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¡Hay que salir a la calle, a tomar la calle, a tapar la calle…!

Hay una canción infantil que dice: “A tapar la calle, que no pase nadie. Que pase mi abuelo, comiendo buñuelos. Que pase mi abuela, comiendo ciruelas. Que pase mi tía, comiendo sandía. Que pase mi hermana, comiendo manzana…” y que mi paisano Pablo Guerrero adaptó e hizo “canción protesta” hace ya unas décadas (nada menos que en 1978), dándole un contenido transgresor y contestatario:

A tapar la calle que no pase nadie que vista de negro, que lleve pistola, que hable de la guerra y beba Coca-Cola… a tapar la calle.

A abrir la calle que pase la gente que vista de flores, que beba aguardiente, que va hablando sola y pinta en las paredes… a abrir la calle.

A tapar la calle que no pase nadie que no tenga dudas,  que vaya con prisas y tenga señora que le lava y le guisa… a tapar la calle.

A abrir la calle a las abuelitas jugando a canicas, y a los niños malos que cambian un duro por dos perras chicas… a abrir la calle…

A abrir la calle, a tapar la calle, a vivir la calle,  a soñar la calle, a cambiar la calle, a tomar la calle, a vivir la calle, a soñar la calle…

La calle para el común de los mortales, para la gente normal y corriente es una vía asfaltada, empedrada o de tierra que se utiliza para desplazarse en coche, a pie, en moto, a caballo, en diligencia, en tartana, en carro o por cualquier otro procedimiento; o como decía mi abuelo, “en el coche de San Fernando, un ratito a pie, y otro andando”.

Por el contrario, para la izquierda no es un lugar para desplazarse, sino algo que hay que “tomar o ganar”. Dado que la izquierda dice que habla “en nombre de la gente, del pueblo”, cada vez que sucede algo con lo que no está de acuerdo, bien sea una decisión política, catástrofe natural, o alguna desgracia en el extranjero, ellos y ellas que se arrogan la representación de los trabajadores, también se atribuyen, se apropian  del derecho a tomar la calle. Tomar la calle también es sinónimo de “movilizarse” y “manifestarse” y el único sector de la población que tiene –según ellos y ellas- derecho a hacerlo siempre, aunque sea en contra de la ley o sin causas justificadas, es la izquierda.

Por supuesto, la gente de izquierda no denomina a tales acciones como algarabía, algaradas, o cosas parecidas sino ejercicio del derecho a la libre expresión del  Movimiento Ciudadano, del que -¡Faltaría más!- ellos y ellas son sus legítimos representantes. Y, si durante sus “concentraciones”, sus “procesiones”, y manifestaciones deversas se producen actos de violencia, insultos, u otras barrabasadas, siempre estarán justificados porque la izquierda representa al pueblo,  y por tanto de ella emana su legítimo poder, “poder popular” lo llaman.

Y llegado el caso, habrá ocasiones en las que, al entender de los organizadores de tales eventos, la calle puede sustituir a las urnas. Pese a que en España haya alrededor de  35 millones de electores, si en una manifestación logran juntarse 30.000 personas (o cualquier otra cifra que usted desee) los organizadores de tan magno evento invariablemente dirán: «El pueblo ha hablado con libertad en la calle y como el pueblo es soberano, el gobierno debe escuchar y tener en cuenta la voluntad de la calle…»

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Pese a que no esté de moda, y sea políticamente incorrecto, y corra el riesgo de ser linchado, no soy el único que considera que protestar bloqueando las calles, ejercer de ese modo el derecho al pataleo, no sirve para nada, es estúpido y además  viola los derechos individuales.

En España se ha puesto de moda el bloqueo de la vía pública. Es demasiado frecuente que cualquier persona, en cualquier ciudad del país se encuentre con que la vía pública (a veces también las carreteras) por la que pretende circular esté bloqueada, y se vea obligada a cambiar su recorrido o resignarse y esperar durante horas hasta que el bloqueo termine.

En España para salir a la calle y tomarla vale cualquier motivo: gente de izquierda protestando contra el capitalismo, trabajadores despedidos que pretenden que se les readmita en su trabajo, ecologistas pidiendo la prohibición de cualquier cosa que ellos consideren nociva y contaminante, anti-taurinos, vecinos indignados por lo que denominan “pobreza energética”, o por los desahucios, feministas que salen a la calle para realizar aquelarres, manifestaciones y concentraciones diversas… y hasta supuestos defensores de la libertad vociferando su insatisfacción contra el gobierno de turno. Todos ellos, aunque algunos estén en los antípodas ideológicos, están violando los derechos individuales de terceros, al llevar a cabo su protesta de la forma en que lo hacen.

No podemos olvidar que bloquear una calle tiene muchas más repercusiones que simplemente impedir el acceso a un determinado lugar (que ya de por sí es importante): afecta el derecho a desplazarse, a trabajar, a ejercer el comercio, a usar la propiedad privada, y a un largo etcétera. Todos estos derechos están protegidos constitucionalmente, y juntos constituyen la libertad individual.

