«Cuando se roen los huesecillos de un murciélago en descomposición, se bebe el caldo hecho con cascos de caballos muertos, se fuman ¿cigarrillos? de estiércol o se ve a un médico tomarle el pulso a un prisionero y asegurar a los funcionarios que puede soportar unos pocos minutos más de tortura, cuando se conduce a un hombre a determinadas situaciones, ese hombre queda ya eximido de todo deber con sus semejantes»
(Archipiélago Gulag, Alexander Solzhenitsyn)
Durante todo el siglo XIX y principios del XX la Rusia zarista se vio metida de lleno en múltiples conflictos bélicos, desde las guerras napoleónicas hasta la guerra contra Japón pasando por varias guerras con el Imperio Otomano. Luego, en plena I Guerra Mundial, la Revolución soviética hizo dar al colosal estado multiétnico un giro en todos sus planteamientos. Llegaba el rojo. El color que, por lo general, representa a los partidos de izquierda aunque principalmente a los más revolucionarios, cambiando la tonalidad de rojo en función de si un partido es más extremo o no dentro de la izquierda.
Con la Revolución llegó también la Contrarrevolución y, lo que es más importante, el miedo a la misma. Si ya bajo el mandato de Lenin comenzaron ciertos comportamientos en parte heredados del rancio sistema policial zarista (la Cheká, futura NKVD, no hizo sino repetir y perfeccionar sistemas ya usados por el anterior régimen), bajo Stalin la represión y purga de elementos discordantes tomó proporciones gigantescas. Desgraciadamente el siglo XX ha sido una época de grandes purgas. A la URSS estalinista hay que añadir la desarrollada en otros países socialistas, tales como China (Revolución Cultural) y la Camboya de Pol Pot, que también practicaron en mayor o menor medida este tipo de políticas de exterminio. Paralelamente a las purgas se desarrollaron programas de trabajos forzados, reasentamiento, reclusión, etc. La Unión Soviética y sus gulag son seguramente las más importantes cuantitativamente hablando, y fueron perfeccionados y altamente técnicos. Así, hubo campos de trabajos forzados especiales para científicos supuestamente disidentes (o contrarrevolucionarios), campos transformadores de la mente de los disidentes, campos para madres con sus hijos, campos para familiares de traidores a la patria, etc.
El negro es un color fuerte, asociado a la muerte, la violencia, el misterio, la elegancia y hasta cierto punto, a la sensualidad. Simboliza vacío, soledad y tristeza. También se relaciona con la nostalgia y la añoranza. Comprendemos por ello que se use para distintos movimientos como son el anarquista y el fascista. En el movimiento fascista esto empezó cuando en 1920 se crean el grupo de los arditi de tipo nacionalista y del que posteriormente surgirían las camisas negras de Mussolini u otros movimientos fascistas de similar ideas y color. Por otro lado también se establece como un color de tipo anarquista. Ello es principalmente por qué este color simboliza la anti-bandera, la resistencia a las diversas ideas, un mundo sin límites en el que se asiente la fertilidad de la tierra negra y la vida, un mundo sin barreras donde las ideas se difundan y tengan fuerza, simboliza el aguante frente a la represión ya que el blanco simboliza rendición.
El negro que es la ausencia de color coincide, sin embargo, con el color rojo, políticamente hablando, en que, ambos representan el MAL. Los dos son coincidentes en que sus totalitarismos se fundamentan en sistemas políticos, de distinto signo, si, pero en cualquiera de ellos se constriñe la libertad de los individuos, porque todas las actividades, todos los aspectos de la vida, sean de orden social, político, económico, intelectual, cultural o espiritual, se hallan subordinados a los intereses e ideología de los gobernantes. Cualquier tipo de oposición o crítica al Estado y a los gobernantes es reprimida y tildada de traición. En los totalitarismos, nada se puede poner en tela de juicio; la voz de la argumentación y de la crítica queda anulada frente al poder mediático de la organización totalitaria.
Los dos totalitarismos que más profundamente han marcado el siglo XX han sido el nazismo y el comunismo. El movimiento nazi, arraigando en la crisis social y económica del momento, creció hasta obtener mayoría de votos; así, el 1933, Adolfo Hitler y su partido, el «Partido Obrero Nacionalsocialista Alemán» (NSDAP), consiguieron, por vía democrática, el gobierno de Alemania; mientras en Rusia, la Revolución de Octubre de 1917, liderada por Lenin, abrió camino a la instauración del comunismo; en 1922, se transformaba en URSS.
