Meses intensos, muy intensos, se han vivido en Cataluña y por ende en toda España. Los ciudadanos de a pie lo han vivido con incertidumbre, angustia e incapacidad de “decodificar” que estaba sucediendo. Las versiones maniqueístas siempre son eficaces: nosotros españolistas buenos, ellos separatistas malos. Pero el maniqueísmo es el método preferido del mentiroso y el manipulador.
Ciertamente hay variables en el proceso político de los independentistas. Uno de ellos es el carácter absolutamente indescifrable de una persona carente de inteligencia política como Puigdemont. Por sí mismo, en un inesperado gesto, puede dar un giro a la situación inesperado. Para colmo, los acontecimientos se deslizan a la velocidad del rayo y lo que ahora se escribe en esta editorial, en escasas horas puede quedar desfasado.
Por ello, debemos reflexionar, con calma, e intentar elaborar un mínimo esquema comprensivo del aparente caos que estamos viviendo. Posiblemente, reflexionando sobre la historia ya vivida, en la lógica de los hechos y las leyes de la política, en todo este proceso hay más lógica y premeditación de lo que podíamos suponer. No olvidemos cómo en 1990, Pujol redactaba el documento “Programa 2.000“, donde ya se detallaba “fill per randa” todo el proceso que advendría posteriores. Otros documentos menos conocidos, también nos han demostrado que había una hoja de ruta perfectamente calculada y detallada.
El único fallo es que no contaban que el choque de trenes podría acabar en un choque entre un AVE y un triciclo pinchado. Tampoco estas hojas de ruta contaron con que se pondría en marcha la “democracia del dinero” y que la fuga de empresas y capitales privados fueran masivos en pocos días tras el “pifiarrendum” del 1 de octubre; o nadie podía creer que una mañana del 8 de octubre, Cataluña se despertaría con un millón de personas enarbolando banderas catalanas y españolas.
Dejando de lado estos imponderables, la lógica política sigue su camino. Gran parte de lo que las noticias nos muestran ha sido postureo. La declaración de independencia a la eslovena de Puigdemont, batió el record de independencias más cortas de la historia. Con ello debía quedar bien con el mundo independentista y evitar una aplicación inmediata del 155. La CUP postureó su cabreo con la burguesía, pero puro cara de perros anunciando al Agamenon, contentando así los antisistema que ya afilan los cuchillos para próximas lides callejeras. El PP muestra fuerza para gestionar una aparente victoria ante el nacionalismo, cuando en el fondo será a medio plazo una derrota. La foto triunfante de Rajoy costará negociaciones donde muchos catalanes serán moneda de cambio. Nada nuevo bajo el sol. El PSOE posturea para resucitar ante su electorado cobrando un protagonismo político que creía perdido para siempre. Sabe que si mantiene la equidistancia exacta entre el PP y Podemos, logrará que el Partido Popular acepte la tan ansiada reforma constitucional. La monarquía postureó y se quiso replicar el acto de autoridad de Don Juan Carlos ante el 23-F (gesto que la izquierda algún día se lo hará pagar derrocando la frágil institución que preside). Pero de momento se ha ganado puntos en los sondeos. En definitiva, en medio del caos, todos ganan.
La lógica manda que groso modo las etapas que se irán quemando serán las siguientes: caos político e incluso intento de revuelta callejera las primeras semanas. Control relativamente fácil del gobierno central de la situación. Inicio de innumerables procesos judiciales que nunca veremos su final, convocatoria de elecciones, para algunos “Constituyentes” para otros “autonómicas”. Tras ellas, se configurará un tripartito liderado por Esquerra, pero más izquierdista que separatista. Desde Cataluña se revolucionará el panorama político español. El PP en la cuerda floja y asediado por Cataluña, Podemos y PSOE aceptará una reforma constitucional. Esta será mínima, semánticamente ambigua, pero contendrá los elementos suficientes para hacer saltar el sistema vigente e intentar alcanzar la república federal tan largamente deseada y esperada.
