“Vuelva el antiguo entusiasmo, vuelva el espíritu ardiente”
Soy carlista porque soy español. Amo con entusiasmo a España. Soy heredero de la Patria, -aunque la contemplo desmoronada-, que me legaron mis antepasados y que tengo el deber de transmitir a mis hijos, para dotarlos de un espacio de libertad y una orientación para saber vivir.
La Patria, desde el suelo a su espíritu, te ancla en una tierra tuya, donde puedes crecer, amar, crear, vivir con dignidad y hasta morir. Sin Patria es como no tener ni casa ni hogar. Ser un apátrida es una maldición bíblica. Carecer de un rincón en el mundo donde tu corazón siempre esté anclado y al que siempre puedas retornar.
La Patria es el legado cultural de los antepasados, un estilo de vida que se ha fraguado selectivamente en el tiempo que enseña a cuidar del hermano débil y a potenciar para mejor servir a los más dotados.
Porque tengo una personalidad diferente, puedo aprender de los demás y puedo ser solidario con el mundo entero. Soy español porque me siento hijo de La España fecunda, aquella que cantó Rubén Darío “Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda” y que en un arrebato profético llega a proclamar:
¿Quién será el pusilánime que al vigor español niegue músculos
y que el alma española juzgase áptera y ciega y tullida?
No es Babilonia ni Nínive enterrada en olvido y en polvo,
ni entre momias y piedras reina que habita el sepulcro,
la nación generosa, coronada de orgullo inmarchito,
que hacia el lado del alba fija las miradas ansiosas,
ni la que tras los mares en que yace sepulta la Atlántida,
tiene su coro de vástagos altos, robustos y fuertes.
Únanse, brillen, secúndense tantos vigores dispersos;
formen todos un solo haz de energía ecuménica.
Sangre de Hispania fecunda, sólidas, ínclitas razas,
muestren los dones pretéritos que fueron antaño su triunfo.
Vuelva el antiguo entusiasmo, vuelva el espíritu ardiente
que regará lenguas de fuego en esa epifanía.
Juntas las testas ancianas ceñidas de líricos lauros
y las cabezas jóvenes que la alta Minerva decora,
así los manes heroicos de los primitivos abuelos,
de los egregios padres que abrieron el surco prístino,
sientan los soplos agrarios de primaverales retornos
y el amor de espigas que inició la labor triptolémica.
Salgamos de nuestra abúlica pereza. No es verdad que lo extranjero es mejor que lo español, simplemente por ser de fuera. Lo bueno es universal, no por ser nuevo o extranjero, sino por ser bueno o bello o verdadero. Conozcamos a España y volverá el entusiasmo. Fuera la leyenda negra que ha paralizado nuestras energías propias. Ya está bien. ¿Hasta cuándo hemos de ver con amargura e impotencia nuestro desmoronamiento? Que nadie se engañe: defender nuestra Patria y su Historia no es convocar ni a la violencia ni a las guerras. Queremos que nos dejen en paz para ser nosotros mismos y poner al servicio de los demás nuestros empeños y nuestra propia identidad.
Soy español porque soy navarro y porque la unidad está construida sobre la diversidad, amo con locura cada rincón de España; y soy español porque soy católico que además de mi filiación a la Iglesia como fuente de salvación, es la argamasa de su unidad y su grandeza histórica.
2.- España hoy es una nación que desconoce a su Patria y la desprecia porque la ignora. De nuestra patria solo se propicia el desprecio y el odio.
3.- No todo el que grita viva España, admira y ama la verdad de su historia, es decir, de su Patria. Hay un patriotismo vacío, por nacionalista que se presente, es fruto de una concepción filosófica idealista que importa modelos extranjeros, de cualquier signo, bien sean de origen fascista (sobre todo italiano, la Nación es un Estado poderoso uniforme y centralista), bien marxistas leninistas o internacionalistas que en nuestra Patria impidió el 36 o, como estamos ahora, en el marco político de una democracia absoluta, convertida en el bien supremo de todos los pueblos, definidora del bien y del mal (el valor sagrado de la Ley) y garante del bienestar material según lo definen ellos.
4.- Todos ellos ignoran la España fundamentada en la Tradición, que le permitió crecer, configurarse y alcanzar la plenitud en el apogeo de Los Austrias, formar el mayor Imperio de la historia, y evangelizar medio mundo. Juan Pablo II dijo en el aeropuerto de Lavacoya (Galicia): Gracias España, gracias por tu historia, gracias por tu fidelidad al Evangelio.
Es un crimen de lesa patria la visión de nuestra España por gentes que deforman la historicidad de los héroes de la modernidad.