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¡Eh, tú, fascista: mejor será que te calles… que sepas que te tenemos en nuestra lista!

Es muy habitual, demasiado usual, que en las conversaciones, tertulias y debates acerca de la problemática social, sobre política y economía, haya quienes recurran a etiquetar, a tildar de «nazis» o «fachas» a quienes osan cuestionar, o se oponen a ellos que se hacen llamar “de izquierdas”; es un recurso propagandístico muy manoseado por parte de los seguidores del marxismo en general, desde que el mismo empezó a dar sus primeros pasos; la intención, obviamente, es descalificar, inmovilizar, aislar, condenar al ostracismo, a la muerte social a quienes se muestran insumisos, a quienes no se pliegan a sus dictados, y todavía más a quienes osan poner en duda su supuesta “superioridad moral”.

Pues bien, a pesar de que la propaganda izquierdista diga lo contrario, el fascismo, el nazismo y el marxismo-leninismo (en sus diversas versiones, desde Stalin a los Jemeres Rojos de Pol-Pot) poseen las mismas bases filosóficas, todas estas doctrinas son igualmente liberticidas, intervencionistas, colectivistas, totalitarias.

Tanto la ideología fascista como la nacionalsocialista, no están nada lejos del marxismo-leninismo, todo lo contrario, guardan íntimas afinidades y semejanzas y poseen las mismas, idénticas raíces.

Los regímenes totalitarios –lo mismo da que sea el modelo nazi-fascista que el marxista-leninista- no le conceden a las personas ningún derecho frente a la colectividad, todos ellos pretenden que los ciudadanos se supediten al Estado omnipotente, omnipresente.

Los Estados socialistas (sea el “estado nacional-socialista”, el “estado socialista marxista-leninista”, sea el “estado corporativista-fascista” siguiendo el modelo de Benito Mussolini…) invaden todos los ámbitos de la actividad humana –pretende imponer su presencia en todos las situaciones y circunstancias que se puedan imaginar- a la vez que limitan la libertad individual.

En los diversos regímenes socialistas (insisto, incluidos los regímenes nazi-fascistas) el Estado está considerado como lo prioritario, lo principal y las personas apenas como lo secundario, lo accesorio, que sólo tiene valor en cuanto se “desindividualiza” y se somete al grupo. En cualquier “estado socialista” -que habría que llamar sin rodeos “dictadura”- el individuo carece de autonomía, y su dignidad es aplastada por el Estado, para que éste pueda cumplir con las obligaciones que la comunidad le exige; lo primordial para el Estado es cumplir sus objetivos (los objetivos que ha programado la vanguardia revolucionaria, los nuevos gestores de la moral colectiva) sea por el procedimiento que sea, no importan los medios, aunque los “medios” sean personas a las que se les ha arrebatado su dignidad como tales.

Veamos a continuación algunas características que corroboran las coincidencias de ambos tipos de regímenes políticos, del marxista-leninista y del nazi-fascista:

– Ninguno de los dos regímenes políticos reconoce derechos individuales superiores al Estado. El Estado absoluto absorbe todas las libertades fundamentales.

– Las dos ideologías promueven una forma de “estatolatría”, y en la práctica fomentan una especie de “Dios-Estado”, “estado-providencia” ante el cual se sacrifican los derechos individuales y las libertades fundamentales.

– El poder del Estado, además de absoluto, es ilimitado. Los órganos de gobierno, la burocracia estatal, la administración del Estado, están caracterizados por una completa arbitrariedad, sus competencias apenas están reguladas por norma legal de ninguna clase; todo lo contrario que el Estado de Derecho.

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– En ninguno de los regímenes marxista-leninista o nazi-fascistas existen “grupos intermedios” con autonomía legítima; es por ello que ambos regímenes acaban transformando a todo organismo empresarial o laboral en instrumento del régimen totalitario: el fascismo italiano lo hizo a través de las corporaciones manejadas por el Estado y el nazismo por medio del Frente Obrero Alemán, en ambos casos de manera similar a los soviets en la URSS.

– Tanto los sistemas políticos nazi, fascista, o marxistas son regímenes de partido único sin oposición política. Tanto en el Tercer Reich como en la Dictadura del Proletariado, teniendo al frente un Presidium, o al Duce o al Führer, se combate a sangre y fuego cualquier intento fugaz de organización que no se someta al dogma oficial y a la disciplina de la vanguardia revolucionaria.

– Todos los regímenes “socialistas” poseen un “gobierno de fuerza”, todo lo contrario de los «gobiernos de opinión» que, son los que se apoyan en el consentimiento libremente expresado de la población. Se puede afirmar que el nazi-fascismo y el marxismo-leninismo allí donde se han implantado, siempre han promovido un verdadero culto a la violencia sin detenerse ante ley divina, natural o humana. Sin escrúpulos de ningún tipo, aplicando los más brutales métodos de acción.

– Todos los regímenes socialista están basados en alguna clase de mito o de ficción, sea la «liberación del proletariado» en el marxismo; o la supuesta superioridad de la raza aria en el nazismo; o la idea exacerbada de nación en el fascismo mussoliniano.

