Nihil Operi Dei praeponatur — Nada se anteponga al Culto Divino. Con estas palabras San Benito, en su Regla (43,3), estableció la prioridad absoluta del Culto Divino respecto a cualquier otra tarea de la vida monástica. Esto, incluso en la vida monástica, no resultó inmediatamente realizado porque para los monjes era tarea esencial también el trabajo en la agricultura y en la ciencia.
Ya sea en la agricultura, como también en la artesanía y en el trabajo de formación podían ciertos ejercicios de las urgencias temporales aparecer más importante que la liturgia. Frente a todo esto Benito, con la prioridad señalada a la liturgia, de manera inequívoca pone de relieve la prioridad de Dios mismo en nuestras vidas: «A la hora del oficio divino, tan pronto como se oye la señal, dejado todo lo que se trae en las manos, se acude con la máxima solicitud» (43,1).
En la conciencia de los hombres de hoy las cosas de Dios y con ello la liturgia no aparecen en absoluto urgentes. Hay una urgencia para cada cosa posible. La cosa de Dios nunca parece ser urgente. Ahora, se podría afirmar que la vida monástica es en cualquier caso algo diferente de la vida de los hombres en el mundo, y esto es ciertamente correcto. Y sin embargo, la prioridad de Dios que hemos olvidado vale para todos. Si Dios no es más importante, se mueven los criterios para establecer lo que es importante. El hombre, dejando de lado a Dios, se somete a sí mismo a las constricciones que lo hacen esclavo de fuerzas materiales y que así son opuestas a su dignidad.
En los años que siguieron al Concilio Vaticano II he vuelto a ser consciente de la prioridad de Dios y de la Liturgia Divina. La falta de comprensión de la reforma litúrgica que se ha extendido ampliamente en la Iglesia Católica llevó a poner siempre cada vez más en el primer plano el aspecto de la instrucción y de la propia actividad y creatividad. El hacer de los hombres hizo casi olvidar la presencia de Dios. En una tal situación se hace cada vez más claro que la existencia de la Iglesia depende de la correcta celebración de la liturgia y que la Iglesia está en peligro cuando el primado de Dios ya no aparece más en la liturgia y en la vida. La causa más profunda de la crisis que ha envuelto la Iglesia reside en el oscurecimiento de la prioridad de Dios en la liturgia. Todo esto me llevó a dedicarme al tema de la liturgia más ampliamente que en el pasado porque sabía que la verdadera renovación de la liturgia es una condición fundamental para la renovación de la Iglesia.