nacional y el intento de aprisionar en los límites de un solo pueblo, en la estrechez étnica de una sola raza, a Dios creador del mundo ante cuya grandeza las naciones son pequeñas como gotas de un cuenco de agua». Recuerda firmemente a quien por defender la religión católica «está sufriendo violencia tan ilegal como inhumana», y habla claramente de «tentaciones satánicas para hacer salir de la iglesia a los fieles». Explicita también la condena de quien intenta construir «una iglesia alemana nacional».
Sin embargo, en 1938, a pesar de que el pontífice había declarado en 1933 que Hitler no era de fiar, en la conferencia de Munich[4], Inglaterra, Francia e Italia, se unen, en un inútil tratado de paz. A partir de ahí, la creciente , ardiente inquietud de los papas Pío XI y XII, se confirmó plenamente.
Según el diario italiano «La Repubblica» han aparecido documentos de archivo de la antigua Alemania del Este que sostienen que Pacelli era el peor enemigo de los nazis y que quien montó la campaña de calumnias contra Pío XII fue la Unión Soviética», lo cual, según el padre Gumpel no anda lejos de la verdad.
Pablo VI decidió confiar a una comisión de historiadores el encargo de publicar los documentos vaticanos relativos a la segunda guerra mundial, teniendo en cuenta que los archivos no estaban aun abiertos a la consulta de los estudiosos. El grupo (originariamente compuesto por los jesuitas Angelo Martini, escritor de la Civilta Cattolica, Burkhart Schneider y Pierre Blet[5], profesores en la Facultad de Historia de la Universidad Gregoriana, a los cuales se añadió, un tiempo después, el americano Robert Graham), entre 1965 y 1981 publicó once volúmenes de documentos sobre la actitud del Papa y de la Santa Sede respecto a las potencias beligerantes, y también de los obispos alemanes y las víctimas del conflicto. El Padre Blet fue el único superviviente a la monumental obra documental en la que se publican todas las «Actas y Documentos de la Santa Sede relativos a la segunda guerra mundial».
El padre Blet quiso publicar una síntesis cuando constató que el acceso a la monumental investigación, de la cual había sido protagonista, quedaba reducido a unos pocos especialistas. Lo hizo en su libro Pío XII y la Segunda Guerra Mundial, Cinisello Balsamo (MI): y. St. Paul, 1999. Su tesis, compartida por otras autoridades científicas, valora positivamente la decisión tomada por Pio XII de un reservado y activo silencio, que hizo posible la salvación de la muerte de numerosos judíos, así como de católicos que vivían en los territorios ocupados por los ejércitos de Hitler. Defiende a Pío XII de las acusaciones de antisemitismo y complicidad con el nacionalsocialismo con el apoyo de los documentos conservados en el Archivo Secreto Vaticano y hace una interesante constatación: hasta 1963 todos los protagonistas de aquel período, en especial, los exponentes de la comunidad judía, reconocieron la labor realizada por Pío XII en favor del pueblo judío. Declaraban que el «silencio» del Papa se debía a su conocimiento del nazismo (había sido nuncio en Alemania y recibía constantes informes de las nunciaturas de los países europeos) por lo que temía la persecución que podía desatar con una oposición frontal.
Recogen las Actas la extraordinaria labor del Papa a favor del pueblo judío. Cuando las SS exigieron a las comunidades judías de Roma que les entregaran 50 kilos de oro, el gran rabino de Roma se dirigió al Papa para pedirle su colaboración con 15 kilos. «Pío XII dio inmediatamente orden a sus oficinas para que hicieran lo necesario para conseguir esa cantidad».
