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Historia

Juan Vidal de Llobatera, el tío tatarabuelo carlista de Xavier Trías

Es poco sabido que el padre del exalcalde de Barcelona Xavier Trías, Juan Trías Bertrán, combatió en el Bando nacional durante nuestra última guerra civil, y que su hermano había asesinado por los revolucionarios de Companys. Menos conocido aún es que, por línea materna, Xavier Trías y Vidal de Llobatera es sobrino tataranieto de Juan Vidal de Llobatera, diputado carlista en Cortes durante el Sexenio Revolucionario, cuya interesante biografía reseñamos a continuación.

Juan Vidal de Llobatera e Iglesias nació en Llagostera el 4 de mayo de 1840. Era hijo de Juan de Vidal de Llobatera Reixach y de Antonia Iglesias Matllo. Estudió las carreras de Leyes y de Administración, llegando a ser doctor en la primera y licenciado en la segunda. Se estableció en Barcelona, ​​donde ejerció de abogado.

Tras la Revolución de 1868 hizo propaganda del carlismo en los periódicos y en otros escritos sueltos. Elegido por la junta provincial católico-monárquica de Gerona para dirigir la constitución de la junta local de Llagostera, abandonó sus tareas y su profesión en Barcelona para dedicarse a la política.

En la plaza pública de su ciudad natal, de mayoría republicana, llegó a sostener en una ocasión una polémica durante cuatro horas con un propagandista republicano ante los habitantes de la villa, y fue obsequiado por los concurrentes, incluso por sus enemigos políticos. Donde generalmente exponía sus ideas era en el Ateneo católico-monárquico de Barcelona.

Cuando recibió la investidura de doctor, suprimido el juramento por la legislación del Sexenio Revolucionario, hizo pública protesta de fe católica jurando «por Dios Trino y Uno, por la Santísima Virgen María y los santos evangelios, guardar, defender y observar toda la su vida la religión católica», y esta declaración tan espontánea como solemne fue objeto de entusiastas elogios, que aparecieron en muchos diarios de Madrid y provincias.

El 1871 fue elegido diputado a Cortes por el distrito de Torroella de Montgrí. En el Congreso defendió la monarquía católica tradicional española y los derechos a la misma de Don Carlos de Borbón y Austria-Este.

Tomaremos algunos párrafos del notable manifiesto que dirigió a sus electores.

«Joven, sin experiencia —decía— y con más teoría que práctica, he meditado muchas veces sobre las grandes calamidades y terribles catástrofes de la desventurada España: siempre me ha deslumbrado la santa idea de libertad, y hasta dejeme seducir por un momento por el aparente brillo del falaz doctrinarismo, porque, a la verdad, desconfiaba de los hombres: mas al fin debí convencerme de que más que en los individuos, está el mal en las instituciones; de otro modo, debería creer que son malos todos los hombres que nos han gobernado y nos gobiernan.»

Después de esta declaración, exclamaba examinando el pasado y el presente:

«¿Qué ha sido la España desde que en ella puso la planta el parlamentarismo? ¿Qué es hoy todavía? Nada más que una fea y repugnante mascarada, en la que nadie se entiende: todo es confusión; se malgasta todo; los principios ceden a las personas, las leyes al capricho; la inmoralidad cunde por todas partes; la justicia ha muerto; los delitos no se castigan; la religión se pisotea y escarnece; la honra no se conoce; el decoro no existe; el pueblo se muere de hambre; el principio de autoridad se arrastra por el fango, y en espantosa algarabía todos quieren gobernar, todo son motines, y por asalto se arrebatan unos a otros la sangre del pueblo, que es el botín codiciado; y todo es enredo, y todo embrollo, y no hay orden, ni armonía, mi concierto. ¿Es eso así? Contesten todos los españoles de buena fé… 

¿Está la España, a pesar de todo, en un estado de desesperación? ¿Hay un remedio para los infinitos males que la aquejan? ¿Puede rehabilitarse y llegar a ser la España de antes? Sí: muchas veces la Divina Providencia envía males a las naciones, como a la familia, para probar su fé y acaso para aumentar después su esplendor y grandeza. Vistamos la España con sus ropas, que se hallan en el grandioso ropero de la monarquía tradicional: enarbolemos la bandera española de DIOS, PATRIA Y REY, y la España se salvará: sí, se salvará; y con las luces y progresos del día, acompañados de la buena fé y el patriotismo de antes, su gloria será más radiante y más duradera. 

