En esta vocación de escribir regularmente sobre los acontecimientos que se suceden casi a diario siempre se corre el riesgo de abrir la boca antes de tiempo. Y esto es lo que les sucedió a mis dos amigos Luis María Bandieri y a Alain de Benoist.
A propósito de lo que ocurre en Cataluña, Luis María escribió un artículo estupendo, como todo lo suyo, sobre la relación entre legalidad y legitimidad. Y Alain realizó un reportaje sobre el mismo tema, y siguiendo a Carl Schmitt, realizó la misma distinción.
La conclusión de Bandieri fue sobria, terminó con una pregunta ¿hacia postespaña?, en tanto que la del agudo de Benoist sostiene que el pueblo es el que legitima y apoya a los independentistas.
Claro está, tanto uno como otro escribieron antes del último domingo en donde se realizó en Barcelona una manifestación de un millón de personas en contra de la independencia.
Es decir, opinaron antes que el gobierno de España sumara a la legalidad (la Constitución del 78), la legitimidad que el pueblo le otorgó saliendo masivamente a las calles a manifestar en contra de la independencia catalana.
Es sabido que el poder (potestas) tiene dos fuentes la legal y la legítima, por una se constituye y por la otra se convalida ante el súbdito, el pueblo. Pero eso no basta para lograr la obediencia, para tener imperio. Se necesita, además, autoridad (auctoritas), y esta se funda en el saber.
En todo caso en España, el gobierno cuenta a su favor con la legalidad y con la legitimidad (el millón de manifestantes= ratione supremitatis) pero carece de autoridad, y es por ello que no logra tener imperio sobre sus súbditos.
Nada bueno se puede esperar de un gobierno que no sabe como actuar, de un gobierno sin auctoritas.
Y en este sentido conviene recordar las palabras de Javier Esparza en un último artículo: no se puede esperar nada bueno de la respuesta que está preparando el gobierno de Rajoy.