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Industria vs. internet, la nueva lucha de clases

En el mundo desarrollado se está dibujando el cuadro de un conflicto histórico que, por su peso y sus dimensiones, resulta análogo al que se dio entre capital y trabajo en los siglos XIX y XX. Se enfrentan dos alianzas. Por un lado, la que gira en torno a los dueños de internet, la web y todos sus servicios, con los nuevos monopolios y centros de poder multinacional que derivan de ahí. Por otro, la masa de aquellos que viven de la manufactura, los productos, el arte en el sentido más amplio de la palabra, el viejo y nuevo artesanado. En definitiva, todo aquello que implica la materia y presupone la estabilidad en todas sus formas, materiales o inmateriales. Junto a esta masa está también el ejército de personas desempleadas, subempleadas y jóvenes sin perspectivas en el futuro que el primero de ambos bloques está creando en todos los países de la antigua industrialización.

Es un fenómeno que la reciente campaña presidencial norteamericana ha puesto en evidencia, dedicándole por primera vez relevancia política. Todas las multinacionales de la red, de Google a Microsoft, Facebook y todos los grupos que fabrican ordenadores, teléfonos móviles, etcétera, se han movilizado abiertamente contra Trump. No es algo nuevo, desde siempre el gran capital en Estados Unidos, como en todas partes, ha tenido sus preferencias políticas. Sin embargo, hasta la última campaña presidencial estas preferencias consistían en ayuda material, pero nunca en abiertas declaraciones de apoyo. Para confirmar el hecho de que ahora estamos ante un cambio de época, el año pasado vimos por vez primera a los grandes grupos industriales participando como tales en la campaña electoral, situándose en contra de uno de los candidatos.

Es el choque de dos modelos productivos. Pero la cuestión no es solo económica, aunque supone el reflejo de dos visiones distintas del mundo. Está claro que el actual y gigantesco progreso de las tecnologías de información y comunicación, las llamadas TIC, participan hoy en cualquier actividad humana. Por tanto, la diferencia entre ambos modelos no consiste en el uso o no de las TIC sino en el papel que se les asigna, si constituyen un medio o un fin, si conservan su papel de servicio o si se convierten en centro de la experiencia humana.

A grandes rasgos, el primero de estos dos modelos se basa en la proyección, comercio y control monopolístico de los sistemas telemáticos y todas sus posibles aplicaciones, ofrecidas de manera indiferenciada en un mercado global que ya equivale actualmente a casi la mitad de la población mundial y que tiende a alcanzarla entera. Este sector da empleo relativamente a poquísima gente, muy bien pagada, a la que se le pide no pensar en otra cosa y ser totalmente ajena a cualquier punto de vista. Un mundo cuya representación gráfica puede ser Silicon Valley. Eso explica por qué los grandes de este mundo y sus fundaciones son portaestandartes, grandes financiadores y promotores de cuestiones como la banalización del aborto, la filosofía de género y todo lo que pueda ser útil para la transformación de la humanidad en una masa indiferenciada de consumidores privados de todo vínculo, idealmente sin familia, sin tierra, sin identidad, sin fe, sin pasado y a fin de cuentas también sin futuro. Es la gélida paz, por otro lado imposible, que cantaba John Lennon en su famosa “Imagine”.

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Teniendo bajo control monopolístico a nivel planetario la producción, el desarrollo y la venta de sistemas y aplicaciones, según este modelo todo lo demás se puede hacer y comprar donde cueste menos y, mientras cueste menos, dispuestos a desplazarse en cualquier momento allí donde convenga, dejando aquí y allá fábricas vacías y gente sin trabajo. Es una máquina que avanza por el mundo como una apisonadora gigantesca que tiene por delante masas cada vez más escasas de jóvenes que se entregan con la esperanza de ser invitados al banquete, como productores o bien solo como consumidores, y por detrás masas cada vez más grandes de gente de todas las edades explotada y abandonada. La globalización es una realidad de hecho, por lo que no se puede prescindir de ella. Pero hay que gobernarla. Trump quizás no sea la solución, pero tiene el mérito de haber planteado el problema. Por eso ha ganado las elecciones, a pesar de la campaña contra él de casi todo el periodismo norteamericano, que cree estar triunfalmente por encima de la apisonadora cuando me temo que en cambio ya está entre sus ruedas.

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