La autora más conocida en materia de dictaduras fue Hannah Arendt. En su obra «Los orígenes del totalitarismo», examina el fenómeno en profundidad: Estudia su estado embrionario, el llamado «imperialismo continental», que lleva al fenómeno del pangermanismo y paneslavismo a través de su fuerza motriz que ella llama «nacionalismo tribal»[1], y el nacimiento y consolidación del llamado movimiento totalitario que aún no se había implantado pero que ya contaba con la propaganda y la organización. Concluye afirmando que el fin último de esta teoría política es la dominación total del planeta, porque una vez en el poder, se desarrolla un hipernacionalismo que va más allá de la búsqueda del bien nacional teniendo como objetivo un dominio global.
Los dos sistemas totalitarios se desafiaron mutuamente luchando por la hegemonía en Europa, ambos con una inquietante identidad cultural, construidos sobre premisas idénticas; liquidación del pluralismo, partido único e ideología oficial del Estado; rigorismo moral y rechazo del arte moderno, calificado de “decadente”; culto al líder y obediencia ciega, evitando toda disidencia o desviación ideológica. Desde un punto de vista cuantitativo, los dos sistemas son igualmente comparables: su terrorismo de Estado ha producido millones de víctimas. En contra de la opinión de algunos, si se pudiese disponer de estadísticas fiables probablemente la Unión Soviética de Stalin tendría una siniestra ventaja numérica respecto a la Alemania de Hitler, pero ésta destacaría por su sofisticación en llevar a cabo las masacres.
Tienen, sin embargo, fuertes diferencias entre sí, respecto a sus orígenes ideológicos y a sus objetivos particulares. El nazismo se origina y se organiza en torno al concepto de exclusión, de rechazo del otro y proclama abiertamente la superioridad de la raza aria; consecuentemente, todo se reorganizará en favor de los considerados superiores y se procederá al exterminio de los judíos y de todos los «otros». El comunismo se origina en torno al concepto de emancipación humana universal; destruye la burguesía en tanto que clase social, proclama que el proletariado tiene la misión histórica de liberar la sociedad de sus clases; pero la práctica comunista ha llevado a una sociedad estratificada en la cual los privilegios y la separación en castas se han reforzado.
La gente, en general, es más proclive a condenar el nazismo, quizás porque al ser derrotado, se pudo estudiar más libremente las barbaridades que cometieron; los comunistas, al mantener su poder, impidieron, ocultaron o negaron las suyas, como ocurrió con la masacre de Katyn, además del apoyo que siempre obtuvo al contar con grupos importantes como el Partido Comunista Francés que siempre se negó a admitir cualquier totalitarismo por parte del gobierno de la URRSS. De modo que hasta que no se conoció la obra de Solzhenitsyn, la de Hannah Arendt o la de Margarete Buber-Neumann, (que suelen ser presentadas como «descubrimientos», como piezas ocultadas por la omnipresencia de una izquierda cómplice), o la de Stéphane Courtois[2], no empezó a vislumbrarse la magnitud de sus crímenes.
Testigo de excepción de la actuación de ambos totalitarismos fue Margarete Buber-Neumann que sufrió los malos tratos recibidos del “padrecito” Stalin en Karagandá y después por parte de Hitler en el terrorífico campo de concentración de Ravensbruck; es decir, ella, por sus padecimientos sufridos, bien pudo decir con conocimiento de causa, que ambos totalitarismos son iguales en cuanto a MALDAD en grado extremo se refiere.
Margarete Buber-Neumann nació en 1901 en Thierstein, un pueblo de Baviera. De joven militó en las Juventudes Socialistas, pero después de la Guerra del 14 y el frustrado levantamiento espartaquista,[3] se afilió al Partido Comunista de Alemania (KPD). Se casó con Rafael Buber, hijo del filósofo judío Martin Buber y tuvo dos hijas. Al alejarse el marido del partido, hizo imposible para ella la vida en común. Durante dos años vivió sola con las hijas hasta que la justicia le quitó la tenencia de las niñas y se la dio a su suegra. A fines de los años veinte se enamoró de Heinz Neumann[4] y, aunque no se casaron, ella añadió el apellido de su compañero al suyo. Heinz era un joven y destacado militante comunista: espartaquista en 1919, diputado del Reichstag, agente del Komintern en China, hombre de confianza de Stalin y dirigente junto a Ernst Thaelmann del Partido Comunista Alemán en los decisivos años que precedieron al ascenso del nacionalsocialismo.
