El hombre no puede ser separado de Dios, ni la política de la moral»
(Santo Tomás Moro)
Parece poco discutible, desde la filosofía al menos, que la actividad política ha de estar regida por criterios morales, si quiere ser auténtica tarea dignificadora del hombre y de la colectividad, y no mera lucha por el puro poder. No obstante, dentro de la propia política resulta harto problemático reivindicar parámetros morales desde los que orientar las decisiones en el ámbito público.
Platón, Aristóteles, Juan de Salisbury, Marsilio de Padua, Locke, Kant, Hegel, Weber…, buscaban pautas morales en la acción política fue, sin embargo, el gran Juan Pablo II quien le confirió mayor trascendencia a este tema al elevar a Tomás Moro a los altares porque su figura (en palabras de dicho Papa) es reconocida como fuente de inspiración para una política que tenga como fin supremo el servicio a la persona humana y por ello le confiere el patronazgo de protector de los políticos.
Fiel a sus principios se empeñó en promover la justicia e impedir el influjo nocivo de quien buscaba los propios intereses en detrimento de los débiles. En 1532, no queriendo dar su apoyo al proyecto de Enrique VIII que quería asumir el control sobre la Iglesia en Inglaterra, presentó su dimisión. Se retiró de la vida pública aceptando sufrir con su familia la pobreza y el abandono de muchos que, en la prueba, se mostraron falsos amigos. Constatada su gran firmeza en rechazar cualquier compromiso contra su propia conciencia, el Rey, en 1534, lo hizo encarcelar en la Torre de Londres dónde fue sometido a diversas formas de presión psicológica. Tomás Moro no se dejó vencer y rechazó prestar el juramento que se le pedía, porque ello hubiera supuesto la aceptación de una situación política y eclesiástica que preparaba el terreno a un despotismo sin control. Durante el proceso al que fue sometido, pronunció una apasionada apología de las propias convicciones sobre la indisolubilidad del matrimonio, el respeto del patrimonio jurídico inspirado en los valores cristianos y la libertad de la Iglesia ante el Estado. Condenado por el tribunal, fue decapitado.
La historia de santo Tomás Moro ilustra con claridad una verdad fundamental de la ética política. La defensa de la libertad de la Iglesia frente a indebidas ingerencias del Estado y, al mismo tiempo, defensa, en nombre de la primacía de la conciencia, de la libertad de la persona frente al poder político. En esto reside el principio fundamental de todo orden civil de acuerdo con la naturaleza del hombre.
Al enfrentarse a los vaivenes emocionales y de conciencia de un rey que como “exponente adelantado” de lo que denuncia Juan Pablo II en la Encíclica Veritatis Splendor al referirse al síndrome de la “conciencia creativa”, “creaba” la verdad según sus caprichos, y luego bajo el “peso” aparente de esa conciencia obraba el mal sin ningún remordimiento, pretendiendo que los demás se adhirieran a ese modo peculiar de “reelaborar” la verdad según sus antojos. Esta cuestión de “crear su verdad” tiene hoy día con el relativismo que impregna la sociedad, no pocos imitadores políticos que sin querer plantearse la verdad que les dicta su conciencia (en el mejor de los casos) tratan de encuadrarla en un mundo irreal pero que es lo aceptado porque se considera políticamente correcto, pretendiendo que a su alrededor cada persona se someta a esa “nueva visión de la verdad”.
Los principios básicos de la acción política, a decir del profesor Bonete Perales[1] son:
* Principio de la receptividad: Todo político habrá de ser receptivo a las críticas y quejas de la ciudadanía, formuladas a través de diferentes procedimientos; uno de ellos, sin duda, los medios de comunicación. Las decisiones de los políticos, para que sean morales, habrán de tomarse teniendo en cuenta siempre la perspectiva de aquellos que serán los más afectados. El rechazo directo de las críticas que susciten las decisiones políticas nos muestra un comportamiento político escasamente receptivo a la voluntad ciudadana, y por ende, de dudosa validez moral.
* Principio de la transparencia: Todo político habrá de actuar explicando siempre las intenciones con las que toma sus decisiones, sacando a la luz pública lo que se pretende conseguir con ellas, por qué se toman, cómo se van a llevar a término… No han de existir dobles intenciones en la vida política. Constituye una obligación moral de todo político decir siempre la verdad a la ciudadanía, no ocultar, tras mensajes ambiguos, intenciones inconfesables públicamente.