El trabajo incesante de Eugenio Pacelli para salvar vidas humanas de la barbarie prosiguió y se amplió después de su elección como Papa. A través de una trama de canales no oficiales, directivas, notas cifradas y contacto con benefactores, la Santa Sede perpetuó una obra preciosísima de asistencia a los judíos
En primer lugar –como recuerda el padre Gumpel– “para conseguir que los judíos menos ricos fueran expatriados hacia América, se activó la Obra San Gabriel”. Solo en Brasil, gracias a un acuerdo que Pacelli alcanzó con el entonces presidente de este país, Getúlio Vargas, encontraron refugio 3 mil judíos huidos de Italia y Alemania”, prosigue el padre. Iglesias, parroquias y conventos abrieron en secreto sus puertas a muchos judíos (y no judíos) que intentaban huir de la persecución. Como han confirmado más fuentes, a partir del padre Robert Leiber, secretario particular de Pío XII, el Santo Padre dio personalmente la orden para que los edificios de la Iglesia dieran refugio a los que huían. Los monasterios tanto de varones como de religiosas, aún los de clausura, acogieron a familias enteras de judíos por orden del Papa que les dispensó de ella. De esta tarea se ocupó monseñor Giovanni Battista Montini, estrecho colaborador del Papa. Se estima que gracias a la acogida ofrecida por la Iglesia católica, solo en Roma se salvaron 4.447 judíos. “Varios judíos estaban escondidos en el Vaticano –explica el padre Gumpel– y Pío XII se impuso para que se quedaran todo el tiempo necesario, también a costa de enfrentarse a quien quería echarles”. (El padre jesuita se refiere al cardenal Nicola Canali, entonces presidente de la Comisión para la Ciudad del Vaticano, el cual ante salvar vidas prefería una coherencia más pragmática con la línea oficial de neutralidad de la Santa Sede)[6].
Vidas humanas que no solo fueron salvadas, sino también nacieron gracias a la ayuda ofrecida por la Iglesia en ese funesto periodo. El número de judíos que encontraron refugio en Castel Gandolfo, dentro de los muros del Palacio Pontificio, es impreciso. Más definido es el número de mujeres judías embarazadas que allí dieron a luz. “Cuarenta niños judíos nacieron en la residencia de Castel Gandolfo, algunos incluso en la cama personal de Pío XII –explica el padre Gumpel–. Él sabía todo esto y envió víveres”. La imagen de una vida que nace en la cama personal del Papa representa de la forma más elocuente posible el compromiso de la Iglesia a favor de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Compromiso por el que muchos judíos, en primer lugar, están agradecidos.
Un testimonio de primera mano es el del judío Guido Mendes, ex compañero de escuela de Pacelli, quien junto a su familia se escapó del arresto gracias a una autorización para refugiarse en Suiza que consiguió a través del cardenal Eugenio Tisserant, de la secretaria de Estado del Vaticano. Más impactante es el caso de Israel Zolli, el jefe rabino de Roma, quien después de acabar la guerra, se convirtió al catolicismo tomando como nombre de bautismo “Eugenio” en reconocimiento a Pacelli. Cuando el 8 de octubre de 1958 Pío XII murió, varias asociaciones y periódicos judíos y sionistas de todo el mundo, junto a los rabinos de Londres, Roma, Jerusalén y otros en Francia, Egipto, Argentina, lloraron la pérdida de ese Papa que Golda Meir (ex primera ministra israelí) definió como “un gran servidor de la paz”.
Otros acusan a Pacelli de favorecer al comunismo, sin embargo creó una red para ayudar a los sacerdotes que habían logrado introducirse en la zona comunista o bien sobrevivir allí en precarias condiciones. Pero a pesar de sus precauciones para que no fueran atrapados, eran masacrados sistemáticamente hasta que el Cardenal Eugéne Tisserant presentó al Papa su archivo, continuamente actualizado, que contenía las “Cartas” de Monseñor Montini que señalaban a la K.G.B. soviética los nombres de los Sacerdotes y Obispos que Pío XII enviaba clandestinamente a la Unión Soviética para dar consuelo y ayuda a los católicos oprimidos y perseguidos. Todas las personas enviadas eran inexplicable y sistemáticamente capturadas, muertas o enviadas al gulag soviético. El Papa que no podía explicarse la causa del terrible drama de la sistemática desaparición de los sacerdotes enviados clandestinamente a Rusia, sino por la existencia de un “espía” escondido en el Vaticano, destinó policías secretos, disfrazados de Monseñores, que descubrieron, en el acto de fotografiar “documentos secretos”, al jesuita Alighiero Tondi[7], uno del círculo de Montini, es más, su consejero especial. Interrogado, fue identificado como un agente de la K.G.B., instruido por Moscú, y que desde el Vaticano transmitía a su jefe en la U.R.S.S., los documentos que fotografiaba en los archivos vaticanos. De la cuidadosa investigación, resultó que era él quien pasaba a sus superiores soviéticos también la lista de los Obispos y Sacerdotes clandestinos enviados por Pío XII, quienes por esas delaciones, ¡eran arrestados, muertos o condenados a morir en el gulag soviético! El Papa después de estas “revelaciones” tuvo un colapso y cayó en cama por muchos días. Sin embargo dispuso la inmediata expulsión de Montini del oficio que había equiparado a “Secretario de Estado” y lo mandó a Milán.