En 1930 el nazismo se recortaba en el horizonte como el mayor peligro en la vida del país. En las elecciones de setiembre de ese año, el voto de seis millones de ciudadanos convirtió al Partido Nacional Socialista (NSDAP) en la segunda fuerza política de Alemania. En Moscú, Heinz Neumann alzó su casi solitaria voz para discrepar con la monolítica línea oficial de la Internacional Comunista. En el Comité Ejecutivo dijo que la socialdemocracia no era el enemigo principal de la clase obrera, que la amenaza real era el fascismo y propuso la formación de un frente único con los socialdemócratas. Cuando volvió a Berlín, con amargura, le confió a Margarete que antes de partir Stalin le había dicho: “¿No cree usted que si los nacionalsocialistas se hacen con el poder en Alemania estarán tan ocupados con el mundo occidental que aquí nosotros podremos edificar tranquilamente el socialismo?”.
Un año después, aunque los hechos le habían dado la razón, Heinz fue destituido de su cargo en el partido. La pareja partió a Suiza, donde vivieron sin documentos y aislados de la vida partidaria hasta que, por azar, Heinz fue arrestado por la policía. Hitler pidió su extradición, pero el gobierno suizo se negó a entregarlo y lo escoltó a Le Havre donde se embarcó en un navío ruso. Moscú se ofrecía a darle refugio: había comenzado a estrecharse el cerco que lo llevaría a la muerte. Margarete y Heinz se instalaron en el hotel Lux, sede del Komintern y sitio de alojamiento para los militantes extranjeros. Eran políticamente sospechosos; estaban sometidos a vigilancia permanente y asistían en silencio a las grandes purgas que empezaron en 1936. Todos los días algún antiguo compañero era detenido, ejecutado o deportado. La tchistka (limpieza) había alcanzado tal magnitud que en Moscú comenzó a circular una broma. Dos hombres se encontraban en la calle y, hablando sobre la guerra civil en España, comentaban: “¿Viste que cayó Teruel?”. “¿Qué? ¿Y su mujer también?” “No. Teruel es una ciudad.” “¡Dios mío!, ahora arrestan ciudades enteras.”
Durante dos años, la Comisión Internacional de Control citó a Heinz para que hiciera un acto público de contrición y se responsabilizara por su conducta “fraccionalista”. A fines de 1936, Dimitrov, secretario general del Komintern, lo convocó para trasmitirle un mensaje-trampa del camarada Stalin: el partido le tendía una mano y le daba la posibilidad de volver a ser un auténtico bolchevique. Como prueba de la reconversión tenía que escribir un libro sobre el VII Congreso del Komintern, admitiendo sus errores políticos y confirmando la justeza de la política oficial. Neumann no escribió el libro y fue arrestado por la policía política soviética (NKVD). Acusado de trotskista, el NKVD lo detuvo el 27 de abril de 1937. Juzgado por un tribunal militar, fue condenado a muerte el 26 de noviembre y, a las pocas horas, fusilado, sin posibilidad de apelación o de un último encuentro con Margarete. Le dijeron que estaba en la Lubianka pero nunca le permitieron verlo ni reconocieron la detención. 50 años después Margarete supo la verdad: Heinz Neumann fue condenado a muerte y fusilado en noviembre de 1937. El cuerpo nunca apareció.
Después de la detención de Heinz, pasó a ser la mujer de un “enemigo del pueblo”. La fidelidad al líder supremo debe estar por encima de los sentimientos pequeñoburgueses, de modo que al no denunciar a Neumann se convirtió ella misma en «enemiga del pueblo». Le retiraron los documentos, perdió el trabajo de traductora y la confinaron a un ala del hotel Lux donde ahora el gobierno amontonaba en muy malas condiciones, a los familiares de los caídos en desgracia. En junio de 1938 llegó su turno. Fue arrestada y la enviaron a la prisión de Butirki. Dice Margarete que el hacinamiento y los interrogatorios nocturnos no fueron lo peor de esa prisión moscovita; para ella lo más duro era ver cómo la mayoría de las prisioneras rusas rivalizaban en devoción y fidelidad al partido, repetían que eran víctimas inocentes de una calumnia trotskista y aceptaban su destino porque era necesario defenderse de los traidores. Una comisión especial examinó su caso. Fue acusada de organización contrarrevolucionaria y agitación contra el Estado soviético. El juicio, que no tuvo abogado ni derecho de apelación, duró apenas unos minutos. Días después, una sentencia firmada por Beria[5] la condenó a cinco años en un campo de trabajo y reeducación.
