En una entrevista concedida a la Contra Tv Javier Pérez- Roldán, Presidente del Centro Jurídico Tomás Moro, denuncia que la aplicación de la ideología de género en los juzgados de familia produce graves injusticias contra uno de los cónyuges (normalmente el varón) y, sobre todo, contra los hijos.
En la entrevisa Javier Pérez- Roldán se muestra como un firme partidario de que, en procesos de separación o divorcio, la norma respecto a los hijos sea la custodia compartida, algo que está muy lejos de suceder en la realidad de los tribunales españoles.
«El cliente que no te paga», el más perjudicado
El Presidente de la Asociaciación de Abogados de Familia afirmó ante La Contra TV que «con carácter general y salvo circunstancias muy excepcionales, el régimen que se debe pedir y el que debiera conceder el juzgado es el de custodia compartida»: cada vez más mujeres lo piden también, aunque todavía muchas lo rechazan «aunque eso suponga perjudicar a sus hijos«.
Pérez-Roldán entiende que, para el abogado de familia, «el primer cliente es el que no te paga, que son los hijos», por lo cual, dado que por convicciones personales rechaza el divorcio, solo acepta este tipo de casos cuando hay menores y para proteger su interés.
Pésima imagen de la Justicia para ellos y ellas
En la práctica cotidiana de los tribunales, para los padres es frustrante comprobar que «lo que ellos dicen no se escucha y lo que dice la mujer sin pruebas se da siempre por hechos ciertos»: «Todos los hombres, cuando concluye el proceso de separación, acaban con una imagen muy negativa de la Justicia«, y también las mujeres «porque muchas veces los tribunales les dan la razón y ellas saben que no la tenían«.
Una de las denuncias más sangrantes que formula Pérez-Roldán es que los jueces rechazan pruebas que permitirían esclarecer los hechos, como en el caso de un hombre que estuvo tres años imputado por unos supuestos insultos a su mujer por vía telefónica cuya falsedad solo pudo verificarse cuando, aprovechando una baja temporal del juez titular que denegaba la correspondiente pericia, el juez sustituto la autorizó. Inmediatamente el caso quedó cerrado al comprobarse que se trataba de una manipulación de la esposa de su cliente.
Una de las razones de esta indefensión es que «los juicios de violencia son juicios rápidos«, y en ocasiones se sacrifican las pruebas en aras de una decisión inmediata. Pero luego está la otra cara de la moneda: la lentitud de la justicia en otros casos produce daños irreversibles en caso de órdenes de alejamiento de los hijos. Un padre no pudo ver a sus hijos durante cinco años por una orden de alejamiento decretada por unos supuestos malos tratos. Cuando finalmente resultó absuelto (el mismo tribunal afirmó que no se debería haber llegado a juicio porque «no había ninguna acusación concreta»), se encontró con que su hijo, de 2 años al inicio del pleito y ahora con 7, no quería verle porque durante un lustro su mujer le había intoxicado contra él.
Una ideología que produce injusticias
Al aplicar la ideología de género «se han retorcido los principios generales del Derecho», sostiene Pérez-Roldán: «La legislación ya de por sí es injusta porque agrava la pena por el simple hecho de ser hombre el agresor y víctima la mujer, cuando las penas deberían establecerse en función de la entidad del delito cometido».
Pero aún es «más grave» cuanto se refiere a los jueces, continuamente «reciclados» en cursos sobre violencia de género y machacados con la «alarma social»: «Su libertad queda muy disminuida» porque toda esa presión ideológica «acaba cargando su conciencia a la hora de interpretar las pruebas». Y en caso de archivo de una causa, reciben quejas de organizaciones feministas y presiones mediáticas y del mismo Consejo General del Poder Judicial que llevan a muchos a tirar la toalla y pedir el cambio de juzgado. En Madrid acaba de darse un caso.
El origen de toda esta situación es una «ley ideológica, como todo lo que llame al género«. Javier Pérez-Roldán hace durante la entrevista un pequeño resumen histórico del origen de la ideología de género como una traslación de la filosofía comunista del ámbito económico al ámbito de la familia, creando una segregación entre hombres y mujeres en virtud de la cual «a un hombre hay que condenarle no por lo que haya hecho, sino por lo que hicieron sus antecesores».
El abogado destaca la alianza entre la causa feminista y la causa homosexualista, aunque ahora ambas parecen divergir en torno a la cuestión de los vientres de alquiler.
Acabar con las identidades
La explicación teológica de la ideología de género consiste en «cambiar la identidad de las personas para que el hombre no sea a imagen y semejanza de Dios«, explica. Al mismo tiempo, una exacerbación de la concupiscencia conduce a una disminución de la natalidad, «por la desconfianza que crea entre hombre y mujer», que obliga a flujos migratorios en los que las identidades colectivas (de la población origen y de la población destinno) se pierden en el desarraigo.
La familia es el objetivo último de esas «ideas disolventes»: «Buscan hacer una sociedad de individuos, no de familias», y donde las «verdades absolutas» no tengan cabida. «Este pensamiento líquido de constante cambio», concluye, «acaba convirtiendo al hombre en un despojo empujado por cualquier viento que sople, un hombre sin arraigo ni certidumbres».