El pasado jueves 16 de febrero de 2017 la Junta de Gobierno del Ayuntamiento de Madrid aprobó el plan sobre Derechos Humanos, que tendrá una vigencia de tres años, hasta diciembre de 2019.
Para desarrollarlo se ha fijado 24 metas e invertirá 16 millones de euros, parte de los cuales se invertirán en la creación de una Oficina de Derechos Humanos y Memoria, que impulse la ejecución de los contenidos del plan de forma transversal; en la constitución de una Mesa municipal de Derechos Humanos, con representantes de todas las áreas de Gobierno; y en la puesta en marcha un Foro por los Derechos Humanos, abierto a toda la sociedad civil. El objetivo final de todo ello es «convertir a Madrid en una Ciudad para la Paz Global, que promueve a nivel local nacional e internacional una cultura por la paz, de resolución pacífica de los conflictos y de respeto a la solidaridad internacional».
Sin embargo, por más que estudio el plan no sé en qué me puede beneficiar todo esto. Pues he buscado y rebuscado y no encontré lo que para mí es piedra angular de mi desarrollo personal: EL DERECHO A LA NORMALIDAD.
Y es que la inmensa mayoría de los madrileños somos gente normal que ya aspiramos a tan poco que nos conformamos con que se nos trate con respeto por el solo hecho de ser normales.
Estamos ya cansados que por ser varones que nos «sentimos» como varones, o por ser mujeres que se «sienten» como mujeres, tengamos que se discriminados en favor de minorías como las homosexuales o las transexuales. Estamos cansados que desde estos colectivos se diga que somos conformistas, aburridos y anticuados, pues no queremos probar nuevas experiencias.
Estamos cansados de que por ser normales y querer que se proteja a nuestros hijos en sus edades más tempranas y vulnerables de la sexualidad atropellada que todo lo invade, se nos diga que somos unos carcas.
Estamos cansados de que por ser católicos (con mayor o menor devoción) se nos trate como responsables de todas las desgracias habidas desde la caída del Imperio Romano.
Estamos cansados de que por creer que la felicidad cívica se funda en tener una familia normal, formada por marido, mujer e hijos (y a ser posible varios), nos llamen retrógrados y cerrado al concepto a la apertura a las «nuevas formas de familia».
Por eso nos gustaría que cualquier plan sobre Derechos Humanos que se estableciera en el futuro tuviera al menos un primer artículo que diga: «Los poderes públicos garantizaran que no se podrá discriminar a ninguna persona, en relación al acceso a recursos y ayudas públicas, por el solo hecho de ser heterosexual, blanco, católico y español. Del mismo modo se perseguirá (extendiendo para su protección toda la legislación existente en defensa de las minorías) cualquier ataque, burla y escarnio que realicen las minorías a esta mayoría social formada por heterosexuales, blancos, católicos y españoles.»
Protocolo de relaciones del Ayuntamiento y todas las confesiones religiosas que, de conformidad con los estándares internacionales de derechos humanos, garantice el principio de no discriminación, su participación en la elaboración de políticas municipales que les afecten y su acceso a los servicios y equipamientos municipales sin discriminación. Se creará una Mesa de diálogo interreligioso con las confesiones religiosas y se realizará un diagnóstico de los posibles puntos críticos existentes desde una perspectiva de derechos humanos que, entre otras, servirá para la futura Ordenanza de Convivencia y regulación del uso del espacio público, la nueva Instrucción para el Diseño de la Vía pública, etc.