Karagandá
Kazajstán fue, desde la época zarista, sitio de castigo y confinamiento; bajo el estalinismo las deportaciones al centro de la estepa rusa se hicieron masivas. Por sus gulags pasaron 800 mil alemanes, 600 mil ucranianos, 100 mil polacos y otros miles de disidentes ruso, entre ellos se tiene constancia de 352 españoles (falangistas, militares de ambos ejércitos, nacional y republicano, socialistas y comunistas y los llamados “niños de la guerra”). A principios de 1939 Margarete ingresó con el número 174.475 al campo de Karagandá, a 2.500 kilómetros de Moscú. Esa ciudad, que hoy es uno de los centros industriales más importantes de Kazajstán, fue construida por el trabajo esclavo de miles de prisioneros.
Rodeado por desierto y montañas, 50 Kilómetros separaban cada uno de los cinco sectores que formaban el inmenso gulag de Karagandá. La primera imagen que Margarete tuvo del campo fue la de una multitud de seres agónicos, con la cara hundida y los ojos anormalmente grandes, sin dientes, vestidos con uniformes grises y raídos. El hambre era lo más penoso de Karagandá. La alimentación estaba organizada según un sistema jerárquico en el que la siempre magra ración de pan y sopa se distribuía en proporción a la cantidad y calidad del trabajo de los prisioneros. Menos podían trabajar, menos comida recibían. Al cabo de un tiempo morían extenuados por el hambre y el frío, abatidos por la brucelosis, llenos de piojos. Sólo se libraban de aquellas interminables jornadas en la mina o en el campo cuando ocurría un “hecho fantástico”: el cielo se volvía color azufre, el ganado corría atropellándose en busca de refugio, el horizonte desaparecía. Un viento arrasador anunciaba una inminente tormenta de arena que podía durar más de un día. Ésos eran los únicos días del año en que los prisioneros no trabajaban y se quedaban acurrucados en la barraca.
Unos 18 meses después, a principios de 1940, el comandante del campo le anunció que sería trasladada. Al cabo de un largo viaje volvió a encontrarse en la prisión de Butirki en Moscú, donde estuvo un mes. Poco antes Stalin había optado por el pacto con Hitler (Pacto Molotov-Ribbentrop) para conseguir el tiempo necesario que le permitiera reconstruir su ejército, fuertemente debilitado por las purgas de 1937. Para Hitler, el pacto le abría la posibilidad de invadir Polonia y volverse posteriormente contra Gran Bretaña y Francia. Alemania entregaría productos manufacturados a cambio de materia prima soviética y prisioneros encarcelados en Rusia. De modo que más de mil emigrados políticos fueron entregados como prueba de amistad. 28 hombres y dos mujeres fueron llevados por oficiales del NVKD a la ciudad de Brest-Litovsk. Todos los prisioneros habían sido comunistas pero la mayoría eran alemanes y austríacos; algunos, además, judíos. Venían de Moscú y de lejanos gulags. Una de las dos mujeres era Margarete. Los agruparon a la entrada del puente que cruza el río Bug. Por el uniforme oscuro y el paso firme, los detenidos reconocieron en el hombre que se acercaba a un oficial de las SS. El militar alemán saludó con cortesía al oficial soviético a cargo de la operación. Revisaron con prolijidad los nombres de los detenidos: los entregaban a Hitler. Uno, que era judío; otro, que había sido condenado en rebeldía en Alemania y un tercero, viejo militante comunista, se resistieron. Los del NVKD los golpearon y arrastraron por el puente hasta que los oficiales de las SS pudieron dominarlos. La mayoría de los prisioneros entregados murieron en los campos de concentración nazis.
Ravensbrück
El calvario de Margarete continua. El 2 de agosto de 1940 junto a otras 50 prisioneras subieron a un tren que partía con destino desconocido. Dos años antes Heinrich Himmler, jefe de la Gestapo, había ordenado la construcción de Ravensbrück como parte de los proyectos estratégicos de preparación para la guerra. Los nuevos kz (Konzentrazionslager) permitían alojar gran cantidad de prisioneros: el campo tenía capacidad para 45 mil mujeres y en sus instalaciones la economía del III Reich podía utilizarlas de manera productiva. A la dureza de las condiciones de Ravensbrück, Margarete sumaba una privación especial, la que le imponían sus compañeras de cautiverio. Las militantes comunistas alemanas y checas la consideraban una traidora enemiga de la Unión Soviética a la que había que aislar. Sin embargo, Margarete reconoce que pudo sobrevivir porque:” siempre encontré personas para las que yo era necesaria; siempre tuve la suerte de compartir la felicidad de la amistad, de las relaciones humanas”. Se refiere a su amistad con Milena Jessenská, periodista checa, amiga y traductora de Franz Kafka. Desde la primera hora, se hicieron íntimas, se sostuvieron y se ayudaron a sobrevivir. Todo lo que después Margarete escribió sobre Milena respira admiración por su fuerza y libertad espiritual, porque nunca le oyó una palabra que estuviera “a tono” con el campo, por su intransigencia política, porque arriesgaba su vida para salvar la de otras mujeres y sobre todo porque desobedeció el ultimátum de las comunistas que la obligaron a elegir entre la comunidad checa del campo y la “trotskista” Buber-Neuman. De Milena aprendió el arte de preguntar, de investigar. Las dos sellaron un pacto: si sobrevivían, escribirían un libro, “La era de los campos de concentración”, en el que analizarían el modelo soviético y el alemán. Tal fue la profundidad de ese vínculo que Margarete escribió: “Agradezco al destino haberme enviado a Ravensbrück y permitirme así conocer a Milena”.