* Principio de la dignidad: Todo político habrá de actuar considerando a las personas implicadas en sus decisiones como fines en sí (Kant) y nunca como meros medios. La más grave inmoralidad en la que puede incurrir un político consiste en utilizar a las personas como instrumentos y objetos con los cuales conseguir otros fines, aunque sean fomentadores del bienestar social. Esta defensa de la dignidad de toda persona, a la que debe sujetarse cualquier acción política, implica la salvaguarda rigurosa y la promoción constante de los derechos humanos, consagrados en las constituciones democráticas. Argumentaciones y acciones políticas exculpadoras y violadoras de esos derechos, en las que subyace la legitimidad de servirse de personas (secuestradas, asesinadas, torturadas, extorsionadas…) para alcanzar otros fines considerados superiores, constituyen argumentaciones y acciones gravemente inmorales, además de claramente delictivas.
* Principio de los fines universales: Todo político habrá de actuar distinguiendo con suma claridad lo que son intereses personales o partidistas, de lo que constituyen en verdad fines universales de una comunidad o una nación. Lo cual significa que aquellas argumentaciones, decisiones o acciones políticas con las que se procura beneficiar, por ejemplo electoralmente o económicamente, a un partido político, son inmorales, aunque no sean por supuesto ilegales; y no digamos si se presentan a la ciudadanía, como suele suceder, revestidas de un aparente interés general, las que se sabe claramente que son meras estratagemas para aumentar votos o beneficiar a personas particulares.
* Principio de servicialidad (o de servicio): En todo sistema de gobierno hay quienes viven, como decía Weber, de la política y quienes viven para la política. Los primeros se introducen en la vida pública y anhelan los cargos políticos como medios para acrecentar sus arcas particulares; mientras que estos últimos son quienes se entregan a la vida política como servidores de una causa, ven en el acceso al poder un medio para servir a la ciudadanía, no muestran apego sospechoso al cargo, y expresan con hechos una concepción transitoria de la actividad política. Una referencia para medir la altura moral de un político cabe encontrarla en este espíritu servicial del poder. Por el contrario, una clara muestra de la inmoralidad política queda patente en todos aquellos que se sirven del poder para enriquecerse o enriquecer a los suyos.
Y, por último,
* Principio de la responsabilidad: La mayoría de los políticos, cuando acusan a otros lo hacen por «falta de responsabilidad», y cuando se alaban a sí mismos es por haber actuado «por responsabilidad». Conviene distinguir entre responsabilidad moral, política y penal. Aunque simplificando (dice el profesor Bonete Perales), la última la delimitan los jueces, la segunda los parlamentarios o partidos, y la primera, además de estos, la ciudadanía y los medios de opinión. Es evidente que actuar moralmente en política es actuar con responsabilidad. Sin embargo, no resulta del todo evidente qué significa con exactitud la ‘responsabilidad en la vida política. Se podrían distinguir, al menos, tres sentidos, todos ellos complementarios: a) responder a los ciudadanos y sus representantes, a través de las instituciones democráticas, de todo aquello de lo que se solicite explicación o justificación; b) asumir como propios los comportamientos ilegales o gravemente inmorales de los altos cargos subordinados, sin delegar en otros o excusarse en la traición de los hombres de confianza; c) tomar decisiones, como decía Weber, calculando siempre sus consecuencias previsibles para una comunidad o nación. Si el principio de la dignidad de la persona lo percibimos como el más elevado moralmente, el principio de la responsabilidad muestra mayores dificultades para ser delimitado con claridad; es el más manoseado y, por eso mismo, tergiversado por la mayoría de los políticos.[2]
Llegados a este punto es conveniente recordar el comportamiento de los políticos con motivo del terrible atentado de Barcelona. La sociedad ha dejado de lado debates no ya importantes sino urgentes, entregándose sin pudor a cuestiones objetivamente menores, perdiendo el sentido de la realidad en las redes, convertidos en obtusos opinadores de pequeñeces, incapaces de otorgar peso real a los acontecimientos. Lo corroboran la mayoría de mensajitos, tuits, etc. que circulan, que solo mencionan los peluches, flores y velas que inundan el lugar de la masacre. De esa falta de rigurosidad se aprovechan los políticos que solo hablan de generalidades y, encima, en “politiqués”, según acuñó felizmente el sociólogo, Amando de Miguel.
