Uno de los principales objetivos de los gobiernos e instituciones es el control de la educación formal desde la infancia hasta el final de la adolescencia.
El interés por controlar principalmente está en los medios de docencia (libros fundamentalmente) sobre unos temas concretos a desarrollar en una editorial amigable por parte de los gobiernos, al menos en el caso español así ocurre. Pero no por ello hemos de pensar mal de primeras. Pero eso se puede comprobar revisando los materiales que utiliza el profesorado en Historia, tomemos un libro de calidad: Crisol, de la editorial Vicens Vives, y tomemos unos cuantos ejemplos de lo que se conoce a través de él del carlismo.
En el capítulo dedicado a ello: “La configuración del Estado liberal (1833-1874)”, nos da una idea clara que el protagonismo del período está configurado en relación al liberalismo como ideología hegemónica.
En la parte dedicada al conflicto bélico lo basa en un principio sencillo: “en 1833 los grupos favorables al absolutismo se negaron a reconocer a Isabel, la hija de Fernando VII, como legítima sucesora a la Corona española”, el cual, no está equivocado, pero no es algo tan simplista, no solo por eso comenzó una guerra.
Sobre los carlistas afirma que “representaban a una sociedad arcaica y conservadora”
Aunque es acertado cuando afirma que era un enfrentamiento ideológico dentro de la sociedad que continuó abierto a lo largo de todo el siglo XIX.
Por otro lado, los enfrentamientos de 1833 a 1839 lo trata bien pero de forma breve, con algunos textos que lo acompañan como el Convenio de Vergara y unas proclamaciones de Benet de Plandolit y Maroto.
Aunque en las páginas siguientes, como se mencionó presta atención a la configuración del gobierno isabelino, y justifica la intervención de los militares en su reinado diciendo que: “las guerras carlistas hicieron que el ejército se convirtieran en la única garantía de la pervivencia en el trono de Isabel II”, cuando realmente la monarca en muchas ocasiones tomaba las decisiones en base a su capricho o el de su camarilla (Antonio María Claret, sor Patrocinio, los generales Narváez y Serrano) hasta 1868.
En el apartado dedicado a la monarquía de Amadeo de Saboya, después de hacer una descripción de su gobierno y sus opositores, en el epígrafe: “una permanente inestabilidad”, y lo resuelve rápidamente: “los sectores carlistas partidarios de la vía insurreccional se volvieron a alzar en armas en 1872, animados por las posibles expectativas […] de sentar en el trono a su candidato Carlos VII”. Y añade como complemento una caricatura de una sátira contra los carlistas de la revista La Flaca, una publicación de ideología liberal de Barcelona.
En la parte dedicada a la Primera República española en unas líneas: “el conflicto carlista […] se extendió. […] las tropas gubernamentales impidieron la extensión del movimiento a las ciudades, pero no acabaron con el conflicto hasta 1876”, poniéndolo como una pequeña revuelta campesina que no supone nada para Madrid, cuando realmente fue más que eso (la Corte en Estella y su gobierno, el sitio de Bilbao, Vitoria y San Sebastián, entre otros).
En el período de la Restauración (1875-1902) se dice que “optó por el exilio en Francia y las conspiraciones”, y en 1888 de Ramón Nocedal, y no aparece los orígenes carlistas de Sabino Arana y creación del PNV.
Y desde el nuevo siglo, ya ni se menciona nada al carlismo, seguía vivo, aunque no era su mejor época. Y no es hasta la guerra civil, cuando escriben que: “se concibieron planes de alzamiento insurreccional de los grupos políticos que poseían <<milicias políticas>> como la Comunión Tradicionalista, que preparaba sus particulares planes sobre la basé del Requeté”. Después ya desaparece totalmente del libro, no hay mención siquiera en la Transición y de los sucesos de Montejurra.
Finalmente, podemos ver que en el sistema educativo actual en la asignatura de Historia, el conocimiento que se tiene en los centros públicos y privados del carlismo: su ideología, personajes y hechos principales, es algo más bien escaso, sesgado (pero por el poco interés que suscita a los autores del libro) en base a la elaboración del relato histórico en base al protagonismo del liberalismo decimonónico. Además, se puede sumar la metodología de los exámenes (apenas existe un retención de la información entre el alumnado después de haberlos hecho y aprobado) con una asignatura como es la Historia con una escasa popularidad.
Si se quiere dar mayor publicidad y posteriormente, un mayor conocimiento entre la población de la Historia del carlismo es una tarea complicada y ardua, pero es posible.