Del estudio de la actuación de Pío XII generó en el Padre Blet una gran devoción por Pacelli. Un sacerdote amigo contó la siguiente anécdota: Un 9 de octubre, visitándolo en Roma, hablamos de la misa del día y le pregunté cuál había celebrado. Él, con una chispa de esprit tout français, me respondió: “La de San Dionisio, claro. Si por mí fuera, habría oficiado de buena gana en memoria de Pío XII, pero no la misa de réquiem, sino de blanco, la de papa y confesor, porque estoy seguro de que está en el cielo, pero parece que eso por ahora no es prudente”.
No era el “Papa de Hitler” sino el “Schindler del Vaticano”, que siempre trató de poner en práctica el lema de su escudo: OPVS IVSTITIAE PAX: La Paz es obra de la Justicia.
[1] Uno de los primeros partidos que podríamos considerar de inspiración democristiana fue el Zentrum alemán, el partido católico conservador, que tuvo una larga vida entre 1871 y 1933. Nació al calor de las políticas anticatólicas del canciller Bismarck. Después, comenzó a ser un partido imprescindible en las coaliciones de gobierno del período de transición de un siglo al otro y, muy especialmente, en la República de Weimar. Los nazis disolvieron el partido. Al terminar la guerra, muchos de sus cuadros montaron la actual CDU.
En la época de Bismarck, el Zentrum (Zentrumpartei), y dirigido por Winddhorst era fuerte en Baviera, y en el Rin. Defendía un programa democristiano. Las dos confesionalidades (protestantes y católicos) que hoy no suponen ninguna dificultad o enfrentamiento, ya que de hecho la democracia cristiana alemana aglutina a ambas confesiones, sí generaron conflictos en la Alemania del último cuarto del siglo XIX. El Kulturkampf, movimiento cultural protestante, supuso un enfrentamiento con la jerarquía católica. Kulturkampf es en alemán, lucha de culturas. Este conflicto fue protagonizado por el canciller Bismarck durante muchos años, desde el nacimiento del Imperio hasta el año 1887. Bismarck estaba alarmado por los decretos emanados del Vaticano por los cuales la Iglesia tenía un derecho anterior al del Estado a la obediencia de los ciudadanos, es decir, lo que se conoce como ultramontanismo. También se preocupó por la creación del Zentrum que se hizo fuerte en los estados y zonas católicos, con un marcado carácter antiprusiano, y se interpreta, además, que su catolicismo debilitaba los vínculos con el recién creado Imperio, establecido y regido bajo la batuta de Prusia. Es, entonces, cuando el canciller de hierro reacciona con la promulgación de las Leyes Falk, por las cuales la Iglesia tenía que someterse al Estado. El Vaticano intervino ante el gobierno alemán y, después de una serie de negociaciones se llegó al acuerdo en 1887 de restablecer los derechos de los católicos, mientras éstos terminaban por vincularse, claramente, con el Imperio.
[2] Cuyos textos se encuentran en el libro «Der Notenwechsel Zwischen Dem hailigen Stuhl Und Der Deitchen Reichsregierung» («El intercambio de notas diplomáticas entre la Santa Sede y el Gobierno del Reichstag – de la Ratificación de Concordato del Reich hasta la encíclica “Mit Brennender Sorge”»). (Matthias- Grunewald- Verlag – Mainz 1965).