Convendría que la sociedad reaccionara y exigiera a los políticos un comportamiento ético acorde con los principios expresados, porque en sus actos los políticos no han respetado ninguno de ellos. Veamos:
1) La primera fase del atentado es la explosión de la casa de Alcanar. Cuando sucede el atentado declaran los vecinos: La explosión ocurrió poco después de las 11 de la noche del miércoles. «Fue horrible, un ruido muy fuerte, mucho humo y polvo, estábamos en la terraza», explica Eric Groby, un vecino francés. La onda expansiva hizo explotar los cristales del Hotel Montecarlo, al otro lado de la carretera, invadiendo el plato en el que cenaba otro vecino, Patrick Vinaros. «Estuvieron en la casa muchos meses, entraban, salían, descargaban cosas,… Pero la policía autonómica solo habla de la explosión de una bombona, como si fuese un accidente casero. No investigaron en absoluto, porque posteriormente al atentado en Las Ramblas se ha sabido que era una casa okupa donde se acumulaban más de cien bombonas de gas de todos los tamaños…»,
a)¿Por qué si a los depósitos de gas se les exigen, con razón, ciertas condiciones, en Alcanar, domicilio particular, se pudieron acumular más de cien sin ningún requisito?
- b) Quitaron el gas que tenían las bombonas antes de emplear radiales para cortarlas ¿Nadie se percató del olor ni del ruido de las radiales?.
- c) No permitieron la entrada a los TEDAX. Ahora, 4 días más tarde, se descubren restos desperdigados que parecen corresponder a tres hombres y que además del gas y de las bombonas preparadas como artefactos artilleros, una parte de las 106 bombonas que los terroristas almacenaban en el chalé contenían TATP, un explosivo usado por el Estado Islámico conocido por su alto poder destructivo como “la madre de Satán”. Solo gracias a Dios (y no por quienes deberían velar por nuestra seguridad) España se ha salvado de una masacre mayor.
2) El atentado en Las Ramblas: Niza, Berlín, Londres y Estocolmo han sufrido ataques terroristas mortales cometidos con un vehículo.
- a) Desde entonces las ciudades se han protegido colocando bolardos o jardineras de hormigón en sitios estratégicos para impedir, en lo posible, una situación similar. Barcelona no los tenía. A pesar de la comunicación del Estado se negaron a instalarlos porque en Barcelona “no ocurría nada”. Y siguen sin hacerlo. El resto de España tiene constancia de los sucesivos incumplimientos que Cataluña hace de las órdenes de las instituciones centrales, pero su separatismo (excepto para conseguir dinero) les llevó a ignorar el aviso de la CIA advirtiendo de la posibilidad de un ataque terrorista en la Sagrada Familia y en Las Ramblas.
- b) El operativo “jaula” organizada por la policía autonómica para detener al terrorista desaparecido ha sido un fracaso por cuanto tres días después aún no ha sido encontrado.
3) Atentado similar en Cambrils: Horas más tarde cinco terroristas a bordo de un coche han intentado un nuevo atentado por el Paseo Marítimo de Cambrils en una actuación similar a la de Las Ramblas causando varias víctimas: heridos y una mujer muerta y otra gravemente herida hasta que se han topado con un control de la policía autonómica uno de cuyos miembros había sido legionario en el Tercio Gran Capitán de la Legión donde aprendió el lema: “no abandonar jamás a un hombre en el campo hasta perecer todos”, de modo que allí quedó defendiendo a su compañera herida. Se abalanzan los cuatro moros blandiendo machetes y gritando “Allahu akbar”, el legionario no pudo gritar su “A mí la Legión”, pero no le hizo falta. Apoya su fusil, cinco disparos y los cuatro asaltantes caen al suelo. Por cierto, no se conoce ninguna mención especial por parte de los políticos al mencionado héroe legionario; al contrario, queriendo patrimonializar la figura de este individuo, abundan en la explicación de los once años que lleva en la policía catalana, para que se olvide que su buen hacer proviene de las enseñanzas recibidas en la Legión del denostado Millán Astray.
Ninguno de los seis principios básicos para una actuación política ética han sido tenidos en cuenta. Ni la receptividad (aceptación de las críticas), ni la transparencia, ni el de la dignidad no utilizar a las personas como instrumentos o medios), ni el de los fines universales (búsqueda del bien común), ni el de servicialidad (vivir para y no de) y mucho menos el de responsabilidad porque parece ser que nadie tiene culpa de la falta de previsión, de la falta dedicación en realizar bien su trabajo (un fanático terrorista suelto, 15 muertos, 10 heridos en estado crítico, varios policías heridos por la incompetencia de sus jefes en Alcanar, y sus mandos, Sres. Forn y Trapero en el fútbol viendo el partido Barcelona-Betis). Al final dirán que la culpa la tuvieron las personas que paseaban pacíficamente por una calle de Barcelona, incluido el niñito de siete años que perdió la vida. Todos tienen responsabilidad menos los políticos.
