Hoy en día, los llamados “derechos humanos” dan para todo. Es cosa que cualquier aspiración, por rara, absurda, chocante o arbitraria que sea se disfrace con la categoría de “derechos humanos”, para que casi por arte de magia, se imponga o intente imponerse de forma arrolladora y sin consideraciones a muchas otras aspiraciones legítimas o a verdaderos derechos.
El problema se agudiza, sin embargo, porque fruto de haberse perdido en buena parte de nuestras sociedades cualquier referencia a una ley natural, qué es considerado correcto, justo o debido varía notablemente entre unos y otros. Por tanto, una cosa que debe tenerse muy en claro es la siguiente: no porque ciertos sectores enarbolen alguna aspiración como un “derecho humano” eso significa que se trate de un clamor popular, de un anhelo mayoritario que puja hace mucho tiempo por ser reconocido o de algo evidente. Muy por el contrario: en una época en que somos “extraños morales” (al punto de no estar de acuerdo en aspectos fundamentales sobre el bien y el mal), todo, absolutamente todo puede terminar convirtiéndose en un “derecho humano”.
De esta manera, los manoseados “derechos humanos” se han convertido en un verdadero Caballo de Troya que puede adentrarse en la ciudadela de cualquier situación o estado de cosas que se quiera hacer cambiar mediante su ataque. Basta que se organice cualquier grupo con recursos o contactos y “cree” el derecho humano tal o cual, para que por muy minoritario que sea o por muchas resistencias que tenga en la gran mayoría de la sociedad civil, vaya expandiéndose, por las buenas o por las malas (con todo tipo de presiones, amenazas, arbitrariedades y abusos), cual mancha de aceite, que como tal, pretenden penetrar todos los engranajes del tejido social.
Y por supuesto, para la correcta aplicación de estos “derechos humanos” y evitar posible violaciones a los mismos, se asigna un papel protagónico y hegemónico al Estado, quien se convierte en su guardián y garante, a costa de muchos otros verdaderos derechos, como la vida, la libertad de conciencia, de opinión o de enseñanza, entre otros. Ello, porque como el Estado ha sacralizado estos “nuevos derechos”, oponerse a ellos es una herejía inaceptable, que debe ser castigada o prevenida por cualquier medio, siempre en nombre de estos “derechos humanos”, obviamente.
De esta manera, desarraigados de cualquier contenido y fundamento objetivo, los actuales “derechos humanos” poco o nada tienen que ver con lo que tradicionalmente se ha entendido por los mismos y de manera sorprendente y subrepticia, se han ido convirtiendo en un sutil pero efectivo medio de dominación de sociedades enteras, pues se insiste, oponerse a estos “nuevos derechos” es visto como la mayor de las barbaries, dogmatismos o involuciones para un ser civilizado. Y por supuesto, quienes los defienden, tienen licencia para trasgredir los verdaderos derechos de sus enemigos, en nombre, precisamente, de estos nuevos y cambiantes “derechos humanos”.
Una muestra más de lo que ocurre cuando los parámetros del bien y del mal se pierden en una sociedad, lo que únicamente favorece a los más fuertes, haciéndolos aún más fuertes.