– Otra característica de estos regímenes es la militancia atea del estado-gobierno-partido, con una profunda hostilidad hacia las religiones en general y la confesión mayoritaria de la nación de que se trate, en particular.

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 Sirvan como muestra lo dicho por Lenin: «Dios es el enemigo personal de la sociedad comunista» (‘Carta a Gorki’, dic.1913, Le marxisme-leninisme, J.Ousset, p.132), o lo afirmado por Hitler: «No queremos más Dios que Alemania» (Bayrischer Kurier, del 25 de mayo de 1923).

No está de más destacar, y recordar, que la Iglesia Católica condenó, en sendas Encíclicas del Papa Pio XI, al fascismo y al nazismo. Al primero, en 1921 (Non Abbiamo Bisogno) y al nacional-socialismo, en 1937 (Mit Brennender Sorge). En cuanto al comunismo, las Encíclicas condenatorias son varias pero destacan fundamentalmente las de Pio XI, Quadragesimo Anno, en 1931 y Divini Redemptoris, en 1937.

 

Aunque la mayoría de quienes se hacen llamar de izquierdas, socialistas lo nieguen o lo ignoren (más lo segundo que lo primero) Hitler y Mussolini tenían como objetivo poner en práctica los postulados de Carlos Marx.

Pese a que se resistan a aceptarlo los repetidores de eslóganes, consignas y tópicos, Hitler se consideraba a sí mismo «el auténtico realizador del marxismo» (H. Rauschning, en Hitler me ha dicho, De. Cooperation, Paris, 1939, p.112) y nada menos que Goebbels fue quien confesó que «El movimiento nacional-socialista tiene un solo maestro: el marxismo» (Kampf um Berlin, p.19).

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Y Benito Mussolini, para no ser menos, se complace en afirmar que Marx es su padre espiritual. (Mussolini y el fascismo Ed. Que sais-je, p.31). No se olvide, tampoco, la muy elocuente y famosa afirmación de la estatolatría pagana de Mussolini: «Todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado». (Discursos de 1928 a la Cámara de Diputados, 9 de diciembre de 1928, p.333).

Goebbels –en perfecta sintonía con ideólogos marxistas- afirmó que «El socialismo es la concepción del mundo del porvenir que sólo podrá realizarse en el Estado Socialista» (Die Zweite Revolution). Y añadió: «Nosotros somos socialistas y enemigos mortales del sistema económico capitalista» (Der Nationalsozialismus, Die Weltanschaung des 20 Jahrhunderts).

Todo lo anteriormente citado conduce inevitablemente a la conclusión de que nazi-fascismo y comunismo son hijos del mismo padre antiliberal: Carlos Marx; es consustancial a ambas ideologías la misma perversión, aunque con distintos ropajes; son, al fin y al cabo, partícipes de idéntico veneno colectivista y totalitario, aunque utilicen una jerga aparentemente diferente en cada caso. Fascismo y nazismo fueron versiones relativamente diferentes de un mismo pensamiento socialista y constituyeron regímenes estatalistas y liberticidas casi idénticos.

Nunca se olvide que Hitler y Mussolini militaron en el socialismo antes de fundar sus propios partidos.

Marxistas y nazi-fascistas no se han contradicho en aquello que sus doctrinas tienen en común, en lo que coinciden fundamentalmente, y mucho menos en sus perversos, crueles y genocidas formas de acción.

Durante el pasado siglo XX, se produjeron sucesos que acabaron conduciendo “casualmente” a una entusiasta colaboración entre ideologías aparentemente rivales, y que son especialmente sintomáticos, elocuentes: A modo de ejemplo, basta citar el pacto germano-soviético de 1939 entre Stalin y Hitler, que dejó las manos libres a la Alemania Nacionalsocialista para invadir Polonia y permitió a la Unión Soviética la anexión de Estonia, Letonia, Besarabia y el ataque a Finlandia, además de los asesinatos en masa efectuados en Katyn (parte oriental de Polonia) por orden de Stalin.

Después de todo lo expuesto debe rechazarse esa falsa antinomia, ese falso dilema. Se puede decir con rotundidad que es absolutamente falso que el fascismo y el nazismo son anticomunistas, y viceversa, pese a que la propaganda marxista pretenda imponerlo como verdad. Lo realmente cierto e irrefutable es que nazi-fascismo y comunismo son doctrinas aparentemente opuestas pero que, en realidad, resultan semejantes, afines, análogas.

Quienes dicen ser partidarios de los principios y valores propios de la Civilización Occidental deben de tener una clara y rotunda actitud antitotalitaria, anticolectivista. Quienes aspiran a ser coherentes y consecuentes deben definirse, tanto anticomunistas como antinazifascistas.

Nazi-fascismo y marxismo-leninismo son -tal como vengo exponiendo- las dos caras de la misma moneda, dos fauces de la misma fiera totalitaria y liberticida.

 

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Carlos Aurelio Caldito Aunión (Badajoz, 1957), un histórico 'discrepante' (utilícese ésta o cualquiera de sus formas equivalentes, tales como 'discordante', 'divergente' o 'disconforme', por ejemplo) de la sociedad pacense

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