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Solidaridad obligatoria, -faltaría más!- y además que paguen más los que más tienen, que paguen los ricos…

Milton Friedman dice que hay cuatros formas de gastar el dinero:

 1º, cuando una persona gasta su dinero en beneficio propio, y en ese caso tiende a gastar lo menos posible y a conseguir la máxima rentabilidad.

2º, cuando una persona gasta su dinero en beneficio de otra persona, por ejemplo, cuando hacemos un regalo de cumpleaños, y en tal caso también procura gastar lo menos posible, pero la utilidad o el beneficio que le reporte a la otra persona no importa demasiado.

3º, cuando una persona gasta dinero ajeno en beneficio propio, y dado que no le ha costado ningún esfuerzo conseguirlo, entonces busca conseguir la máxima satisfacción y lo que cueste el capricho le importará un bledo. Pongo por caso si la empresa donde esa persona trabaja decide invitarlo a pasar unas vacaciones de lujo porque los dueños de la empresa son “así de esplendidos”. Otro ejemplo podría ser cuando alguno recibe un premio enorme por haberle tocado la lotería.

4º, cuando una persona gasta dinero ajeno en beneficio ajeno, como es el caso de los gobiernos y de quienes gestionan empresas públicas; ni los diversos gobiernos ni los mandamases de las empresas públicas tienen demasiado en cuenta la utilidad del gasto, el beneficio que realmente cause, y menos aún la cuantía del gasto.

Bien, tras estas advertencias, imaginemos que quienes dirigen ese maravilloso invento, llamado “podemos”, movidos por su bondad extrema, su bonhomía, su espíritu solidario (detrás de lo cual generalmente se esconde algo así como sentimiento de culpa por pertenecer al grupo social de los “favorecidos”, que les lleva a verse impelidos a exigir “justicia social”, “igualdad” y ocurrencias por el estilo; pero, claro, con el dinero ajeno) un día cualquiera proponen en el Congreso de los Diputados que se emprendan acciones para “acabar con la pobreza”.

Por supuesto, antes de hacer semejante proposición, Pablo Iglesias y su tropa realizarían una campaña de “sensibilización” en la calle, en los medios de información, en las universidades, en los institutos de enseñanza media, y un largo etc, para “concienciar la gente” del gravísimo problema social que aqueja a España (Pablo Iglesias y sus correligionarios nunca dirán España, dirán “estepaís”).

El Congreso de los Diputados, en el cual el partido gobernante, integrado por miembros de la derecha boba, al no contar con mayoría se vería obligado a apoyar la proposición de “podemos” y la acogería con enorme entusiasmo, para evitar que los llamaran reaccionarios, fachas, insolidarios y lindezas por el estilo, y propondría la creación de una “comisión ad hoc” para estudiar tan terrible “lacra”. Ni que decir tiene que los restantes partidos políticos con representación parlamentaria aplaudirían, también, a rabiar la iniciativa del partido de Pablo Iglesias para no quedarse descolgados en el mercadeo y chalaneo del voto.

La comisión para el “estudio de la pobreza”, acabaría decidiendo, después de hacer comparecer en ella a miembros de “la sociedad civil” que, por su especial predicamento y autoridad en la materia pudieran aportar su enorme sabiduría y luz a tan noble causa…, que habría que crear de forma urgente, inaplazable, un “observatorio” integrado por “expertos” para dar solución a tan terrible lacra social. La primera tarea a emprender por el “observatorio de la pobreza” sería definir el umbral de pobreza, el nivel de ingreso mínimo que según la costumbre, la tradición y también las creencias, es necesario para adquirir un óptimo nivel de vida en “estepaís”. No importa que ya existan estadísticas oficiales, o estudios de organizaciones tales como Caritas, u “oenegés” por el estilo acerca de tal asunto, que en más de una ocasión han afirmado cosas tales como que en España una de cada cinco personas viven por debajo del umbral de la pobreza, o que alrededor del 20% de la población española deambula por las calles muriéndose de hambre, no tienen donde cobijarse y tampoco con qué vestirse; eso es lo de menos, pues cuando se crean en España semejantes tinglados, la primera obligación de quienes forman parte de ellos es ser creativos, originales y redefinir conceptos, y a ser posible inventar nuevos “palabros” y crear una nueva jerga, e innovar el lenguaje.

Una vez decidido, por parte del “observatorio de la pobreza” quiénes son calificables de “pobres”, la siguiente acción a emprender será ponerse a localizar a quienes entre nuestros compatriotas, y quienes transitan por el solar patrio de forma más o menos “legal”, coinciden con el “estándar” decidido por el “observatorio”. Para ello, propondrán que se cree la burocracia correspondiente (por descontado, los gerifaltes de “podemos” ya habrían previsto este particular en su proposición de ley para combatir la pobreza…) y que se realice la dotación dineraria que corresponda –según el criterio de tan doctos “observantes”- para atender a quienes sufren tan la tan terrible e insoportable “lacra”.

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A estas alturas de mi narración ya es seguro que algunos habrán empezado a pensar que todo ello “cuesta dinero, muchísimo dinero”; pero esto tampoco importa, pues como dijo una eminente “miembra” (de nombre Carmen Calvo Poyato) del gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero, el dinero es de todos y no es de nadie.