[3] Peter Gumpel (15 de noviembre 1923) es un jesuita alemán e historiador. Profesor emérito de la Universidad Gregoriana (Roma) que es relator en la causa para la beatificación de Pío XII. Bajo el régimen nacional-socialista, él y varios miembros de su familia fueron amenazados por los nazis. Debido a sus puntos de vista anti-nazis, y tuvo que huir dos veces, primero en Francia y luego a los Países Bajos, donde durante la guerra en la clandestinidad ayudó a muchos judíos a huir. En los últimos tiempos, Gumpel lamentó que personalidades y grupos católicos bien conocidos pongan en duda la sabiduría de la promoción de la causa de beatificación de Pío XII. Por razones diferentes, grupos judíos también se opusieron a la beatificación del Papa.
[4] Los acuerdos de Munich se convirtieron en el símbolo de la inutilidad de los esfuerzos por apaciguar a estados totalitarios expansionistas. Las insistentes reclamaciones de Hitler sobre el territorio de los Sudetes en Checoslovaquia precipitaron una grave crisis en el verano de 1938. Chamberlain no dudó en entrevistarse dos veces con el Führer en septiembre, tratando de garantizar una salida pacífica a la situación. Finalmente, el 29 de septiembre se reunión en Munich una conferencia a la que asistieron Hitler, Mussolini, Chamberlain y Daladier. Ni el gobierno de Praga, ni la URSS, que se había ofrecido a cumplir su acuerdo de asistencia mutua con Checoslovaquia en caso de un ataque alemán, fueron invitadas a la reunión. Finalmente, endureciendo aún más sus posiciones, Hitler consiguió prácticamente todo lo que reclamaba: el gobierno checoslovaco debía evacuar las regiones con predominio de población germana según el censo austriaco de 1910 inmediatamente (1 a 10 de octubre era el plazo). Alemania se anexionaba así más de 16.000 kilómetros cuadrados, donde vivían 3.500.000 de personas, entre los que había más de 700.000 checos. Aprovechando la indefensión checoslovaca, Polonia se anexionó el 2 de octubre el territorio de Teschen (240.000 habitantes de los que menos de 100.000 eran polacos) y Hungría se anexionó una importante franja de Eslovaquia y Rutenia (más de 1.000.000 de habitantes). Francia y Gran Bretaña, tras permitir la desmembración del estado checoslovaco, se comprometían a defender las fronteras de lo que quedaba de ese estado.Antes de abandonar Munich, Hitler y Chamberlain firmaron un documento en el que declaraban su deseo de garantizar la paz mediante la consulta y el diálogo. Daladier y Chamberlain fueron bienvenidos en París y Londres por multitudes eufóricas que les saludaban como salvadores de la paz. Chamberlain proclamó que traía «la paz con honor, la paz de nuestro tiempo». La realidad pronto mostró a lo que había llevado la política de apaciguamiento de Chamberlain, en marzo de 1939, Hitler invadió lo que quedaba del inerme estado checoslovaco.
[5] Nacido el 20 de noviembre de 1918 en Thaon, en la Baja Normandia francesa, ingreso en la Compañía de Jesús el 7 de septiembre de 1937 y fue ordenado sacerdote el 31 de julio de 1950. Terminados los estudios de teologia, realizados en Alemania y Francia, fue destinado al estudio de la historia después de conseguir la licenciatura en letras. En 1952 pasa a ser miembro del Instituto Histórico de la Compañía de Jesús y empieza su colaboración con la revista del Instituto: Archivum Historicum Societatis Iesu. Bajo la dirección de Victor-Lucien Tapie elaboró su tesis doctoral que llevó por título: Le clerge de France et la monarchie. Etude sur les Assemblees generales du clerge de France de 1615 a 1668. Defendida en 1957 en la Universidad de Paris, fue premiada por la Academia Francesa y recibió la medalla de plata del CNRS. Como tesis complementaria preparo la edición de la correspondencia del nuncio en Francia Ranuccio Scotti (1639-1641). Enviado a Roma en 1956, en 1959 Pierre Blet fue trasladado a la Pontificia
Universidad Gregoriana, donde se le confió la enseñanza de la Metodología dentro de la Facultad de Historia; unos años más tarde, obtuvo la titularidad de la cátedra de Historia Moderna. En la nueva sede prosiguió sus investigaciones sobre las relaciones del clero francés con la Corona y las publicó en otros dos volúmenes que abarcan el período que llega hasta la muerte del Rey Sol .