Sirva como ejemplo la siguiente narración: un comerciante que necesita desplazarse desde el punto A al punto B para entregar determinada mercancía y cumplir con un contrato se le impide hacerlo, debido a que un grupo de personas ha cortado el paso por una calle por la que pretende circular. El comerciante se ve imposibilitado de cumplir su contrato, ya que no puede llegar al lugar en el que tiene que realizar la entrega; la persona que pretendía recibir la mercancía ve insatisfecha su pretensión, y el intercambio de bienes se ve frustrado. Durante la misma protesta, un ciudadano que necesita sacar su automóvil del garaje para llevar a su hijo al hospital, tampoco puede hacerlo porque los manifestantes le impiden salir de su casa. Y así sucesivamente, incontables consecuencias, todas ellas con un tremendo impacto en la vida de multitud de personas a las que les puede acarrear daños.

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Decía Ayn Rand que si el supuesto “derecho” a bloquear las calles se le reconoce legal o judicialmente a un grupo, ese mismo “derecho” se le debe reconocer a todos, sin distinciones de ideología o motivo de la protesta; eso es igualdad ante la ley. Pero que ese supuesto “derecho” sea reconocido legalmente no significa que sea moral ni correcto: nadie tiene derecho a transitar por la vía pública violando los derechos de terceros. Sí, existe el derecho a reunirse, pero sólo en la propiedad privada de quien quiera protestar, o en la de sus amigos, asociados o compañeros. Sin duda, existe el derecho a la libertad de expresión y a vociferar las propias opiniones, pero no a hacerlo en la vía pública.

Es bueno traer a colación que si generalmente se considera absurdo reconocerle a un solo individuo la facultad de interrumpir el tránsito de miles de personas, igual de absurdo es otorgarle esa prerrogativa a una multitud, por muy muchedumbre que sea.

Vuelvo a Ayn Rand: “Un grupo, como tal, no tiene derechos. Una persona no puede adquirir nuevos derechos por unirse a un grupo, ni perder los derechos que ya posee”.

Otro aspecto a considerar respecto a las multitudes que se manifiestan cortando las calles es que son una forma moderna de tribalismo/gregarismo, personas que se agrupan desesperadamente buscando la protección del grupo, de la tribu, de lo que algunos llaman en la actualidad “un colectivo” que pueda de alguna manera guiarlas y darle opción a lo que ellos, de manera individual, se sienten incapaces de conseguir. El tribalismo/gregarismo es resultado del colectivismo, de la creencia que el individuo no tiene capacidad intelectual ni moral para valerse por sí mismo, y que existe sólo para y en función del grupo.

Movilizarse, montar follón, procesionar, protestar bloqueando las calles, escudarse en el anonimato y en la protección que otorga la masa, y esperar que, de alguna forma, el simple agruparse logre algo, es comportarse de forma gregaria, es una muestra de incapacidad para tomar las riendas de nuestras vidas, decidir, hacernos responsables de nuestros actos.

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Visto desde esta perspectiva, bloquear la vía pública como modo de protesta, tomar la calle, ocupar la calle, tapar la calle es ilegítimo, aunque haya normas legales que lo permitan, y no debería permitírsele a nadie, y es más,  el gobierno debería asumir su rol de protector de los derechos individuales prohibiendo esta forma de manifestarse. No importa la causa que haya originado la protesta, el que el motivo sea “noble”, eso no justifica que algunos se arroguen el “derecho” a violar las libertades individuales de terceras personas.

Quienes se ven afectados, dañados, perjudicados, deberían dejar a un lado la resignación; deberían dejar de aceptar el bloqueo de calles por parte de sus compatriotas como si ello fuese algo inevitable, inalterable; por el contrario, deben exigirles a las autoridades que freno a esos comportamientos. Los españoles deben entender que hay otros modos de expresarse, otras conductas que sí constituyen libertad de expresión y que han demostrado ser más efectivos que unirse a una multitud. Los españoles deben empezar a tener en cuenta que no existe relación lógica entre cortar una calle y solucionar un problema completamente ajeno a ese hecho.

Hoy, en la era del conocimiento, de las nuevas tecnologías, de los medios de información y comunicación no hay excusa para seguir utilizando medios tan rudimentarios, primitivos, y gregarios para expresarse. Para darse cuenta de ello, tomar consciencia sólo se necesita usar la razón, y quien no lo entienda renuncia a su uso, aunque la algarabía tenga un dulce encanto.

No puedo acabar sin citar, una vez más, a Ayn Rand: “Nunca verás a los defensores de la razón y de la ciencia bloqueando las calles, pensando que al usar sus cuerpos para detener el tráfico van a poder resolver algún problema”.

 

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Carlos Aurelio Caldito Aunión (Badajoz, 1957), un histórico 'discrepante' (utilícese ésta o cualquiera de sus formas equivalentes, tales como 'discordante', 'divergente' o 'disconforme', por ejemplo) de la sociedad pacense

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