Puede leer:  La subida de las pensiones, una estafa preelectoral. El PSOE vende humo.

Ni que decir tiene que, los proponentes de tan hermosa y noble cruzada ya habrían dicho en más de una ocasión que su ingeniosa iniciativa ¡También se crearía empleo!

Siguiendo las indicaciones del Ministerio de Asuntos Sociales, o como mejor deseen ustedes denominarlo (algunos es posible que tuvieran la feliz ocurrencia de proponer que se creara un ministerio específico para atender al enorme número de nuestros compatriotas calificables de “pobres”) se haría una convocatoria pública con la publicidad que se suele dar en estos casos, para seleccionar a la legión de funcionarios que integrarían la burocracia encargada, para empezar, de detectar, localizar a la multitud de “pobres” que hay en España. Por supuesto, dado que en España alrededor del 25 por ciento de las personas que están en edad de trabajar, están “oficialmente” desempleadas, y previendo que la cantidad de candidatos a funcionarios inmensa, el gobierno decidiría que quienes se apuntaran a tal proceso de selección deberían abonar una cierta cantidad dineraria, como requisito para participar en los exámenes.

Una vez realizado el “casting”, la legión de burócratas se patearía todo el territorio patrio en busca de “pobres” a los que ayudar, y dependiendo de la laxitud o severidad empleado para valorarlos, siguiendo el baremo creado exprofeso por el “observatorio de la pobreza”, se elaboraría el censo de personas candidatas a ser agraciadas con ayudas dinerarias procedentes, ¡Cómo si no! del dinero de los contribuyentes.

Como generalmente quienes manejan dinero ajeno, tal cual ya advertí al principio, en palabras de Milton Friedman, no suelen escatimar en gastos, es seguro que debido a esa exploración efectuada por los burócratas del “observatorio de la pobreza”, se llegaría a la conclusión de que eran muchos más los “pobres” españoles que los que se había pensado en principio. Y por consiguiente habría que aumentar la dotación presupuestaria destinada a tan noble causa.

Como tales iniciativas, generosas a más no poder, suelen descuadrar los presupuestos de los gobiernos y de las empresas estatales, la siguiente iniciativa que tomaría el “observatorio de la pobreza” sería sugerir al Gobierno que intentara recaudar más o que creara un “canon” especial para atender a nuestros desgraciados y “pobres” compatriotas, para ello, por ejemplo, bastaría con grabar con un pequeño tanto por ciento la gasolina, o el tabaco, o cualquier cosa que a ustedes se les ocurra, que sea de consumo corriente.

Llegados a este punto, ya se habría dado más de un caso de gente “pícara” que habría recurrido a alguna artimaña para pasar a ser catalogado como “pobre” aunque su circunstancia personal no fuera calificable de tal manera. También, como consecuencia lógica habría muchos contribuyentes (los que pagamos impuestos por coacción, y si pudiéramos “escaquearnos” los intentaríamos) que habrían llegado a pensar que la cruzada contra la pobreza era otra nueva estafa, y un despilfarro que no nos podemos permitir y que nunca se debió emprender, además de fomentar otra forma de parasitismo.

Los más pudientes ya habrían contratado los servicios de asesores fiscales para intentar no participar en el sostenimiento de una acción más de las muchas que emprende la élite oligárquica y caciquil que nos gobierna, o mejor dicho “nos malgobierna”, e incluso más de uno habría ya hecho algo para poner a buen recaudo sus ahorros y su patrimonio, fuera por el procedimiento que fuera, incluyendo el cerrar sus negocios e irse a otros lugares donde la casta parasitaria sea menos depredadora.

Moraleja: como decía un tal Winston Churchill, los colectivistas, socialistas, intervencionistas, son muy “amigos de los pobres”, por eso cuando gobiernan aumenta el número de pobres. Porque ¿Cuál acabaría siendo el resultado de emprender una acción semejante, inspirada en la bondad extrema de los sabios que forman parte del Congreso de los Diputados, sino el empobrecimiento y el saqueo de la clase media, de quienes trabajan y crean riqueza?

¡Ah, se me había olvidado, iniciativas de este tipo, más tarde o más temprano, aparte de generar déficit e inflación, acaban siendo financiadas con más y más deuda pública, y por tanto nos hipotecan más y más, por muchos años, y a nuestros descendientes directos y no tan directos!

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Y por supuesto, iniciativas de esta clase aparte de fomentar la arbitrariedad de los gobiernos y quienes dirigen las empresas estatales, fomentan la corrupción de la que tanto nos hablan hipócritamente quienes la promueven con sus acciones, hipocresía que se encargan de amplificar los trovadores y aduladores de los medios de información que, también reciben enormes cantidades de dinero, en forma de subvenciones y regalos diversos por hacerle el caldo gordo a los gobernantes.

 

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Carlos Aurelio Caldito Aunión (Badajoz, 1957), un histórico 'discrepante' (utilícese ésta o cualquiera de sus formas equivalentes, tales como 'discordante', 'divergente' o 'disconforme', por ejemplo) de la sociedad pacense

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