En 1964, junto con otros estudiosos, fue encargado por Papa Pablo VI para iniciar una búsqueda entre los papeles de la Secretaría de Estado para escribir la monumental obra Actes et documents du Saint cerco relatifs a la Seconde Guerre Mondiale en breve ADSS. Además del Padre Blet el equipo de investigación se compone de Angelo Martini, Burkhart Schneider y Robert A. Graham. En esos años se inició la controversia sobre la figura del Papa Pío XII, acusado de complicidad con el nazismo.El trabajo publicado entre los años 1964-1981 se divide en doce volúmenes; seis volúmenes que tratan cronológicamente la Segunda Guerra Mundial, cuatro se refieren a las actividades humanitarias de la Santa Sede hizo durante la Segunda Guerra Mundial, un volumen sobre la correspondencia del Papa Pío XII a los obispos alemanes durante y después de la guerra y el último volumen se refiere a Polonia y los países bálticos.
De 1956 a 2006 trabajó en los Archivos Secretos del Vaticano, siendo un ejemplo para quienes trabajaban allí. Su rigor científico fue reconocido por el Papa Juan Pablo II quien al preguntarle sobre el Papa Pacelli dijo: «Leer al Padre Blet”.
[6] El Cardenal Nicola Canali, al parecer, era filo fascista.
[7] Monseñor Alighiero Tondi (1908-1979) jesuita, teólogo y apóstata. Secretario de Monseñor Montini, colaborador directo de Pío XII y el futuro Papa Pablo VI. Espía de la Unión Soviética en el Vaticano. El periodista y ensayista francés Pierre de Villemarest considera que su repentina defección de la Iglesia es consecuencia de haber sido sorprendido en 1953 robando documentos confidenciales de los archivos secretos del Vaticano que entregaba en mano al comunista italiano Palmiro Togliatti quién los remitía a Moscú. Tras su detención confesó haber sido ordenando sacerdote a petición de una sección especial del Partido Comunista italiano, habiendo sido instruido y capacitado para el espionaje en la Universidad Lenin de Moscú. Durante dos años roba en la Ciudad del Vaticano información acerca de sacerdotes que van a ser enviados clandestinamente a los países del este, lo que produjo su detención a su llegada a territorio comunista.
El padre Henri Mouraux sostiene que las informaciones del secretario personal del Prosecretario de Estado, Monseñor Juan Bautista Montini, costaron la vida de miles de católicos bajo regímenes soviéticos:
«..Pío XII, envió detrás del Telón de Acero, sacerdotes disfrazados de viajantes para proporcionar los sacramentos a los Católicos, así como a Obispos, para realizar ordenaciones. Estos desgraciados fueron arrestados y después fusilados en la URSS. En vano Pío XII buscaba explicar este drama, cuando el Arzobispo de Riga, le reveló que un espía vivía en el Vaticano. Entonces lo hizo vigilar por agentes de policía disfrazados de prelados. (Encomendó la operación a un agente francés especializado en contraespionaje.) El resultado no tardó en producirse: Mons. A. Tondi fue sorprendido en el momento en que estaba fotocopiando documentos secretos. Interrogado, declaró que era agente de la KGB, formado en Moscú y que transmitía a sus jefes de la URSS, los documentos que podía robar a Pío XII. Los documentos eran dirigidos a Moscú por mediación de Togliatti (Secretario General del Partido Comunista Italiano), amigo de infancia de Juan Bautista Montini. Ante esta revelación, Pío XII cayó enfermo; tras destituir a aquél, trasladó a Milán a Mons. Montini. En cuanto a Mons. Tondi, fue condenado a dos años de prisión, donde se casó con su querida, Carmen Zanti, militante del Partido Comunista; terminada la condena, ambos, se trasladaron a la Alemania del Este…»