En 1942 el lager comenzó a crecer a ritmo intenso. La empresa Siemens hizo levantar allí grandes y modernas fábricas donde trabajaban miles de mujeres. A partir de ese año también aumentó el número de detenidas y empeoraron la alimentación y las condiciones de vida. El sitio se convirtió en campo de hambre y muerte. Seguramente el hecho de que Margarete hablara ruso y supiera escribir a máquina la ayudó a sobrevivir. Ello le permitió trabajar como secretaria e intérprete del director de la “filial Ravensbrück” de Siemens, un ingeniero civil que gobernaba con mano de hierro el implacable sistema de trabajo esclavo[6].
La muerte de Milena, en mayo, hundió a Margarete en la desesperación. En junio supo que las fuerzas aliadas habían desembarcado en Normandía, pero no pudo compartir el entusiasmo de sus compañeras: “¿Para qué vivir si Milena había muerto? La imagen que yo me había hecho de la libertad era inseparable de ella. La esperanza, los proyectos de futuro, los habíamos forjado juntas”. Con el avance del Ejército Rojo, los alemanes decidieron evacuar Auschwitz. Si hasta ese momento las de Ravensbrück creían que habían vivido lo peor, al ver llegar a las sobrevivientes de aquel campo, mujeres famélicas y embrutecidas que habían perdido todo rastro de humanidad, comprendieron que el pozo podía ser mucho más hondo.
La inminencia del fin de la guerra hizo que la vida del lager empeorara y se hiciera más compleja. Las comunistas alemanas estaban en una situación difícil, las de otras nacionalidades fueron ganadas por un repentino nacionalismo y responsabilizaban a sus “camaradas” alemanas por no haber impedido que el nazismo llegara al poder. Por otro lado, aunque los rusos estaban casi sobre el Oder, las autoridades del campo actuaban como si aquello fuera a durar toda la vida. El complejo industrial de Ravensbrück construía nuevas fábricas y las detenidas seguían cosiendo uniformes de invierno para la temporada 1945-1946. El asesinato se hizo masivo. Todas las mujeres de más de 50 años, las que habían tenido gripe, las que habían escapado al tifus pero aún estaban débiles para trabajar, entraban en la larga lista de muerte que hacía el doctor Winkelmann. Se decía que para tomar la decisión al médico le bastaba con echar una mirada sobre las cabezas de las detenidas: las que tenían canas eran separadas del resto. En febrero de 1945, 4 mil prisioneras fueron enviadas a las cámaras de gas.
En abril de ese año los rusos casi llegaban a las puertas de Ravensbrück. Margarete fue liberada junto a otras detenidas y escapó así a un nuevo cautiverio. Durante dos meses erró por una Alemania en ruinas. El paisaje era el mismo en todos lados: caminos reventados, puentes rotos, restos de construcciones con las vigas retorcidas. La multitud deambulaba por calles destrozadas, sin casas. Hombres y mujeres que volvían en busca de un hijo, de un hermano, de lo que hubiera quedado de la familia. Después de siete años de cárcel y campo de concentración, Margarete se reencontró con la madre. Supo que el padre, muerto durante la guerra, la había desheredado y que sus dos hijas vivían en Jerusalén y admiraban a la Unión Soviética, el país que había derrotado al nazismo. Se encontró vacía, sin patria, sin familia, incomprendida…
Partió a Estocolmo, donde un millonario sueco le consiguió una casa y un trabajo como oficinista. Allí empezó a escribir el libro que había sido pensado como una obra a dos voces. No se sentía capaz de hacerlo pero recordaba la opinión de Milena: “Alguien que sabe contar como tú, sabe también escribir. (…) Todo el mundo es capaz de escribir. Lo que pasa es que aún no superaste tu educación prusiana”.“Prisionera de Stalin y de Hitler” se publicó en Suecia en 1948 y por primera vez un libro analizaba en paralelo los dos universos concentracionarios: “Las dictaduras de Hitler y Stalin mostraron que la industria moderna puede sacar el mejor partido del empleo de esclavos…) los dos sistemas, fundados sobre el mismo desprecio del individuo, terminaron por obtener recursos, en situaciones críticas, de la explotación del esclavo”. Por esa razón ambos métodos le merecían igual y absoluto repudio.