Es un inconcuso principio de derecho constituyente que el gobierno de una nación debe acomodarse a la índole, a las tendencias, a la naturaleza y a las costumbres del pueblo para quien ha de regir; y la España, para volver a ser España, debe dejar de ser francesa; debe destruir lo obra de los falsos liberales; debe gobernarse por sus antiguas leyes: debe regirse por la monarquía legítimo-católica. 

Compárese si no la opulencia y esplendor de la España antigua, a pesar de haber vivido siempre una vida agitada, entre el fragor de los combates, y a pesar de haber estado siempre sujeta a los vaivenes y caprichos de la veleidosa fortuna, con la degradación y miseria de la España de hoy, a pesar de la era de paz por que ha atravesado durante casi todo el tiempo que llevamos de gabacho liberalismo… 

El partido legitimista no descuida un momento, aunque se llame tradicional y se calque sobre la historia, los adelantos y la corriente del siglo. Nuestra constante aspiración es la de conservar mejorando; y si bien nos extasiamos ante los gloriosos recuerdos del pasado, no dejamos de comprender que son necesarias grandes reformas que, teniendo nuestra vista fija en el porvenir, reconocemos como otras tantas exigencias del providencial progreso moral y material de nuestra edad.»

Por último, el Sr. Llobatera formulaba sus ideas en estos términos:

«Partiendo, pues, de estos principios, condenamos y combatiremos el socialismo antiguo, que es la absorción del individuo y su humillación; como rechazaremos y atacaremos sin tregua el individualismo moderno exagerado, que es la negación del principio de autoridad y la causa generatriz de la anarquía moral y la ruina de las naciones. 

La unidad católica, joya preciosa que nos legaron nuestros padres y ha conservado constantemente la España desde Recaredo; la libertad verdadera, la igualdad ante la ley, la familia, la seguridad individual, la propiedad y la protección a las artes, ciencias e industrias nacionales, son las bases morales de nuestro programa. 

La unidad nacional; la monarquía legítima representada por la augusta persona de D. Carlos de Borbon y Austria de Este; la verdadera representación por procuradores reunidos en Cortes generales que atiendan a los diferentes intereses y clases del Estado; la descentralización administrativa, con los respectivos fueros de cada provincia que, en Cataluña sobre todo, echará por tierra la detestable, funesta y odiada ley de quintas, quedando el pueblo libre y exento de esa contribución forzosa de sangre, y la promulgación de leyes sabias y justas que establezcan un salvador sistema de economías para atender a las imperiosas necesidades de la nación y ponerla a cubierto del descrédito que la oprime y de la bancarota que la amenaza, constituyen las bases políticas que prometemos defender y procuraremos realizar, porque son la letra y el espíritu del sabio y conciliador manifiesto que D. Carlos de Borbón dio a los españoles, dirigido en forma de carta a su augusto hermano D. Alfonso en 30 de Junio de 1869, al cual siempre y en todo caso nos sometemos y acatamos en todo y por todo.»

 

Poco antes de la Tercera guerra carlista, Juan Vidal de Llobatera dirigió en Barcelona los periódicos carlistas El Honor Catalán y El Estandarte Católico. Participó luego en la contienda como secretario de órdenes del general Francisco Savalls, formando parte de su Estado Mayor. Más adelante actuó como auditor del Ejército Real de Cataluña, y durante este periodo dirigió los periódicos carlistas que se publicaban en Cataluña en la zona de guerra.

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Terminada la guerra, se trasladó a Gerona, donde ejerció de abogado durante más de tres décadas, hasta 1907. Durante algunos años fue magistrado suplente de la Audiencia Provincial. En 1888 dirigió en esta ciudad un periódico leal a Don Carlos. Murió en diciembre de 1909 en Santa Coloma de Farners, donde se había establecido después de su jubilación. Su mujer, Merceces Clarella Alibés, recibió el pésame de los infantes Don Alfonso de Borbón y Austria-Este y Doña María de las Nieves.

Información tomada en su mayor parte de La Bandera carlista en 1871 (Vizconde de la Esperanza), pp. 138-144.

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