Incluidos los del gobierno central. Un gobierno del Estado que permite que otro autonómico, se supone que, de algún modo subordinado al de toda la nación, incumpla sus disposiciones y normas, consintiendo que:
- Desoigan advertencias sobre posibles atentados.
- Ignoren la necesidad de colocar bolardos o jardineras de hormigón.
- Prohíban el acceso a la investigación por los TEDAX.
- En su afán separador, el nacionalismo divida hasta los muertos, haciendo distinción entre los españoles fallecidos de los que eran catalanes.
- Existan 79 oratorios salafistas en Cataluña financiados por Qatar, el mismo patrocinador del Barcelona FC.
- Actúen libremente imanes salafistas radicalizando en España a los jóvenes musulmanes.
- Exista una casa que acumula explosivos en grandes cantidades sin que se vigile ni detenga a los habitantes porque eran okupas al parecer protegidos por un pacto político con la CUP.
Ahora que tanto presionan, sobre todo a la Iglesia para que pida perdón por cualquier cosa, convendría que ellos, los políticos, también lo hicieran por sus errores y pasividad. No lo harán. Su egolatría se lo impide. Y mientras, los políticos de todos los estamentos, muy contentos porque la pobre gente se limita a reunirse en el lugar del atentado para poner peluches, flores y velitas y, en el mejor de los casos, para rezar por tantas víctimas. ¿Pueden hacer otra cosa?
Sí. Quizás empezar por conocer los principios éticos para luego, mientras España sea un estado democrático, poder exigirlos a los políticos e instituciones. Exigir también responsabilidades por la negligencia y dejación de funciones, especialmente a los gobiernos local y autonómico catalán, o quizás más resolutivo: tomar la determinación que ya adoptó Azaña en la época de la República cuando el gobierno de entonces no supo actuar debidamente, en la consideración de que un atentado terrorista supera lo autonómico y afecta a la nación entera, pero no vemos en el horizonte político nadie con semejantes agallas[3].
No obstante, y desde nuestra perspectiva cristiana, les encomendamos y nos encomendamos (a políticos y sociedad) a la protección del santo patrón de los políticos. Sería de gran tranquilidad para el pueblo saber que, al igual que su santo patrón, Santo Tomás Moro, el fin, el objetivo de los gobernantes no era servir al poder, sino al supremo ideal de la justicia. Su vida nos enseña que el gobierno es, antes que nada, ejercicio de virtudes (perplejidad nos produce, porque no encontramos en España a ninguno que se acerque ni de lejos). Convencido de este riguroso imperativo moral, el Estadista inglés puso su actividad pública al servicio de la persona, especialmente si era débil o pobre; gestionó las controversias sociales con exquisito sentido de equidad; tuteló la familia y la defendió con gran empeño; promovió la educación integral de la juventud con profundo desprendimiento de honores y riquezas y una humildad serena y sincera.
Éste es el horizonte a donde le llevó su pasión por la verdad, al martirio. El hombre no se puede separar de Dios, ni la política de la moral. He aquí la luz que iluminó su conciencia y la que nos gustaría que iluminara a tantos políticos españoles, tan alejados de estos principios éticos como han demostrado recientemente con motivo del atentado en Barcelona.
[1] Enrique Bonete Perales, nacido en Valencia en 1959, actualmente es catedrático de Filosofía Moral de la Universidad de Salamanca. Amplió estudios con becas de investigación y estancias en el CSIC (Madrid), en el Consejo de Europa (Estrasburgo), en Berlín, en Londres y más recientemente en The Oxford Centre for Neuroethics (2009-2010), centro de investigación perteneciente a la Universidad de Oxford. Ha publicado varios libros de temas deética y teoría política.
[2] E. Bonete Perales: ÉTICA POLÍTICA-DicPC–http://mercaba.org/DicPC/E/etica_politica.htm
[3] No se trata de las branquias que tienen los peces, sino de la actitud de la persona que se enfrenta con decisión y valentía a situaciones difíciles o peligrosas