Su benefactor sueco se indignó porque consideró que el libro era una obra de propaganda antisoviética. Margarete perdió la casa y el trabajo y volvió a Alemania, donde viviría hasta su muerte y dedicó el resto de su vida a denunciar el comunismo soviético; no porque lo considerara más perverso que el nazismo sino porque éste había caído mientras que las cárceles y gulags de aquél continuaban devorando a miles de seres humanos.
La militancia contra la propaganda que la Unión Soviética desplegaba en Europa, y el silencio de muchos intelectuales de izquierda, la impulsaron a participar en juicios, conferencias y asociaciones. Animó, junto a Arthur Koestler, el Congreso por la Libertad de la Cultura y participó del Comité para la Liberación de las Víctimas de la Arbitrariedad. En 1986 la invitaron a participar en el encuentro de las ex deportadas de Ravensbrück pero no pudo estar presente porque ya estaba muy enferma. Murió en Fráncfort tres días antes de la caída del muro de Berlín.
[1] Recuerden las reivindicaciones del nacionalismo catalán y sus vinculaciones con las teorías de Heribert Barrera.
[2] Stéphane Courtois (25 de noviembre de 1947), es un historiador francés y director de la investigación académica en el CNRS (Universidad de París X), profesor en el Instituto Católico de Estudios Avanzados (CIEM) La Roche-sur-Yon, Director de la colección que se especializa en la historia de los movimientos y los regímenes comunistas. Hizo campaña de 1968/71 a favor de la organización marxista-leninista maoísta. Se define como que fue «anarco-maoísta», y que, al igual que muchos, «se arrepintió» de pertenecer a la extrema izquierda y más tarde se convirtió en partidario de la democracia representativa de partidos múltiples y en un furibundo crítico del comunismo. Dirigió “El libro negro del comunismo” en el que hace un repaso a los crímenes perpetrados por el comunismo, por todos los tipos de comunismo que existen o han existido. Ha vendido millones de copias en todo el mundo y ha sido traducido a varios idiomas.
[3] La Liga Espartaquista, fue un movimiento revolucionario alemán que comenzó siendo socialista pero que acabó por ser comunista. Fue fundado por Rosa de Luxemburgo y por Karl Liebknecht, así como por otros socialistas minoritarios como Clara Zerkin, quienes establecieron como fundamento del partido una doctrina marxista. Aunque surgió durante la Primera Guerra Mundial a modo de protesta contra la política belicista del gobernó alemán, su mayor periodo de actividad fue durante la Revolución Alemana de 1918, cuando los comunistas intentaron provocar una revolución bolchevique similar a la acaecida unos meses antes en Rusia. El motivo de la poca visibilidad del movimiento durante la Gran Guerra fue que tanto Luxemburgo como Liebknecht fueron encarcelados en 1916 por causar altercados públicos. Liberados en 1918 los dos máximos dirigentes del movimiento, los espartaquistas se adhirieron al Comintern y formaron el Partido Comunista Alemán (KPD). A partir de este momento, dejaron de lado las labores meramente reivindicativas e intentaron llevar a cabo una revolución comunista en Berlín. Tanto Luxemburgo como Liebknecht se opusieron, ya que no contaban con un núcleo revolucionario lo suficientemente fuerte pero, aun así, se llevó a cabo. El alzamiento espartaquista fue derrotado por un ejército formado por miembros del SPD, restos del ejército imperial alemán y los llamados Freikorps, cuerpos paramilitares de extrema derecha. Los espartaquistas en su mayoría, fueron ejecutados o arrestados.
[4] Heinz Neumann (6 de julio de 1902 en Berlín- 26 de noviembre de 1937) fue un político alemán del Partido Comunista (KPD) y periodista. He was a member of the Comintern , editor in chief of the party newspaper Die Rote Fahne and a member of the Reichstag . Fue miembro de la Comintern, editor en jefe del periódico del partido Bandera Roja y miembro del Reichstag. Born in Berlin into a middle-class family, Neumann studied philology and came into contact with Marxist ideas.Estudió filología y entró en contacto con ideas marxistas. In 1920, he was admitted into the Communist Party by Ernst Reuter , then General Secretary .En 1920 fue admitido en el Partido Comunista y comenzó a escribir editoriales para varios periódicos de KPD en 1921.He was arrested and spent six months in prison, during which he took up Russian , learning it so well, he could speak to Soviet party officials without an interpreter.Fue arrestado y pasó seis meses en prisión, durante el cual aprendió ruso, aprendiéndolo muy bien, podía hablar con funcionarios del partido soviético sin un intérprete. In 1922, he met Joseph Stalin on a trip, speaking to him in Russian. En 1922, se encontró con Stalin en un viaje, hablando con él en ruso. From that point until 1932, he was a strong supporter of Stalin. Desde ese momento hasta 1932, fue un firme defensor del dictador comunista.
He first belonged to the left wing of the KPD, led by Ruth Fischer. Participó en el Levantamiento de Hamburgo y en 1924 tuvo que huir a Viena, desde donde fue expulsado a la Unión Soviética en 1925. Allí, sucedió a Ivan Katz como representante del Partido Comunista ante el Komintern. From July to December 1927, he represented the Comintern in China. De julio a diciembre de 1927, representó a la Comintern en China. Working with Georgian communist Vissarion Lominadze , he organized the uprising in Guangzhou on 11 December 1927, where 25,000 communists died. Trabajando con el comunista georgiano Vissarion Lominadze, organizó el levantamiento en Guangzhou el 11 de diciembre de 1927, donde murieron 25,000 comunistas. Neumann went back to Germany in 1928 and after the Wittorf Affair , became one of the most important politicians of the KPD. Neumann regresó a Alemania en 1928 y después del caso Wittorf (un escándalo de malversación causado por un comunista) se convirtió en uno de los políticos más importantes del KPD. He was considered the major theoretician of the party and became editor in chief of the Rote Fahne . Fue considerado el principal teórico del partido yAs the chief ideologist, he was responsible for the ultra-left policies, the Revolutionäre Gewerkschafts Opposition and the social fascism policy. como principal ideólogo, fue responsable de las políticas ultraizquierdistas, la Revolución Revolucionaria Obrera y la política del fascismo social.At the same time, he encouraged fighting the Nazis and coined the slogan «Schlagt die Faschisten, wo ihr sie trefft!» Al mismo tiempo, alentó a luchar contra los nazis y acuñó el lema «¡Schlagt die Faschisten, wo ihr sie trefft!» (Beat the Fascists wherever you meet them!), valid until 1932. (¡Derrota a los fascistas donde sea que los encuentres!), Along with fellow member of the Reichstag Hans Kippenberger , Neumann was the leader of the KPD’s paramilitary wing, the Party Self Defense Unit ( German : Parteiselbstschutz ).Como líder del ala paramilitar del KPD, Neumann tuvo un papel importante en el asesinato en 1931 de miembros del SPD y Capitanes del Precinto en la Policía de Berlín. Elegido miembro del Reichstag advirtió el peligro de una toma por parte de los nazis.Elected to the Reichstag in 1930, in 1931, Neumann developed differences with Stalin and Ernst Thälmann , feeling that they were underestimating the danger of a takeover by the Nazis. He was defeated in October 1932, relieved of his party functions in November 1932, and lost his seat in the Reichstag.Fue derrotado en octubre de 1932, relevado de las funciones de su partido en noviembre de 1932, y perdió su asiento en el Reichstag. He was sent to Spain to represent the Comintern, then lived illegally in Switzerland.Fue enviado a España para representar al Komintern, y luego vivió ilegalmente en Suiza. In January 1934, accused of having tried to split the party, he was forced to write a «self criticism». En enero de 1934, acusado de haber tratado de dividir el partido, se vio obligado a escribir una «auto crítica». In late 1934, he was arrested in Zurich by the Swiss immigration authorities and was imprisoned there for six months, after which, he was expelled. A fines de 1934, fue arrestado en Zurich por las autoridades de inmigración suizas y estuvo preso allí durante seis meses, después de lo cual fue expulsado. He was sent to the Soviet Union, where he fell victim to the Great Purge and was arrested on 27 April 1937 by the NKVD . Fue enviado a la Unión Soviética, y al poco fue víctima de la Gran Purga; arrestado el 27 de abril de 1937 por la NKVD. He was sentenced to death on 26 November 1937 by the Military Collegium of the Supreme Court of the Soviet Union and shot the same day.Fue condenado a muerte el 26 de noviembre de 1937 por el Colegio Militar del Tribunal Supremo de la Unión Soviética y fusilado el mismo día.
[5] Lavrenti Beria: nació en Merkheuli (Georgia) el 29 de marzo de 1899) y falleció en extrañas circunstancias el 23 de diciembre de 1953, en Moscú. Comunista, cortesano del Politburó, adulador del dictador, a quien sirvió para eliminar a sus adversarios. Sus padres eran humildes, pero matricularon a su hijo en una ingeniería en el instituto de Bakú. Allí le cogió la revolución de octubre de 1917. En la Guerra Civil actuó de agente doble sirviendo a Lenin y al gobierno anticomunista de la ciudad. Una vez quedó claro el vencedor, ingresó en la Checa para reprimir los levantamientos de los mencheviques georgianos entre 1920 y 1924, y participó en la ejecución de diez mil «enemigos del pueblo» elegidos entre los hombres más destacados del país. Esto le granjeó la condecoración de la Orden de la Bandera Roja, la jefatura caucásica de la OGPU (la policía política), y que Stalin, también georgiano, se fijara en él. Beria alcanzó la secretaría general del Partido Comunista de Georgia en 1931, y al año siguiente de la zona Transcaucásica, donde inició las purgas y construyó gulags de trabajos forzados.
La Gran Purga llevada a cabo por Yezhov, director de la NKVD (antes OGPU), había dejado a la URSS sin cuadros. Stalin quiso disimular aquello y nombró en su sustitución a Beria en 1938, quien liberó a cien mil personas de los gulags, aunque los arrestos y ejecuciones continuaron. La NKVD de Beria trabajó con la Gestapo para el control de Polonia. No había diferencia entre ellos; de hecho, purgó a los judíos del cuerpo diplomático soviético. El 5 de marzo de 1940 solicitó a Stalin la ejecución de la élite polaca, unos 20.000 hombres, y la obtuvo: fue la masacre de Katyn. Tras la invasión alemana de la URSS, usó a los esclavos de los gulags en la industria de guerra. Y después de la expulsión de los nazis, eliminó a los «pueblos colaboracionistas»: chechenos, tártaros y ucranianos, entre otros.
La Guerra Fría convirtió a Beria en jefe del espionaje soviético, y consiguió la información necesaria para construir una bomba atómica en 1949. Al tiempo, organizó los golpes de estado comunistas en los países de influencia soviética tras 1945, y ayudó a Mao Zedong. Para entonces ya formaba parte de la corte del dictador. Nadezhda, la mujer de Stalin, le odiaba, quizá por sus costumbres. Tenía fama de pervertido y violador. Se cuenta que secuestraba chicas en plena calle a las que luego forzaba. La muerte de Stalin desató la carrera por la sucesión. Beria intentó hacerse con el poder liderando reformas, como una amnistía y el cambio en las relaciones exteriores. El levantamiento anticomunista en Alemania Oriental en junio de 1953 fue la excusa para derrocarlo. El 26 de junio fue detenido mientras se dirigía al Kremlin para reunirse con Nikita Khruschev y el mariscal Georgi Zhukov. Sufrió en sus propias carnes los métodos de la policía política para sacar confesiones falsas, y la Corte Suprema le condenó a muerte por traición. El 23 de diciembre fue ejecutado, aunque no se sabe si murió entonces o algún viejo colega del Presidium le disparó. Era la lógica del comunismo soviético.
[6] Es necesario insistir en la indisoluble alianza de la industria alemana con el sistema de los campos de concentración, que hizo posible la explotación a gran escala de mano de obra esclava. El trabajo se organizaba en el campo como en las fábricas que empleaban a obreros libres. En talleres insuficientemente iluminados, miles de silenciosas prisioneras enhebraban, ajustaban y embalaban las piezas que serían utilizadas en el armado de teléfonos automáticos. Cuando levantaban la vista, tras las amplias ventanas podían ver a otros miles de silenciosos prisioneros construyendo nuevas fábricas. En una ficha se registraba la productividad de cada una de las obreras; si no alcanzaban lo exigido, los capataces llamaban a las guardias SS, que llegaban taconeando, abofeteaban a la “perezosa”, la mandaban al sector de disciplina y hacían un informe que marcaba su destino inmediato. Al fin de la semana un prolijo cálculo de rendimiento permitía fijar cuánto habían “ganado”. Pero jamás ninguna recibía su salario: Siemens entregaba el dinero a las autoridades del lager.